La inteligencia artificial (IA) es uno de los temas que concentran más atención hoy en día. Esto no sorprende, ya que estamos presenciando la rápida evolución de una gama amplia de tecnologías que dan a máquinas la capacidad de replicar, con una eficiencia extraordinaria, una cada vez más mayor y más sofisticada variedad de capacidades que normalmente requieren inteligencia humana. La IA puede inclusive hacernos sentir en algunos momentos que estamos en el terreno de la ciencia ficción.

Los beneficios de la IA son numerosos. Permite a máquinas la traducción a diversos idiomas, el reconocimiento de patrones en grandes bases de datos, la conducción autónoma de vehículos, la creación de contenido ya sea en texto o en imágenes, la identificación de preferencias de los consumidores, la detección de fraudes, la interpretación médica de imágenes o información, la conversación con humanos para responder preguntas sobre temas de todo tipo, etc.

Como es obvio, al final esto se traduce en una mejora considerable de la capacidad para resolver problemas de alta complejidad y para la consecuente toma de decisiones. En última instancia, la IA es una vía para mejorar la productividad y, por tanto, el potencial de crecimiento económico. La importancia de la IA es tal, que algunos analistas consideran que estamos viviendo el equivalente de una nueva revolución industrial.

Sin embargo, la IA también tiene ángulos que son motivo de inquietud. De hecho, en encuestas recientes un elevado número de los entrevistados ha expresado preocupación, más que entusiasmo, por la rapidez con la que se está adoptando la IA.

Uno de los principales motivos tiene que ver con sus implicaciones para las fuentes de trabajo. En específico, la IA va a eliminar los empleos para un elevado número de trabajadores, aunque al mismo tiempo creará nuevas oportunidades para otros.

Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), alrededor de 60% de las fuentes de trabajo en las economías avanzadas está expuesto a la IA. De esta cifra, se calcula que más o menos la mitad será impactada de manera negativa y el resto tendrá la posibilidad de beneficiarse en vista de su potencial de complementariedad con estas tecnologías.

El FMI considera que la exposición de las economías emergentes y de bajos ingresos a la IA es menor (40% y 26%, respectivamente), dada la naturaleza de sus fuentes de empleo. Aunque esto las expone menos a los costos que acompañan a la adopción de estas tecnologías, también modera su impacto benéfico.

El conjunto de ajustes positivos y negativos de la IA tiene por supuesto consecuencias para la distribución del ingreso, tanto a nivel nacional como global.

Pero estos no son los únicos riesgos que acompañan a la IA. Así, por ejemplo, se ha expresado preocupación por factores como la falta de transparencia o el uso de información defectuosa en los modelos de IA utilizados, así como por el empleo de estas tecnologías para el desarrollo de armamentos más poderosos, para el robo de identidad, para diseminar información falsa que inclusive pueda poner en peligro la estabilidad de algunos gobiernos, para hacer un uso fraudulento de información en los centros de trabajo o educativos, etc.

Obviamente, es indispensable tener conciencia de estos riesgos y de la necesidad de contenerlos. Sin embargo, sería un error garrafal dar más peso a los aspectos negativos que a los positivos de la IA. Lo importante en este momento es, por una parte, asegurar que están dadas las condiciones para aprovechar los enormes beneficios que ofrece la IA y, por la otra, poner en marcha las acciones para contener sus posibles costos. Al final, el objetivo debe ser que la IA se convierta en un proceso real de “destrucción creativa”.

¿En dónde podemos ubicar a México en este frente? Básicamente en la calle de la amargura. La UNESCO presentó a principios de este mes una “Evaluación del estadío de preparación de la inteligencia artificial” para nuestro país. El informe incluye un Índice de IA, parte de una iniciativa internacional apoyada por la UNESCO para comparar a los países de la región. En 2023, el Índice para México es de 2.78 puntos en “visión e institucionalidad” y 8.33 en “estrategia”. Los puntajes promedio para América Latina son 33.68 y 35.41, respectivamente.

¿Cuáles son los motivos de ese triste desempeño? Según la UNESCO, “…el país no cuenta con una estrategia de IA vigente y no ha puesto en marcha mecanismos con participación social para avanzar en esta materia”.

Por si esto no fuera suficiente, el Informe señala que la inversión pública per cápita en investigación y desarrollo en México es inferior al ya muy bajo promedio de América Latina, y que en los últimos años se ha reducido notablemente el gasto público en tecnologías de la información y la comunicación. Además, en brecha de género por acceso a internet México ocupa el lugar 77 de 100 países.

Es muy lamentable que México esté desperdiciando esta valiosa oportunidad. ¿No debería un país como el nuestro, en el que la pobre productividad ha sido durante muchos años el principal obstáculo para el crecimiento económico, dar alta prioridad a la búsqueda de vías para atacar ese problema?

Ojalá que cuando la conducción del gobierno cambie de manos, el “segundo piso” permita la altura de miras para concentrar los escasos recursos públicos disponibles en el aprovechamiento de actividades, como la IA, que verdaderamente pueden representar un cambio profundo para el futuro del país.

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