Uno de los eventos económicos que más interés ha despertado recientemente es la depreciación del dólar estadounidense. El jueves de la semana pasada el tipo de cambio del dólar frente a 10 monedas globales cayó a su menor nivel desde abril de 2022. El conflicto en el Medio Oriente dio un respiro al debilitamiento de esta divisa, aunque no queda claro en qué medida esto se explica por el rol del dólar como activo de refugio en momentos de incertidumbre, o por el efecto benéfico de los mayores precios del crudo, resultado del conflicto, en el sector externo de la economía americana.
Los principales factores detrás de la depreciación del dólar desde principios de este año son claros. En breve, una política arancelaria que puede tener de manera simultánea efectos nocivos sobre la inflación y la actividad económica; la intención de implementar una política fiscal que puede deteriorar los ya muy elevados niveles de endeudamiento público en Estados Unidos, cuyos riesgos han sido subrayados por la reciente decisión de la agencia Moody’s de degradar su calificación; y dudas sobre la fortaleza del estado de derecho en el país.
A lo anterior se ha sumado la volatilidad de las decisiones en materia arancelaria; en ocasiones, la percepción de un relajamiento más rápido de lo anticipado de la política monetaria de la Reserva Federal; y, en general, un entorno de gran incertidumbre sobre el rumbo de las políticas públicas.
Es cierto que varios de los aumentos de aranceles se han suspendido de manera temporal, que el gobierno estadounidense ha iniciado negociaciones comerciales con diversos países y que el Senado puede modificar el paquete fiscal aprobado por la Cámara de Representantes. Sin embargo, independientemente del ruido causado por la guerra, el panorama sigue siendo muy incierto.
Este escenario, aunado a la desaceleración de la economía estadounidense y sus posibles implicaciones para las decisiones de política monetaria de la Reserva Federal, sugieren que, de no presentarse un escalamiento de la guerra en el Medio Oriente u otro choque importante, existe espacio para una depreciación adicional del dólar. Obviamente, es aún más difícil pronosticar su duración y magnitud.
¿Pone la debilidad de la divisa estadounidense en riesgo su papel como moneda de reserva? Este ha sido un tema que ha despertado mucha atención. Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, opinó recientemente que “…las erráticas políticas de Trump abren una oportunidad única para fortalecer el papel internacional del euro y permitirle al bloque disfrutar de más de los beneficios que hasta ahora han sido reservados a Estados Unidos”.
El dólar ha perdido participación en el total de reservas internacionales de los bancos centrales, de aproximadamente 60% en 2000 a 46% en 2024. Las monedas que más se han beneficiado de este descenso son el renminbi chino y, en mucho menor medida, el dólar canadiense y el dólar australiano. Tomando en cuenta los retos que enfrenta la eurozona, no debería sorprender que el euro no haya sido una contraparte importante de esta tendencia.
Cabe señalar que desde 2024 el oro desplazó al euro como el activo de mayor importancia en las reservas internacionales de los bancos centrales después del dólar (alrededor de 20%). Además, este metal ha operado como el principal activo de refugio en los últimos meses. Sin embargo, es difícil imaginar que pueda reemplazar el papel internacional del dólar en virtud de sus limitaciones físicas, mismas que por cierto han sido evidentes a lo largo de este año.
Además de que el dólar sigue siendo por mucho el activo principal de las reservas internacionales globales, alrededor de 50% de la facturación del comercio internacional se lleva a cabo en dólares y no hay una moneda con la suficiente liquidez y profundidad en sus mercados financieros que pueda desempeñar este papel. En palabras de Martin Schlegel, presidente del banco central de Suiza, “…los bonos del Tesoro de Estados Unidos son muy líquidos. No existe en la actualidad una alternativa y no es de esperarse que la haya”.
En suma, considerando lo antes expuesto, y que es poco probable que el gobierno estadounidense se quede cruzado de brazos ante un desafío al papel internacional del dólar, es difícil esperar cambios radicales en el status quo durante un buen rato, aunque también es cierto que de no modificarse el actual enfoque de políticas públicas del gobierno estadounidense, el ritmo de desgaste del papel global del dólar se puede acentuar.
¿Y las implicaciones para el peso?
Si el dólar siguiera debilitándose, sería de esperar que al igual que lo observado en los últimos meses, en general las divisas de economías avanzadas y emergentes mostraran una apreciación.
Sin embargo, México también enfrenta una situación desafiante en lo macroeconómico, en lo estructural y en su marco legal; un panorama en el que el diferencial de tasas de interés con Estados Unidos seguirá estrechándose; un diferencial de inflación con ese país desfavorable para el nuestro; una relación con Estados Unidos sujeta a alta incertidumbre, a lo que habrá que añadir la renegociación del TMEC; y una economía muy abierta a los flujos de comercio y capital del exterior, lo que implica riesgos casi permanentes para nuestra moneda.
Por tanto, es razonable anticipar que más temprano que tarde el peso reinicie su tendencia a la depreciación frente a la divisa estadounidense.