Entre muchas otras cosas, en Los 1001 años de la lengua española, Antonio Alatorre refiere con obvia fascinación que la historia de la lengua española se inició muchísimos años antes de su indicio más antiguo; “nuestra lengua es el indoeuropeo. Aun cuando hayamos alterado las palabras, y olvidado muchas y adoptado otras muchas, el núcleo de nuestro vocabulario sigue siendo el mismo”. Sostenía asimismo que “es claro que los hablantes del protoindoeuropeo no crearon de la nada su lengua, sino que la heredaron, tal como nosotros heredamos la nuestra; su lengua tuvo una madre, y ésta la suya, y así hasta atrás durante milenios, hasta llegar a una ‘Eva’ lingüística”. Infería que “ya no resulta atrevido decir que los millares de idiomas del mundo, al igual que los miles de millones de seres que lo habitan tienen un origen común” y, en una nota a pie de página advertía: “La diversidad de lenguas, reflexiona Sor Juana en un pasaje de Primero sueño, es un espantoso castigo de Dios por lo de la Torre de Babel a los seres humanos, que tenemos una sola naturaleza, nos hace extraños unos a otros esa diversidad”.
En 2009, el Fondo de Cultura Económica publicó la que “al parecer, es esta la primera edición conjunta de las obras maestras de Góngora y sor Juana”: Soledades de Luis de Góngora con una edición y una Guía de lectura de Antonio Carreira, y Primero sueño de sor Juana Inés de la Cruz con edición y una Invitación a la lectura de Antonio Alatorre, que dilucida, entre otras cosas, que Sor Juana acudió al Faro de Alejandría y a las Pirámides de Egipto “seguramente porque para ella, y para sus contemporáneos, tan fuente de poesía es la naturaleza como la cultura. La poesía de entonces es más culta, más libresca que la póesía que conocemos del romanticismo para acá”. Conjetura que “las soberbias Pirámides la han hecho pensar en otro soberbio edificio, la Torre de Babel y la añade —no para usarla como nueva imagen de un mirador, sino sólo para regalarnos (414-422) un pensamiento sobre la confusión de lenguas con que Dios castigó la presunción de quienes construyeron esa torre. Los seres humanos que compartimos una sola naturaleza, estamos separados unos de otros por la enorme diversidad de lenguas. ¡Qué tristeza! La viñeta de la Torre de Babel está hecha de nueve versos:
y aun aquella blasfema altiva Torre
de quien hoy dolorosas son señales
—no en piedras, sino en lenguas desiguales,
por que voraz el tiempo no las borre—
los idiomas diversos que escasean
el sociable trato de las gentes
haciendo que parezcan diferentes
los que unos hizo la naturaleza,
de la lengua por solo la extrañeza”
En el Génesis (11,1) está escrito: “Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras”. La nostalgia por esa lengua también ha deparado artificios que pretenden suplantarla. En algún confesionario de la Basílica de San Pedro se sostienen confesiones en esperanto, la lengua ideada por el oftalmólogo polaco L. L. Zamenhof hacia el fin del siglo XIX, cuando también el sacerdote alemán Johann Martin Schleyer creó otro idioma que se proponía “universal”; el volapük, cuya trama parece secreta.
Esas maquinitas a las que llaman “teléfono celular”, que no pocos consideran “inteligentes”, propician un idioma simple, elemental, que cercena palabras, las suplanta por un signo, impide la ortografía y abunda en imágenes ramplonas, lo cual deriva en una confusión atroz, como está escrito en el Génesis (11,7): “Por eso fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí confundió Jeovah el lenguaje de toda la tierra”