Allá van las precandidatas y el precandidato a la presidencia de México. A ver qué país relatan, con qué verbos, con qué personajes, con qué problemas y cómo plantearán enfrentarlos y solventarlos. En la carrera por disputar un mercado en vías siempre de adelgazamiento (cada vez menos mexicanos cree en la democracia como la vía para resolver las problemáticas sociales) hay una ganadora perfilada, una candidata que se pelea con molinos de viento y un candidato en vías de existir como político.

El verdadero bastón de mando para Sheinbaum se confecciona por miles de asistentes a un zócalo cuyo récord de presentaciones continuará en manos de AMLO pero que por primera ocasión albergó a personas movilizadas sin convocatoria formal del tabasqueño. Con un arranque que luce favorable, Claudia coloca las velas de comunicación en cerrar la fisura de la inseguridad, magnificar los programas sociales e imprimir sentido de país al desarrollo tecnológico y científico.

Xóchitl Gálvez apunta a la principal demanda de las y los mexicanos: tener seguridad. En el contraste natural, señala la incapacidad manifiesta del gobierno actual por hacer del territorio nacional un lugar con paz social. También, durante los primeros eventos fue hábil en ganar la nota al rubricar con sangre el compromiso de no quitar los programas sociales. Y es que son el elemento de gobierno mejor evaluado entre las y los mexicanos.

Álvarez Máynez recibió un portazo en la nariz por parte de Enrique Alfaro cuando el mandatario afirmó que no guarda relación alguna con la política seguida por MC. “No soy fosfo, fosfo. Soy un político serio”, recetó en la antesala del arranque naranja en Lagos de Moreno. ¿El endoso del gobernador servía de algo?, quizá no, pero el denuesto dimensiona el peso político específico del candidato presidencial quien debe transitar de lo testimonial a lo relevante. Una ruta que puede devenir en anodina.

Las ofertas son transparentes, sin muchos ambages o interpretaciones. Las formas también, y ello nos sitúa ante un modelo de comunicación que por momentos parece congelado, sin visos de innovación: la fiesta de la democracia consiste en políticos como protagonistas centrales de las acciones que llevan a cabo en territorio. Si hay tres candidatos y un ganador, dirán que este modelo funciona en el 33% de las ocasiones.

No obstante, el calificar de “democráticas” a las elecciones entre partidos que funcionan como una poliarquía no se traduce en el respaldo que sienten los electores una vez que terminan las contiendas. Baste revisar la reciente publicación del Pew Research Center en referencia a los modelos de gobierno que se consideran buenos para enfrentar los problemas de un país.

De acuerdo con la reciente medición, el 71% de los mexicanos considera que un líder autoritario o una junta militar podrían ser una buena forma de gobierno. Desde luego que no se puede relacionar de manera directa esta percepción con la aprobación del presidente, pero vale la pena señalar las similitudes.

En la continuidad planteada por la candidata puntera permanece sin alteración las encomiendas recibidas por las FFAA, “estarán el tiempo que sea necesario”, atajó Sheinbaum el primer fin de semana de campañas. En la otra arista de aprobación, la del líder (para algunos autoritario), cerró así la arenga del 1 de marzo en el zócalo capitalino: “A ese hombre, Andrés Manuel López Obrador, le decimos vamos a cuidar su legado y sepa, Presidente, que el cierre de su gobierno será espectacular”.

En la necedad de acudir a la realidad y pedir que nutran con significantes la subsistencia que les da el discurso, ¿por qué el legado de AMLO le valió a Claudia Sheinbaum utilizar la palabra “consolidar” en cinco ocasiones en un discurso con 100 puntos de gobierno? Quizá porque este país va para algún lugar, pero sin el adverbio “bien” a cuestas.

Consultor en El Instituto

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