ELBOWS, UP, CANADA! ¡Arriba los codos, Canadá!, es el grito de guerra del equipo de hockey sobre hielo, el deporte tan popular en Canadá que se dice que define la identidad nacional. A la hora del asalto de Donald Trump contra su país, el equipo nacional derrotó al de Estados Unidos, provocando una explosión de patriotismo y el florecimiento de cientos de miles de banderas con la hoja de maple. En su discurso de despedida, Justin Trudeau lanzó el grito de todos conocidos, Elbows up, Canada!, preludio a la organización de un movimiento de resistencia nacional.
Trump, en su imperialismo al estilo MAGA, ha resucitado capítulos de la historia que todo el mundo había olvidado. Para empezar, Canadá nació cuando la guerra de independencia de los Estados Unidos tomó la dimensión de una guerra civil entre americanos independentistas y leales a la Corona británica. Los últimos, al perder la partida, emigraron en masa a lo que no era aún Canadá y dieron al país su dimensión gemela, francesa e inglesa. Los independentistas fracasaron en su intento de conquistar Canadá otra vez, a principios del siglo XIX, en la última guerra entre Washington y Londres (1812-1814). Los estadounidenses no quitaron el dedo del renglón y fueron muchos los enfrentamientos hasta la primera guerra mundial.
La eventual anexión no tuvo lugar porque un gobierno responsable era posible en el seno del imperio, bajo el escudo de Inglaterra, la primera potencia mundial, dueña de los mercados, de la finanza y de los mares. La guerra de 1812-1814 no se olvidaba y el enorme crecimiento de los EU aumentó el temor a la república imperial. A pesar de tratados y acuerdos (que Trump denuncia ahora), seguían los litigios fronterizos y, en su campaña electoral, el siniestro James Polk reclamó Oregón y toda la Columbia británica, hasta el Alaska ruso, al grito de “¡Paralelo 54 o la guerra!”. Londres cedió Oregón y la frontera se fijó en el actual paralelo 49. Y Polk se fue a la guerra contra México, como demasiado bien sabemos.
En 1867 nació formalmente el Estado canadiense, bajo el nombre de “Dominio” de Canadá, en forma de federación de las provincias y territorios de la América del Norte británica. ¿Por qué en 1867? El poderoso vecino había salido de su tremenda guerra civil, había contribuido a expulsar a los franceses de México y amenazaba con voltearse hacía el Norte. En su expansionismo compraba al imperio ruso el inmenso Alaska, separado de la Unión americana por el Oeste canadiense. ¿No iba a buscar la continuidad territorial? Esta amenaza convenció a la clase política de la necesaria unión desde el Atlántico hasta el Pacífico. La federación nació el 29 de marzo de 1867. Justo a tiempo. Al día siguiente, EU pagó al zar Alejandro la compra de Alaska.
En los años 1870 y 1880, un fuerte grupo de presión, representando los intereses de los Estados fronterizos estadounidenses, trabajó en Washington para lograr la anexión de Manitoba, Saskatchewan y Alberta. El gobierno de Ottawa se defendió con la construcción del ferrocarril intercontinental y la llegada de un millón de inmigrantes para colonizar ese espacio y transformarlo en el granero del mundo. Sin embargo, en EU no desistían porque pensaban que su Destino Manifiesto les daría el dominio de toda América del Norte, incluido México. No creían en la profecía acertada del gran político inglés, Disraeli: “No soy de los que creen que el destino ineluctable de Canadá sea ser anexado a los EU. Canadá detiene todos los elementos de un gran país independiente. Está destinado a volverse la Rusia del Nuevo Mundo”, por su clima y su inmensidad. A principios del siglo XX, el presidente W.H. Taft, ningún amigo de México, por cierto, buscó un tratado de reciprocidad comercial, como un paso hacía la anexión de Canadá por medios económicos. En 1911, los nacionalistas ganaron las elecciones con el argumento de que Canadá no sobreviviría al tratado. El nuevo parlamento rechazó el tratado.
Trump intenta lo mismo, con su guerra de aranceles. Como Taft, despierta el orgullo nacional y une a los canadienses. Y, espero, a mexicanos y canadienses.
Historiador en el CIDE