En la conversación puede converger la literatura. Existen libros y géneros literarios que proceden de ella. Algo de las conversaciones que suelen conformar el devenir cotidiano proceden asimismo de la publicación y, en ocasiones, la lectura de libros así como de personajes que pueden parecer literarios.
Álvaro Uribe era un conversador natural. Sin imposturas platicaba gratamente de libros, de teatro, de cuadros, de exposiciones, de escritores, de pintores, de trivialidades, de rumores e historias del momento, de minucias personales, de comida, de vino. Contaba anécdotas y a veces arriesgaba algo semejante a una confidencia. Poseía una erudición y un sentido del humor amables que no podían prescindir de la crítica sutil y con frecuencia certera, maliciosa sin insidia, con una agudeza que revelaba asombros coloquialmente, como sin advertirlo.
Algo de su conversación perdura en su escritura, en la que ese transcurrir de los días y las noches, los meses y los años, periódicamente bisiestos, que llaman “vida” se entrecruza con lecturas y narraciones, que también la conforman. Sus ensayos no desdeñan las anécdotas, las circunstancias en las que ocurrieron sus lecturas, su condición de lector que, como sucede cuando se leen ciertos libros, intenta compartir preservando sus conmociones, arriesgando conjeturas literarias, compartiendo hallazgos. En no pocas páginas, Álvaro Uribe se dirige confiadamente al lector.
Su biografía literaria de Federico Gamboa, editada por primera vez en 1999 por el Breve Fondo Editorial, Recordatorio de Federico Gamboa, que procede de conversaciones con José Emilio Pacheco, que lo indujo a la lectura de Gamboa, derivó en una novela, Expediente del atentado, editada por Tusquets en 2007, hecha de lo que se conoce como “historia”, de conjeturas que devienen ficción que se confunde con sucesos que parecen ficción, de la recreación de los días de una época y, sobre todo, del placer de una narración aparentemente simple, conversada. Un año después de su publicación Jorge Fons la convirtió en film.
La conversación generosa de Álvaro Uribe también adoptó la forma de la edición. Las colecciones peculiares que ideaba en la UNAM depararon libros fascinantemente sugerentes como Novalis, de Maurice Maeterlinck; como Marcel Schwob, de Jules Renard; como La melancolía de los sastres, de Charles Lamb. Infiero que fue uno de los instigadores, con José Emilio Pacheco, Alfonso de Maria y Campos, Miguel Ángel Echegaray para que Conaculta publicara los volúmenes de Mi diario de Federico Gamboa.
No parece insólito que Álvaro Uribe, lector de Federico Gamboa, escribiera un diario al tener que enfrentarse a una enfermedad atroz, implacable: el cáncer. Como lo informó EL UNIVERSAL en una conversación que sostuvo Yanet Aguilar con Tedi López Mills, Alfaguara acaba de publicar esos diarios con el título oracular de Tríptico del Cangrejo.
Escritas sin patetismo, en la prosa coloquial que cultivó ineludiblemente, como un hecho natural, son páginas en las que puede descubrirse la historia íntima de un enfermo, de un “paciente”, anota Álvaro Uribe, que “se conduce con afabilidad y bromea en exceso: símbolos inequívocos de angustia”, un fragmento de la medicina en el siglo XXI, la historia de un hombre al que la enfermedad lo convierte en otro; la historia de un escritor que halló obsesivamente , con rigor, sin exhibicionismos, una manera admirable de observar y observarse, de recrear, escribir; la historia de un amor sin melodrama, cotidiano, “más allá de la muerte”.
Álvaro Uribe fue vencido por el tercer acoso del Cangrejo el segundo día de marzo del año pasado. El final del libro, de esos diarios, inexorablemente lo escribió quien, advirtiendo la ironía platónica, Álvaro Uribe sabía su “otra mitad”: la admirable escritora Tedi López Mills.