El presidente López Obrador volvió a presumir que no hay ni ha habido, en el mundo, un mandatario que se reúna todas las mañanas, a primera hora, con su gabinete de seguridad. Puede ser. No lo sé, ni me importa. Lo que sí sé, porque lo veo —también a diario—, es el enorme fracaso de su absurda política pública contra la inseguridad que combina la ya acuñada frase célebre de “abrazos y no balazos”, junto con la ingenua idea de acabar con la delincuencia atendiendo sus causas.
El resultado es que, a la fecha, se registran 181 mil 774 homicidios dolosos, con lo cual y aún haciendo las “cuentas del gran capitán”, este es ya el sexenio más letal de la historia moderna de México. En suma, no por mucho madrugar se cometen menos estupideces. Por cuanto hace a las desapariciones forzadas, no contento con ignorar a las “madres buscadoras” —que merecen todo nuestro respaldo y reconocimiento— tuvo el señor la brillante idea de cambiar la metodología para matizar el golpe. Lo que busca es un mecanismo que justifique su indolencia y sus “otros datos”. Pero, si ademas, le agregamos los 10 feminicidios diarios que ocurren en nuestro país, más los cientos de miles que han fallecido por falta de atención oportuna durante la pandemia, o por falta de medicamentos, de camas o atención médica en hospitales, o por carencia de quimioterapias para niños con cáncer, el saldo es aterrador.
López Obrador ha hecho de nuestro territorio un auténtico cementerio o, mejor dicho, una fosa común. La constante, cada vez que se le increpa por un hecho delictivo —aun estando grabado a plena luz del día y en la vía pública, como las madrizas a trabajadores del transporte público en Acapulco— él se convierte en la víctima y acusa a los medios y a “la derecha” de magnificar los hechos o de enfrentar una campaña de los conservadores en época electoral. El asunto de los 43 normalistas de Ayotzinapa no solo no lo resolvió (según lo prometió) sino que lo empeoró. Se le ha salido de las manos por torpe y negligente. Ahora ya son 44 y, el policía que ejecutó, en días pasados, a este joven inocente, resulta que “se fugó”. Mientras tanto, Guerrero arde ante la ineptitud de sus presidencias municipales y de quien funge como gobernadora de la entidad. Es un Estado fallido. Podríamos seguir con una larga lista de promesas fallidas y de proyectos inacabados. Pero prefiero terminar con una pregunta: ¿de verdad quieren la continuidad que ofrece Claudia Sheinbaum, de otros seis años de fracaso, impunidad, corrupción, uso faccioso de la procuración de justicia, y la destrucción y regresión de México? Pensemos y actuemos. El segundo piso de la 4T también se les va a caer.