No tengo duda de que el problema de más urgente resolución que enfrenta nuestro país es el fortalecimiento de las finanzas públicas. Esto se explica en parte por la necesidad de reducir el enorme déficit fiscal heredado de la administración anterior, equivalente a cerca de 6% del PIB.

Pero también porque la fortaleza de las finanzas públicas es la base sobre la que descansan las acciones que el gobierno debe tomar en numerosas áreas para atender los retos económicos que enfrenta el país. ¿Como podemos esperar que se resuelvan los rezagos que enfrentamos en materia educativa, de salud, de infraestructura, de inseguridad, de participación de la mujer en la economía, etc., en un entorno de finanzas públicas frágiles?

El origen de este problema tiene varias aristas. Estas van desde una asignación del gasto público de una ineficiencia casi inconcebible en los últimos años, hasta compromisos de gasto en varias áreas que estrechan considerablemente el margen de maniobra de las autoridades, e ingresos que se comparan de manera muy desfavorable con economías de desarrollo similar al de la nuestra.

Otra presión igualmente seria sobre el erario se deriva de la difícil situación financiera de Pemex. No es posible concebir una solución definitiva al reto que enfrentan las finanzas públicas que no venga acompañada de la superación de las dificultades de esta empresa.

No obstante que Pemex es la firma petrolera más endeudada del mundo, su producción de crudo se ha desplomado. Además, aunque contamos con depósitos de gas abundantes, especialmente en el norte del país, importamos alrededor de 70% del gas que consumimos. Por si esto no fuera suficiente, Pemex ha acumulado adeudos con proveedores estimados en alrededor de 20 mil millones de dólares. Como es natural, la insostenible posición financiera de la petrolera se refleja en la baja calificación de su deuda por las agencias especializadas.

A mediados de este mes se dio a conocer el Plan de Trabajo de Pemex para el periodo 2025-2030. Aunque este contiene algunos elementos positivos, no encontré en el documento información que me lleve a concluir que existe ya una estrategia para resolver los problemas de la empresa.

El Plan establece objetivos ambiciosos. Por ejemplo, producir 1.8 millones de barriles diarios de hidrocarburos líquidos a lo largo del sexenio, incrementar las reservas de hidrocarburos para cubrir 10 años de consumo, expandir la producción de gas, autosuficiencia en gasolina y diesel, recuperar la petroquímica y aumentar la producción de fertilizantes a niveles que permitan eliminar las importaciones. Por si esto no pareciera lo suficientemente ambicioso, también se contempla que Pemex contribuya a apoyar los programas sociales y a aportar recursos a la hacienda pública.

El Plan aclara que el financiamiento para lograr estos objetivos vendrá principalmente del presupuesto de inversión de PEMEX, complementado con la participación del sector privado mediante proyectos mixtos.

Para empezar, la viabilidad de que los recursos contemplados sean suficientes para lograr los objetivos fijados es, por decirlo de una manera amable, dudosa. Pero independientemente de lo anterior, ni siquiera se puede asegurar que el gobierno contará con el margen presupuestal para asignar a Pemex los montos incluidos en el Plan, sobre todo tomando en cuenta que a las limitantes en las finanzas públicas que mencioné anteriormente, ahora habrá que añadir que el gobierno federal ha anunciado que absorberá montos considerables de los adeudos de Pemex y que reducirá el pago de derechos por hidrocarburos de la empresa de 40 a 30%. Más lo que se acumule.

La mayor apertura a la inversión privada en los proyectos de Pemex constituye un cambio de relevancia respecto de las políticas seguidas en el sexenio anterior. Es positivo que el gobierno cuando menos reconozca que Pemex puede no contar con los recursos financieros o la tecnología requeridos para determinados proyectos, y que en estos casos se puede permitir la participación del sector privado.

Sin embargo, antes de echar las campanas al vuelo, habrá que ver cómo se implementa. Las autoridades han explicado con toda claridad que la decisión de solicitar o no inversión privada será exclusivamente de Pemex. Además, está por verse que los esquemas que se pongan en marcha con este fin despierten el interés de inversionistas privados.

Y los problemas no se terminan aquí. Durante la presentación del Plan se aclaró que la gran mayoría de la extracción de petróleo se destinará a la producción de gasolinas y diesel, es decir a la refinación en vez de a la exportación. Es difícil entender cómo puede ser esto conveniente para Pemex, cuando la exportación de crudo es la actividad más lucrativa de la empresa y esta pierde dinero en la refinación. Puesto de otra forma: ¿de qué serviría aumentar la producción de petróleo si este sería su destino?

En suma, el Plan de Trabajo de Pemex representa un avance frente al descabellado enfoque de la administración anterior, pero no proporciona una solución a los retos de Pemex. Esto solo será viable con un cambio de fondo al modelo de negocios de la empresa que le permita sanear su situación financiera. Los indicios de pragmatismo en la producción de la empresa de nada servirán si no se hace un movimiento equivalente en su modelo de negocios. Desafortunadamente, los mensajes que acompañaron la presentación del Plan van justamente en la dirección contraria.

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