A diario, los mexicanos pasamos en promedio 3 horas con 21 minutos en redes sociales. ¿Qué hacemos en ese tiempo? De acuerdo con datos de We Are Social y Meltwater, 60% de los mexicanos utilizan las redes sociales para mantenerse en contacto con amigos y familiares.
Las redes sociales se han convertido en un espacio en el que se configuran valores, creencias y hasta relaciones. Para muchas personas, son el único contacto que tienen con sus seres queridos; y, en el confinamiento por covid-19, se convirtieron en la única ventana “con el mundo exterior” de millones de hogares.
En la recién publicada “Reflexión pastoral sobre la interacción en las Redes Sociales”, el Dicasterio para la Comunicación —división del Vaticano que se encarga de reflexionar en torno a las realidades en materia de comunicación— asegura que aunque seguimos utilizando la web para información y entretenimiento, acudimos a las redes sociales en busca de un sentido de pertenencia y afirmación.
Pero no debemos olvidar que las redes sociales también constituyen un negocio. Las grandes empresas tecnológicas ganan dinero a medida que usamos sus productos; de esta forma, son capaces de vendernos publicidad personalizada o comercializar con nuestros datos. A sabiendas de que somos usuarios y mercancía, ¿por qué seguimos usando las redes? Porque los sofisticados algoritmos se encargan de mostrarnos sólo lo que nos gusta.
Todos los blogs que buscan “descifrar” los algoritmos de las redes sociales más importantes coinciden en algo: conforme más usas tu cuenta, más aprende el algoritmo de ti. Entre más ves o compartes contenido de viajes, más contenido de viajes te va a mostrar. Pero cuando un algoritmo nos muestra exactamente lo que queremos ver, corremos el riesgo de olvidar que existen visiones diferentes a la nuestra.
Irónicamente, en un universo de información, en el que tenemos realidades y culturas distintas al alcance de un clic, terminamos encerrados en una burbuja. Podemos caer en la falacia de asumir que, como todos en mi timeline apoyan cierta postura política, es la única postura que existe. Por eso las redes sociales suelen avivar las llamas de la polarización. En palabras del Papa Francisco: la red constituye una ocasión para favorecer el encuentro con los demás, pero puede también potenciar nuestro autoaislamiento.
Esto no significa que las redes sociales son intrínsecamente malas. Hace unas semanas, en este espacio mencionábamos que la tecnología no es buena ni mala, y culpar a las redes sociales de una problemática humana sería minimizar el problema. Debemos entender las redes como una herramienta para precisamente eso: tejer redes, crear puentes.
Las redes sociales pueden –y deben– convertirse en un espacio para compartir historias y experiencias que nos hagan redescubrir lo que nos une. No permitamos que una pantalla se convierta en nuestro prójimo, pues nuestro prójimo está a lado nuestro. Y, como pide el Papa Francisco: no dejemos que las redes nos impidan el contacto directo con el dolor y la alegría del otro, con la complejidad de su experiencia personal.
Director de Comunicación de la Arquidiócesis Primada de México
Contacto: @jlabastida