En septiembre el gran tenista Novak Djokovic dejó a su querida patria, Serbia, y se refugió en Grecia. ¿Por qué? Sencillamente porque el gobierno serbio lo acusó de “alta traición” y participación a una “conspiración extranjera”, por su simpatía y apoyo al gran movimiento protestatario estudiantil que empezó en noviembre del año pasado y no cede. No está solo, puesto que los sondeos estiman que el 80 por ciento de la población apoya a los estudiantes; ellos han logrado la renuncia del primer ministro Milos Vucevic y de varios ministros, pero se topan a la represión dirigida por el presidente Aleksandr Vucic.
Todo empezó hace once meses cuando un techo se cayó en la estación de trenes de Novi Sad, la segunda ciudad del país, con un saldo de 16 muertos. El movimiento empezó con la exigencia de una investigación seria sobre las causas del accidente, acusando a la corrupción endémica en el país, pidiendo justicia para las víctimas. Un accidente comparable al derrumbe de un puente en el metro de la Ciudad de México. Nacida en las grandes ciudades dotadas de universidades, la movilización estudiantil ganó progresivamente a todo el país, hasta las más pequeñas comunas, gracias a la campaña realizada, incluso a pie, por los estudiantes. Todas las universidades en huelga, con participación del profesorado, bloqueos de carreteras y cruceros, manifestaciones en muchas ciudades, con la más grande de la historia de Serbia, el 15 de marzo. Desde hace unos meses, el gobierno optó por la represión y las ciudades, grandes y chicas, son el teatro de manifestaciones permanentes, cada día más interrumpidas por la violencia: enfrentamientos directos oponen los estudiantes a la policía y a los criminales, a los porros con máscara reclutados por el poder.
“Vucic nos acusa de querer hundir al país en la guerra civil, pero es él quién manda mercenarios pagados para golpearnos en las calles, cuando andamos desarmados”, comenta este estudiante que no teme dar su nombre. Desde el mes de mayo, los estudiantes ampliaron sus demandas al reclamar la organización de elecciones legislativas anticipadas. Algo que el presidente Aleksandr Vucic, al poder desde 2014, no quiere, porque su partido, el Partido Progresista Serbio ha perdido el control de la Serbia central de las pequeñas ciudades que era su base electoral. El surgimiento de la violencia es la prueba que tiene miedo. Zoran nos explicó que desde 2014, Serbia no ha conocido verdaderas elecciones: el gobierno controla los media, no actualiza las listas electorales, compra votos, ejerce un chantaje al empleo. Según un dicho popular, “cada Estado tiene su mafia, pero solamente en Serbia, la mafia tiene un Estado”. Por cierto, el presidente Vucic ha participado a las guerras de la ex Yugoslavia como militante de un partido de extrema derecha: él llamó a la violencia: “Cien musulmanes por un serbio asesinado.” Fue ministro de la Información durante la guerra de Kosovo.
Los estudiantes reclaman elecciones extraordinarias, no para ejercer sus derechos u obligaciones, sino para derrocar al que roba regularmente las elecciones. Incluso preparan una “lista estudiante”, aún secreta, de los candidatos (no estudiantes) que apoyarán: personas moralmente de confianza, expertos no corruptos sin antecedentes en el gobierno y su administración. Es también una manera de expresar su desconfianza hacia los partidos de oposición que, dicen ellos, son fundamentalmente idénticos al partido en el poder.
Curiosamente, la Unión Europea ha tratado y sigue tratando muy generosamente al presidente Vucic, a pesar de todo esto, a pesar de su rusofília: estuvo hace poco al lado de Putin en China. Tiene el apoyo del patriarca Porfirije de Serbia, de la misma manera que Putin tiene la bendición del patriarca Kirill. Porfirije visitó a Putin en Moscú y le dijo que “nosotros también estamos viviendo una revolución de color. Sabemos y sentimos que los centros de poder en el Occidente no quieren que se desarrollen la identidad del pueblo serbio”. Putin le aseguró: “ustedes triunfarán.”
Historiador en el CIDE