El domingo 1 de junio de 2025 será recordado por los serios libros de historia como el día en que consumó un golpe de Estado constitucional, el fin de la democracia y una mortal puñalada a la república. No exagero. Lo que anunció desde el 5 de febrero de 2024 el entonces presidente López Obrador, en su llamado “Plan C”, fue la captura del Poder Judicial de la Federación. Ya tenían en la bolsa al Poder Legislativo. Su intención nunca fue mejorar la impartición de justicia en México. Lo animó su sed de revancha, su intolerancia, su ignorancia y, desde luego, su descarada ambición de poder. Nada de esto hubiera sido posible si no fuera por la tramposa sobrerrepresentación que las autoridades electorales le obsequiaron al régimen, en la Cámara de Diputados, y por la corrupción y traición que, todos vimos, en el Senado de la República. Ah, y desde luego, por la imperdonable traición de un ministro, (Pérez Dayán) que cedió con tal de ocultar alguna inconfesable conducta.

La presidente Sheinbaum, al llegar al poder en octubre pasado, pudo haber detenido este despropósito. Pero no. La suerte ya estaba echada. Y la narrativa fue la misma: que el pueblo sea el que elija a jueces, magistrados y ministros; que terminen la corrupción y los privilegios (y ya luego hablamos de fiscalías, ministerios públicos y policías). Todos estos meses nos recetaron la falsedad de que fue el pueblo, en las urnas, quien decidió la maldita reforma judicial. Nada más falso. Es la narrativa de la demagogia, la mentira y el insaciable apetito de poder de Morena. Y la mejor prueba de ello fue el resultado electoral. Nueve de cada diez electores no acudimos a las urnas. No dimos nuestro voto ni la legitimidad al golpe de Estado. El régimen lo consideró un gran éxito. Descaradamente y ante los ojos del INE, se prepararon acordeones (como en la primaria) para que los acarreados no se fueran a equivocar. La elección estaba ya resuelta. Faltaba la votación. Y así fue. Resultaron electos los que aparecían en los acordeones. La pregunta que flota en el ambiente es: ¿y quién fue el que los confeccionó? ¿Ella o él? Llega, en su mayoría, gente sin preparación y sin arrastre popular. Una bola de improvisados que, naturalmente, tendrán como guía de su actuación la instrucción de quien los puso en esas posiciones. Por si fuera poco, crearon un autentico patíbulo, la moderna Santa Inquisición, con un Tribunal de Disciplina Judicial, conformado por cinco perfiles totalmente alineados a López Obrador. Sus decisiones serán inapelables y traerán jodidos a jueces y magistrados, si no acatan, puntualmente, sus lineamientos. Será, para acabar pronto, más poderoso que la mismísima Suprema Corte.

Así, adiós división de poderes, adiós Estado de derecho. Nada de tribunales expeditos para impartir justicia pronta, completa e imparcial. Privará la corrupción y la incertidumbre. Esto ahuyentará capitales y empleos. De alguna manera, regresamos a la ley de la selva. Eso sí: prohibido callar. Nada de rendirse.

Javier Lozano

Abogado

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