“Como en todo México, trabajamos bajo la sombra de ser atacados y asesinados por nuestro trabajo y los crímenes que se cometen en nuestra contra no se aclaren. Aquí desde Tijuana, donde enterramos a dos de nuestros colegas Margarito Martínez y Lourdes Maldonado en menos de una semana, no dejaremos de exigir justicia porque no se mata la verdad matando periodistas”.

Palabras fuertes, con voz entrecortada por la emoción, pronunciadas por Sonia de Anda, comunicadora del portal Esquina 32, durante la conferencia de prensa matutina del presidente Andrés Manuel López Obrador en Tijuana, el jueves pasado, y que denotan el sentimiento de rabia y de impotencia del gremio periodístico mexicano.

La imagen voló por las redes sociales, medio de comunicación de millones de mexicanas y mexicanos que presenciamos en directo o de forma diferida cómo reporteras y reporteros de Tijuana hicieron el pase de lista de los periodistas que han sido asesinados en lo que va del año.

Los nombres de Lourdes Maldonado, Margarito Martínez, José Luis Gamboa, Roberto Toledo y Heber López resonaron frente a un presidente de la República absorto en sus pensamientos. A cada nombre siguió un “¡Presente!” coreado por cada comunicadora y comunicador asistentes.

Desde muchos espacios, la voz de las y los mexicanos se está escuchando en un reclamo ante la trágica desatención del Estado hacia un asunto tan relevante como es la seguridad, en el que el dicho presidencial de “abrazos, no balazos” se ha revelado como una falsa estrategia que ha costado vidas y ha concedido regiones y ámbitos a la delincuencia.

Pero ha sido en el sector periodístico donde esta voz se ha vuelto grito, y desafortunadamente a pesar de esta expresión legítima, el presidente López Obrador insiste cada día en su arremetida retórica en contra de periodistas y críticos de su gobierno.

El crimen de personas como Carmen Aristegui o Carlos Loret, por citar los más recientes objetos del encono presidencial, ha sido tan solo hacer su trabajo. Se trata de periodistas que, en el ejercicio de su tarea de comunicar, investigan y dan a conocer las fallas y conductas indebidas de los gobiernos, en plural.

El propio primer mandatario mexicano aplaudió y reconoció el trabajo de muchas y muchos periodistas que criticaron y exhibieron la corrupción en el sexenio de Enrique Peña Nieto, y en el Felipe Calderón, y en el de Vicente Fox. Analistas políticos coinciden en que los embates de la prensa independiente desfondaron la credibilidad de los gobiernos y fueron factor para que los votantes optasen por el entonces candidato de Morena a la Presidencia.

Fue el ejercicio libre del periodismo y su difusión entre la sociedad mexicana lo que ha revelado escándalos como la casa blanca, la estela de luz, el toallagate, el caso Oceanografía, y ahora la casa gris de Houston, los negocios de los Bartlett, y así seguirá la lista de asuntos turbios que la prensa sacará a la luz, para beneficio de la democracia.

Desde la Presidencia de la República se está atacando a la prensa mexicana, y definitivamente eso no debe continuar en el país más peligroso para ejercer el periodismo. Cada palabra del jefe del Estado Mexicano en contra de periodistas les pone en riesgo, quiéralo o no.

El jueves pasado, presenté una iniciativa en la Cámara de Diputados para reformar la ley y prohibir que servidores públicos utilicen información en su poder que perjudique, dañe o ponga en riesgo a periodistas o a personas defensoras de los derechos humanos.

Está en todas, en todos, poner de nuestra parte para que no haya más agresiones o asesinatos por el hecho de ejercer el periodismo.

Coordinadora Nacional para el Empoderamiento Ciudadano, MC.

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