A tirones y jalones, el régimen impulsa la elección de jueces y magistrados a celebrarse el 1 de junio del año en curso. Conforme se acerca la fecha, cada actor esgrime lo que mejor considera. Desde la pinta de bardas, impresión de propaganda y “juntas informativas” con tono y manera morenista, hasta el calificativo de “fin de la democracia”, recetado por el presidente más neoliberal en la historia de México, Ernesto Zedillo.

En el medio, PAN y MC llaman a la abstención, algunas cámaras empresariales se autodenominan “observadores” del proceso y la iglesia de inicio adversa se diluye en la tibieza de pedir decisiones “informadas”.

Del lado de los consumidores y eventuales votantes, el escenario se delinea entre desconocimiento de perfiles y poco interés en acudir a las urnas. Mediciones como la de Enkoll (publicada en este medio el lunes 28 de abril) y el propio INE anticipan una participación de entre 15 y 18 por ciento del padrón.

En el caso de los candidatos hay dos grandes bloques: los favorecidos por el impulso de las respectivas carreras y puestos desempeñados bajo el foco mediático y de partido; y el resto, aquellas y aquellos que no figuran en las encuestas del mainstream, ni tampoco poseen grandes cantidades de buenos amigos en medios de comunicación que pauten los contenidos que generan.

Sin embargo son ellas y ellos los que se animaron a salir para vivir la experiencia, para combatir en una arena desconocida con herramientas propias. Más allá de lo exótico de algunos mensajes, algunos candidatos ponderan el contacto cara a cara, el recorrido a pie, el llegar a plazas públicas para buscar interlocutores.

Y estemos quizá ante una nueva práctica social para hacer campaña electoral que podría tomar auge entre los diversos públicos como una demanda permanente: ven a mi terreno y de manera horizontal veamos qué somos, qué queremos, cómo, para qué y si en verdad podemos ser autónomos del sistema que todo lo sofoca en búsqueda de acumular poder.

Esto hace surgir algunas preguntas: ¿no estamos algo cansados de las campañas “tradicionales” de candidatos con mitines a modo, de eventos a los que solo acuden personas en situación de dependencia hacia apoyo económico y por “ser parte del partido”, de las entrevistas pactadas donde no existe una sola postura crítica?, ¿no será tiempo de ver el vaso medio lleno y tomar lo positivo del proceso de elección judicial para generar nuevas dinámicas?

Es decir, transitar de la representación a la integración. Podríamos tomar como referencia que mujeres y hombres en busca de un lugar decidieran caminar algunas zonas del país, animarse a escuchar, conectar con un electorado que en el contexto de la elección no los conoce y quizá por ello tenga más disposición a compartir un momento.

Sería un aprendizaje para el INE respecto a cómo de dar una vuelta de tuerca más y hacer eficiente el dinero que gastan en campañas las y los candidatos para obligarlos a eliminar templetes, los actos conjuntos, las pautas interminables. ¿Qué impacto tendría un candidato a legislador impedido de colarse a eventos de sus compañeros de partido o coalición que

aspiran a gubernaturas o presidencias municipales?, ¿por qué no situarlos a ras de tierra para aprender tácitamente el verdadero significado de ser un representante popular?

Consultor en El Instituto.

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