¿Qué ocurre en la gran provincia occidental de la República Popular China, llamada Xinzhiang, en chino, “la nueva frontera”? Los autóctonos prefieren la palabra Uyghuristán o Turkestán oriental. Ellos, los uigures, dicen que son víctimas de un proceso colonial que se puso en marcha progresivamente, desde 1949, cuando, con la ayuda de Stalin, la joven China comunista invadió la efímera República del Turkestán oriental, fundada en 1944, ¡con la ayuda de Stalin! Los antecedentes del proceso son muy antiguos, tan antiguos como la casi bimilenaria ruta de la seda que pasa por una región que ocupa un lugar estratégico en el corazón del continente asiático; tan antiguos como el imperio chino. En 1885, el imperio de los Qing la ocupó y bautizó Xinzhiang. Para entender su valor estratégico, hay que ver el mapa: la provincia tiene fronteras con Rusia, Mongolia, Kazajistán, Kirguistán, Pakistán, Afganistán y Tíbet.
La ley de autonomía de 1984 y la ley sobre los derechos de las minorías no dejan gran cosa a los naturales y la inmigración masiva de población china, una verdadera colonización de poblamiento ha producido una inversión demográfica que hace de los uigures una minoría en su patria. El resultado ha sido que el poder administrativo y económico lo ejercen los chinos y que las desigualdades han crecido entre los uigures y los que consideran como invasores colonialistas.
En 1949, los chinos formaban el 4% de la población y los uigures el 80%. En 1954, el gobierno creó una institución paramilitar, el Cuerpo de Construcción y de Producción del Xinzhiang; empezó con 80,000 soldados transformados en colonos (¿sobre el modelo romano de los veteranos dotados de tierra para fundar colonias?). En 2014, el Cuerpo contaba 2,700,000 personas, de los cuales 120,000 milicianos listos para aplastar toda rebelión, como lo hicieron en 2009 en Urumqi.
La eliminación del idioma uigur en las escuelas (2017) y la discriminación a todos los niveles explican las manifestaciones periódicas de violencia individual, que han permitido al poder hablar de “terrorismo uigur”, asimilado al terrorismo islámico del Califato, gracias a los atentados del 11 de septiembre de 2001. Lo que es cierto es que la nación uigur, culturalmente turco-mongola, es, religiosamente, musulmana. Desde la llegada al poder de Xi Jinping, el control de la población autóctona se ha modernizado fabulosamente, con los recursos de la inteligencia artificial y del reconocimiento facial. Big Brother está trabajando muy bien, para completar la construcción del “nuevo Xinzhiang”.
La criminalización de los uigures, bajo el pretexto de la lucha internacional contra el terrorismo islámico, además de causar muchas víctimas, ha hecho de todos ellos unos parias sospechosos e indeseables. Por eso, a partir de 2018, empezaron a llegar noticias de una nueva ola de represión, con la construcción de campos de concentración por los cuales ya habría pasado la décima parte de esa nación. Después de negar su existencia, el gobierno dijo que son “centros de reeducación y de formación profesional” para prevenir y erradicar la radicalización terrorista. Eso va acompañado de la destrucción masiva de mezquitas, panteones y otros lugares de culto, la prohibición de la lengua y de otras prácticas culturales, la censura de la producción intelectual y artística, así como el arresto de sus autores. No se vale hablar de “genocidio”, pero sí, de “etnocidio cultural”.
¿Será cierto que las mujeres uigures sufren el 80% de las esterilizaciones realizadas en China? Representan el 2% de la población… Lo que no se puede poner en duda es una caída de la tasa de natalidad de 50 por ciento en los tres últimos años. ¿Por qué? Por lo pronto, los parlamentos de Bélgica, Canadá, Holanda, Inglaterra han denunciado, a la luz de este fenómeno demográfico, un “genocidio”.