A diez años de la partida de Don Manuel Camacho Solís, su legado no ha perdido vigencia. En el México actual, donde la izquierda ha tomado por fin la conducción del Estado tras 89 años de gobiernos federales encabezados por los proyectos conservadores del PRI y del PAN, sus enseñanzas resultan no solo pertinentes, sino indispensables. Don Manuel no fue un político más: fue un arquitecto de acuerdos sociales, un estratega institucional, y un pensador político de largo aliento.

Uno de sus mayores legados, muchas veces olvidado, fue haber sido el principal impulsor y arquitecto de la Concertación para la Reconstrucción de la Ciudad de México, tras el sismo de 1985. Fue gracias a su capacidad de generar consenso social, y no solo decisiones tecnocráticas, que la capital del país pudo levantarse desde sus cenizas. Esa experiencia no solo mostró su compromiso con el bienestar colectivo, sino su habilidad para traducir el conflicto en acción transformadora.

El conflicto como motor, el acuerdo como horizonte

Don Manuel entendía que el conflicto no es algo que deba evitarse, sino una expresión legítima de las tensiones sociales que atraviesan toda democracia. Para él, el verdadero arte de la política consistía en construir acuerdos a partir del conflicto, no en simular armonía.

Creía en el diálogo, pero no en el apaciguamiento. Dialogaba con todos, incluso con quienes lo habían enfrentado, pero lo hacía desde la claridad de sus principios y con límites bien definidos. Su idea de construir consensos no implicaba borrar las diferencias, sino procesarlas políticamente para generar soluciones duraderas.

Hoy, cuando algunos reducen el diálogo a una estrategia de imagen, su legado nos recuerda que acordar no es ceder: es encauzar el poder para resolver lo que duele, lo que divide y lo que retrasa.

Una transformación que apenas comienza

Don Manuel fue testigo del vaciamiento de la política en manos del tecnocratismo. Vio cómo se desplazaba la toma de decisiones hacia élites cerradas que confundieron gobernar con administrar. Las reformas de las décadas de los 80, 90, y 2000s impuestas sin consenso social, generaron desigualdad estructural, deslegitimaron al Estado y desmantelaron su función redistributiva.

Ese modelo de país fue sostenido por el PRI y el PAN durante 89 años, nueve décadas. Pero desde 2018, México eligió un nuevo rumbo. Un proyecto popular, democrático y progresista ocupa el centro del poder político.

Hoy la presidenta Claudia Sheinbaum tiene ante sí profundizar y consolidarnos como nación: continuar y profundizar los cambios estructurales que por décadas fueron saboteados o pospuestos por un sistema que agravió y fracturó a millones de mexicanas y mexicanos. El legado de Don Manuel no es nostalgia, es una advertencia: los avances democráticos no se consolidan solos; requieren voluntad, visión y claridad sobre a quién sirve el poder.

Un pensamiento que sigue guiando

La influencia de Don Manuel no se limitó a un periodo ni a un partido. Desde sus primeras clases en El Colegio de México, sembró una cultura de pensamiento crítico y compromiso institucional. Fue un defensor de la necesidad de construir memoria institucional frente a una cultura política que premia el olvido.

Su visión aún resuena en textos —algunos inéditos— donde analizaba con precisión el papel del Estado como garante de justicia social. Para él, el poder público debía estar subordinado al interés general, no al cálculo inmediato ni a las lógicas de mercado.

No enseñaba consignas, sino marcos de pensamiento. A quienes tuvimos la fortuna de aprender de él, nos marcó con una convicción indeleble: la política tiene sentido solo si se convierte en vehículo para la igualdad, la dignidad y la inclusión.

Don Manuel Camacho Solís no buscó la popularidad ni se aferró al cargo: construyó futuro. Hoy, su legado interpela a quienes tienen el privilegio de gobernar: que recuerden que el poder sin transformación es estéril, y que los acuerdos verdaderos solo nacen cuando se reconocen los conflictos y se les enfrenta con responsabilidad.

Licenciado en Economía por el ITAM y cuenta con una Maestría en Planeación y Desarrollo Urbano, así como estudios doctorales sobre Economía Urbana y Marcas País por la University College London.

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