En la autobiografía que, como algunos de sus contemporáneos, instigado por Emmanuel Carballo, publicó poco después de haber cumplido 30 años, Juan García Ponce, entre otras cosas varias, todavía con placer rememoraba que el “interés por el mundo del arte me hizo caer en Doktor Faustus de Thomas Mann. Fue una experiencia definitiva”. Recordaba que “pasé deslumbrado por las últimas páginas una noche en que debería salir hacia Acapulco con unos amigos y que, gracias a que tenía el poder de ser el dueño del coche en que íbamos a ir, los hice esperar hasta que logré terminarlo, sin que pudieran comprender mi idiotez”.

Un año antes, en 1965, en su libro Cruce de caminos, editado por la Universidad Veracruzana, había escrito un ensayo en el que indagaba: “¿Quién es Adrian Leverkühn?” el personaje de Doktor Fausteus. En el principio, sin embargo, cita el segundo capítulo de La muerte en Venecia, en el que Thomas Mann traza la breve biografía intelectual de su protagonista, Gustav Aschenbach, en cuya obra advertía “la amable apostura, al servicio vacío y severo de la forma. La vida artificial y arriesgada, el ansia y el arte conservadores del falsificador nato”.

Entre las obsesiones de Thomas Mann que no dejaban de fascinar a Juan García Ponce, no parece la menor la que lo indujo a que la creación fuera asimismo crítica de la creación, que “toda su obra es esencialmente una parodia de los estilos tradicionales y vista en conjunto podríamos decir que una de sus funciones es ir utilizando cada uno de ellos para cerrar el ciclo de su realización, llevándolos al fin mediante el humorismo y la ironía, esto es, mediante la crítica de su propia esencia contenida en las propias obras”.

Tampoco dejaba de sorprenderlo que “en todas ellas, nos es posible ver la armadura; el autor, en lugar de ocultárnosla, se empeña en señalarla”.

En una entrevista publicada en Neue Literarische Welt de Darmstadt, publicada el martes 25 de noviembre de 1952 y compilada en Frage und Antwort. Interwieus mit Thomas Mann por Volkmar Hansen y Gert Heine, editada en Hamburgo por Albrecht Knaus en 1983, Thomas Mann confesaba que el libro que más le había costado, el que más le había enardecido como procedió era Doktor Faustus. Sin embargo, en la primera entrevista de las reunidas en ese volumen, el 2 de noviembre de 1909, publicada en Saale Zeitung de Halle a. d. Saale, confesó que se dedicaba a un relato largo; El estafador, “que psicológicamente será como un complemento de mi novela principesca” —aludía a la recién impresa Alteza real.

Thomas Mann no dejó de referirse en sucesivas entrevistas que fue ideando la historia del estafador como novela de aventuras según una tradición que procedía de España; como una parodia a la manera de Don Quijote. El viernes 23 de julio de 1954, le anunció a Münchner Merkur que “la primera parte de la novela del estafador Felix Krull aparece en otoño; la continuación descansa en favor de un ensayo sobre Anton Chejov, cuyo cincuentenario luctuoso se conmemora próximamente”.

Sólo se publicó ese fragmento de Confesiones del estafador Felix Krull, en el que, sostiene García Ponce, Thomas Mann se proponía llevar más adelante aún la experiencia de Doktor Faustus, “trasladando la alegoría al terreno de lo criminal (...); el artista sería ahora el estafador”.

Entre los papeles de Thomas Mann se hallan varios ensayos de firmas posibles de Felix Krull.

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