Los nombres de Francisco I. Madero, Victoriano Huerta, Emiliano Zapata, Francisco Villa y Álvaro Obregón han quedado grabados en la historia de nuestro país, pero existe un personaje que está a su altura y jugó un papel trascendental en la Revolución Mexicana: el general Felipe de Jesús Ángeles Ramírez, quien nació el 13 de junio de 1869 y fue hijo de un coronel que peleó contra la invasión norteamericana y derramó su sangre en la lucha contra el imperio de Maximiliano. Cuando termino la lucha, el coronel Ángeles fue jefe político en varios pueblos de Hidalgo. Y cuando el gobierno quiso cubrirle los sueldos que se le adeudaban, exclamó tajante:
—No serví a la nación por la paga, sino por el deber.
Y tema zanjado. Rechazó también la pensión que intentó darle el Estado de Hidalgo, por lo que no hay duda de que el coronel Ángeles era un hombre de convicciones… y también un padre que educaba con hechos más que palabras, ya que cuando su hijo Felipe, tenía doce o trece años se aficionó a las peleas de gallos y las apuestas, por lo que su padre hizo sacrificar al gallo preferido del futuro general, el cual fue servido en la comida ante la mirada de sorpresa y pesar del joven, que así quedó curado de aquella afición.
Poco después de comerse a su gallo, el joven Felipe entró al Colegio Militar. Tenía 14 años y obtuvo muy buenas calificaciones, por lo que incluso sustituyó en algunas clases al maestro de mecánica analítica, siendo aún estudiante. Tras graduarse, fue profesor de esta materia, matemáticas, y balística en la misma institución; además de escribir varios artículos, dar clases en la Escuela Militar de Aspirantes y tomar cursos de artillería en estados Unidos y Francia, donde se encontraba cuando estalló la Revolución.

Ascendido por el presidente Francisco Madero a General Brigadier, dirigió una campaña conciliadora y humanitaria contra los Zapatistas, que fue totalmente diferente a las que habían hecho sus antecesores y le trajo el respeto de Emiliano Zapata. Durante la Decena Trágica, Madero fue a buscarlo a Cuernavaca en persona y pensó nombrarle comandante en jefe de la defensa, pero se inclinó por Victoriano Huerta, quien a la postre le traicionó. Huerta veía con malos ojos a Ángeles y solía preguntarse en voz alta:
—¿Qué le habrá visto el señor presidente a este Napoleoncito para haberlo traído tan súbitamente?
Al consumarse la traición con la aprehensión de Madero y Pino Suárez, Ángeles fue encerrado con ellos en Palacio Nacional. Días después, cuando ambos políticos partieron hacia su muerte, Ángeles quiso acompañarlos, pero los guardias no se lo permitieron. Acción que tal vez hizo a Madero entender lo que les esperaba, pues al despedirse abrazó a Ángeles y le dijo:
—Adiós mi general, nunca volveré a verlo.
Madero y Pino Suárez fueron asesinados y Ángeles partió al destierro en Europa, pero poco tiempo después volvió a México y se puso a las órdenes de Venustiano Carranza para combatir al usurpador, pero fue rechazado por el grupo del Primer Jefe, que veía en sus antecedentes y su capacidad una seria amenaza a sus intereses. Por ello fue que Ángeles se unió al único hombre que supo aquilatar sus virtudes: Francisco Villa. Juntos alcanzaron los grandes triunfos de la División del Norte, entre los que destaca la batalla de Zacatecas. Villa le tenía un gran respeto y decía que Ángeles debería convertirse en presidente de México.
Una vez derrotado Huerta, representó a la División del Norte en la Convención de Aguascalientes y jugó un papel fundamental para la alianza entre Villa y Zapata, pero tras las derrotas villistas en el Bajío en 1915, el general Ángeles se exilió en Estados Unidos, pero en 1918 volvió a México para reunirse con su antiguo jefe. Y aunque todos creían que había vuelto para pelear a su lado, lo que Ángeles buscaba era que las distintas facciones alcanzaran un acuerdo para terminar la lucha.
—Vengo en misión de paz y amor —expuso al Centauro del Norte.
Pero Villa no quería saber nada de Carranza, por lo que no llegaron a un acuerdo y al final se separaron.
—¡No se corte de mi lado, general, porque lo van a colgar! —trató de persuadirlo Villa al despedirse.
Ángeles no cambió de opinión y poco después cayó prisionero por la traición de uno de sus hombres. Días después, dijo convencido en Chihuahua al Consejo de Guerra que lo juzgó:
—Mi muerte hará más bien a la causa democrática que todas las gestiones de mi vida. La sangre de los mártires fecundiza las buenas causas.
Y tras ser condenado a la pena capital, escribió:
“Adorada Clarita: Estoy acostado descansando dulcemente [...] Mi espíritu se encuentra en sí mismo y pienso con afecto intensísimo en ti. Tengo la más firme esperanza de que mis hijos serán amantísimos para ti y para su patria. Diles que los últimos instantes de mi vida los dedicaré al recuerdo de ustedes y les enviaré un ardientísimo beso”.
Solo que su esposa jamás leyó esta carta, ya que murió tan solo doce días después que el general Felipe de Jesús Ángeles Ramírez fuera fusilado en Chihuahua la mañana del 26 de noviembre de 1919. Un inmerecido final para quien siempre buscó evitar el sufrimiento de los civiles y se opuso a matar prisioneros.
La respuesta de Villa a su ejecución fue rápida y sangrienta: dos días después de la muerte de Ángeles, sus tropas cayeron sobre la guarnición carrancista de Santa Rosalía y mataron hasta el último de sus defensores. Como dijo Adolfo Gilly: “esta vez no estaba allí Ángeles para impedirlo”.
Iván Lópezgallo
Facebook: Iván Lópezgallo
X: @IvánLópezgallo






