“Con el brazo en alto, una figura en el mar”, escribió Claudio Isaac en el principio de Cenizas de mi padre. “La caja de madera maciza que llevo en la mano contiene las cenizas de mi padre. La sostengo en alto, mientras con el brazo libre hago movimientos para avanzar, sumergido hasta los hombros, en un mar oscuro y sin espuma. Me interno, voy surcando entre olas adormiladas, sin olvidar que ese mismo mar ha arrasado al pueblo que tiene enfrente, con todo y catedral. —A Cuyutlán se lo ha tragado la Ola Verde, dos o tres veces por lo menos, dicen los del lugar”.

En el malecón, junto a la que recuerda a un salvavidas muerto en servicio, una placa está dedicada a su padre, Alberto Isaac, con una frase suya: “Nadaré por siempre en mi amada Ola Verde”.

En 1932, refiere Juan Carlos Reyes Garza, un maremoto había arrasado al pueblo de Cuyutlán con una ola que quizá alcanzó 20 metros de altura, reventó casi 100 metros tierra adentro y llegó hasta la estación de tren, con lo que surgió la leyenda de la Ola Verde, que todavía perdura, aunque rara vez mida más de 2 metros.

En El cine es mejor que la vida, Emilio García Riera recuerda que conoció a Alberto Isaac en el cine club, para algunos legendario, del IFAL. “Me caían muy bien la sencillez, la agudeza y el humor de quien había sido un deportista famoso, al grado de conocérsele con el sobrenombre de ‘la flecha de Colima’ por sus hazañas natatorias (fue recordman nacional por largos años, y aun ganó los 100 metros libres en una competencia norteamericana).

“Que el Güero Isaac, de buenas espaldas, alto y apuesto, fuera al mismo tiempo un cinéfilo culto, resultaba algo extraño; más frecuente es encontrar en el campo de esa cinefilia a gente de escasa prestancia física, y a no pocos freaks incluso. Por fortuna, creo, Alberto no llegó a interpretar a Tarzán en una película mexicana, como se tuvo planeado; en cambio escribía críticas de cine y dibujaba caricaturas con bastante gracia”.

“Mi padre”, rememora Claudio Isaac, “nació huérfano de padre —el hombre, que era ferrocarrilero, murió como consecuencia de un accidente de tren sufrido unos meses antes— y perdió a su madre cuando tenía algo así como diez años. Vivió de modo poco ordinario estos sucesos, pues poco después de nacer él, su madre viuda y con otros seis hijos pequeños lo entregó a tres tías solteronas en la ciudad provinciana de Colima. Así, más que extrañar conscientemente a un padre, padeció su ausencia sin saberlo. La atención y el arropamiento que le proporcionaba el trío de viejas tías era tal que para cuando su madre, vuelta a casar y con nuevas posibilidades económicas lo fue a recoger a Colima, mi padre, de unos seis o siete años, la desconoció y se rehusó a regresar con ella a la capital”.

Perla Ciuk afirma, en el Diccionario de directores del cine mexicano, que su tío era dueño del cine, al que iba casi todos los días, subía a la cabina de proyección, hablaba con el boletero y supervisaba la función.

Entre las formas varias que pueden hallarse de manifestar eso que llaman “historia”, las que puede deparar el cine no parecen las menos reveladoras. Un noticiero cinematográfico, un documental circunstancial, la recreación de un suceso a veces se transforman en más que una curiosidad significativa, una evocación o una obra admirablem como El acorazado Potemki, de Sergei Eisenstein. Alberto Isaac intentó una representación del putsch contra Madero en un film de 1977, Cuartelazo. Pero cinco años antes logró una historia íntima, la remembranza de una educación sentimental, de los sucesos cotidianos que conforman la historia en una película querible: Los días del amor. Se trata de un film sobriamente conmovedor, autobiográfico sin afectaciones ni pretensiones “trascendentales”, una de esas historias acertadas, vivas, de ciertos años de Colima, que no se conservan en archivos, documentos, tesis académicas.

Se propuso asimismo una versión cinematográfica acerca de uno de esos hechos que devienen noticia y leyenda. La Nochebuena de 1945, en el Hotel Colonial, frente al Jardín Principal de Manzanillo, el pistolero Nicolás Rivera, que trabajaba en el hotel, sostuvo una disputa con el cocinero porque, pretextando que había mucha gente, no le llevaba su comida. Luego de una discusión, el Chinto hizo uso de un cuchillo para herir al cocinero, lo cual provocó la llegada de la policía, por lo que el irascible pistolero se refugió en la azotea para enfrentar a los guardianes del orden. El tiroteó se prolongó gran parte de la noche y en él intervinieron el Ejército y la Armada. Se dice que el parque se le terminó al Chinto que se suicidó con el último cartucho que le quedaba. La película de Alberto Isaac, ¡Maten a Chinto!, podría convertirse en película de culto si, por ejemplo, Quentin Tarantino propagara que la considera una joya.

Este año, la Feria del Libro del Palacio de Minería está dedicada a Colima, cuya “fiebre ardiente del paisaje”, escribió el conde Harry Kessler, “le presta un atractivo embrujado que no es posible capturar con palabras”.

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