Hace 60 años, Joaquín Mortiz publicó en la Serie del Volador un libro insólito, que podría creerse un libro imaginario procedente de un libro imaginario, que no ha dejado de propiciar mitos varios y algo semejante a una leyenda negra y lectores fieles, que acaso han conformado una cofradía subrepticia; me refiero a Farabeuf de Salvador Elizondo.
Como ese libro que alguien dejó olvidado en “aquella casa, lujosa y decrépita a la vez” —3 rue de l’Odeon—, entre cuyas páginas amarillentas se encontraban dos cartas: “Aspects Médicaux de la Torture Chinoise... Precis sur la Psychologie... no, Physiologie... y luego decía algo así como: renseignements pris sur place à Pekin pendant la revolte des Chinoix en 1900... el autor era H. L. Farabeuf... avec planches et photographies hors texte...” cuyo “autor tanto ha dado qué hablar en los círculos de su especialidad. Una obrita inquietante en verdad”; el libro de Elizondo también produjo alarma y escándalo. Octavio Paz advertía que en él la “crítica de la realidad y del lenguaje no parte de la razón o de la justicia sino de una evidencia inmediata, directa y agresiva: el placer. Zona secreta, apenas frecuentada por los escritores de nuestra lengua. Si esta osadía es excepcional, más lo son el rigor con que construye sus fabulaciones novelescas y la penetración de su mirada”.
En su libro De viva voz (entrevistas con escritores), Marco Antonio Campos le preguntó a Elizondo que si creía que, como dice Emmanuel Carballo, “en Farabeuf se llegue por la exasperación al goce artístico”.
“Yo creo que es la opinión de un crítico, y allí no me meto”, le respondió Elizondo. “Yo he encontrado muchísimos lectores que coinciden por propia experiencia con la opinión de Carballo: ‘Es verdaderamente exasperante, es insoportable leer tu libro...’ dicen. ‘Durante la lectura lo he dejado veinte veces, pero luego he tenido que recogerlo’, dicen otros. Yo tengo muchos ejemplares que he recuperado con las huellas claras de la exasperación. Hay otros que me dicen que se lo han leído de una sentada, pero son más raros”.
En esa entrevista, instigado por Marco Antonio Campos, no sin ironía, desliza que la síntesis de Farabeuf “es evidente y no creo que se preste a grandes especulaciones. El amor y la muerte, la tortura y el orgasmo, que se identifican en una sola imagen, en un ideograma único en el que está reunido todo: amor, muerte, presente, pasado, futuro” y sostenía que “el error de base es creer que se trata de una novela. Ni una antinovela. Es simplemente una escritura de principio a fin. Pero no me atrevo a definirla como nada. A lo más, creo que se trata de una película mental”.
A pesar de que puede creerse que en el centro de Farabeuf de Elizondo se encuentra una fotografía del suplicio chino llamado Lengn-tch’e, en la cual, según los cuadernos de diario de Elizondo y solía referir Pepe de la Colina, se halla el origen de su escritura, parece un libro infinito, como la esfera de Pascal, “cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna, que se conforma de instantes infinitesimales cifrados en la fotografía del supliciado, en una estrella de mar, en el deslizamiento de una tablilla de madera sobre una tabla más grande, en “el pequeño ruido metálico” que hacen tres monedas al caer sobre una mesa, en el doctor Farabeuf al traspasar el umbral de la casa en el 3 rue de l’Odeon, en la espera de la Enfermera, en una mosca que choca reiteradamente contra una de las ventanas de esa casa, en un ideograma inscrito en esa ventana empanada.
Como el círculo infinito, la última palabra del libro remite al principio…
Recientemente la editorial Planeta ha vuelto a publicar Farabeuf.
Mañana, Salvador Elizondo cumpliría 93 años.

