“En un banquete que daba un noble en Tesalia”, “llamado Scopas”, recuerda Frances A. Yates al principio de El arte de la memoria, “el poeta Simónides de Ceos cantó un poema lírico en honor de su huésped, en el que incluía un pasaje en honor de Cástor y Pólux. Scopas dijo mezquinamente al poeta que él sólo pagaría la mitad del poema. Poco después le entregó a Simónides el mensaje de que dos jóvenes lo estaban esperando afuera y querían verlo. Se levantó del banquete y salió al exterior pero no logró hallar a nadie. Durante su ausencia se desplomó el tejado de la sala de banquetes aplastando y dejando, bajo las ruinas, muertos a Scopas y a todos los invitados; tan destrozados quedaron los cadáveres que los parientes que llegaron a recogerlos para su enterramiento fueron incapaces de identificarlos. Pero Simónides recordaba los lugares en los que habían estado sentados a la mesa y fue, por ello, capaz de indicar a los parientes cuáles eran los muertos. Los invisibles visitantes, Cástor y Pólux, le habían hermosamente pagado su parte en el panegírico sacando a Simónides fuera del banquete momentos antes del derumbamiento. Y esta experiencia sugirió al poeta los principios del arte de la memoria de la que se le consideró inventor”.

Como la de muchos oaxaqueños, como acaso la de casi todos los oaxaqueños, la memoria de Karina Sosa está inexorablemente marcada por un hecho que ha trastocado a Oaxaca: el surgimiento, en junio de 2006, de la Asamblea Popular de Pueblos de Oaxaca: la APPO. A diferencia de los de muchos oaxaquyeños, sus recuerdos íntimos, familiares de los días de esos meses de esos años se conjuntan con el devenir de esa conjura popular en busca de justicia porque su padre, Flavio, ha sido uno de los conformadores más visibles y determinantes.

Sin afectaciones ni dramatismos, sin exultaciones ni patetismo, sin sentimentalismo ni mucho menos tentaciones panfletarias, con un humor subrepticio, socarrón, común entre algunos oaxacos, en Orfandad, el libro publicado recientemente por Random House, Karina Sosa se ha arriesgado a recrear los recuerdos de esos días de barricadas, de lucha, de resistencia, de cárcel. Como lo ha advertido Guillermo Fadanelli, no es una historiadora ni una científica social. Sólo recuerda su situación en esos días y sus observaciones, para lo cual recurre a veces a lo que anotaba en sus cuadernos, a recrear algunos sucesos sin prescindir de conjeturas literarias. En esos días converge su memoria: esos recuerdos están hechos asimismo de otros recuerdos de su infancia, del devenir de su familia, de sus dudas, de una historia de brujería, de una sanación con hongos. Esos recuerdos son también los de diversos lugares y van trazando un mapa íntimo, personal de Oaxaca, muy distinto del que acostumbran los viajeros.

Aunque confiesa que en esos días se propuso hacer una película a partir de todo lo que ocurría, Orfandad procede esencialmente de la escritura, de la obsesión que importa para Karina Sosa la escritura, de la necesidad de la escritura. No se trata de un artificio ni de una impostura dizque literaria. En la recreación de momentos varios se alude constantemente a la compulsión por escribir, a los cuadernos en los que escribe cotidianamente y que conforman fragmentariamente el libro, en uno de los cuales anotó: “Esta es mi historia, de nadie más. La construí para tener una casa. Es mi historia, aunque involucre a una colectividad: es como una novela rusa que menciona a Napoleón para hablar del amor y del sufrimiento humano. Miento, porque yo no escribo una novela, sino apenas unas notas. No soy Tolstoi”.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.
Google News

TEMAS RELACIONADOS