Tras la caída de Tenochtitlan en poder de los españoles, en 1521, Hernán Cortés ordenó la construcción de un palacio sobre las ruinas del antiguo palacio de Moctezuma Xocoyotzin. El proyecto se llevó a cabo y años después la corona le compró el inmueble a su hijo Martín, convirtiéndolo en el Palacio Virreinal, edificio que tras la independencia de México tomó el nombre de Palacio Nacional. Si ingresamos en él por la puerta que se encuentra bajo el balcón desde que los presidentes dan el “grito de independencia”, lo primero que observaremos será el hermoso patio central, lugar en el que durante la época colonial terminaban las habitaciones de los virreyes. Un espacio en el que se respira un aire de tranquilidad que puede hacernos olvidar que estamos en pleno centro de la ciudad de México, pues las bellas columnas renacentistas y la fuente central coronada por un hermoso pegaso de bronce atrapan inmediatamente nuestra atención.
Detrás de esa fuente, en el primer piso y muy cerca de los murales de Diego Rivera, se encuentra el lugar en el que se sentaron las bases del México moderno. Fue construido por el arquitecto Luis Zapari durante el periodo presidencial de Guadalupe Victoria en lo que era la sala de comedias de los virreyes, lugar adecuado para las actividades parlamentarias debido a que contaba con un foro semicircular que fue ocupado por los legisladores. Su arquitectura nos permite ver las tendencias de la época, pues por un lado encontramos numerosos símbolos masónicos, como rosetones de 8 picos, garzas y el ojo de la sabiduría; mientras que por el otro sus columnas nos hablan de una marcada influencia neoclásica europea.
El nuevo recinto abrió sus puertas en 1829, siendo su primer acto importante la toma de posesión de Vicente Guerrero como presidente de México. Durante el tiempo que alojó a la Cámara de Diputados, este espacio atestiguó acontecimientos trascendentales en la historia de nuestro país, como informes presidenciales, tomas de posesión y apasionados debates entre conservadores y liberales. Discusiones que seguramente tuvieron un nivel mucho más alto que las actuales, ya que por sus curules desfilaron importantes personajes de la época como Valentín Gómez Farías, Guillermo Prieto y Francisco Zarco, quien durante los debates del Congreso Constituyente de 1856, ¡ocupó 150 veces la tribuna! Zarco escribió, además, una obra fundamental para acercarnos a estas sesiones: la Historia del Congreso Extraordinario Constituyente (1856-1857).

Esta Carta Magna liberal, promulgada el 5 de febrero de 1857, fue la mecha que encendió la Guerra de Reforma, conflagración en la que los conservadores fueron derrotados por las fuerzas liberales encabezadas por Juárez como presidente interino. En 1861, una vez que los constitucionalistas se impusieron a los reaccionarios, el recinto legislativo presenció la forma en que 51 diputados exigieron la renuncia de Juárez y 54 legisladores le dieron un voto de confianza, permitiéndole seguir al frente del gobierno.
Una década después, tras la muerte de Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada tomó posesión de la presidencia el 19 de julio de 1872, siendo esta la última ocasión en que esa ceremonia se realizó en el recinto parlamentario de Palacio Nacional, ya que días después fue destruido por un incendio que se originó, según el periódico El Siglo Diez y Nueve, porque los trabajadores que lo reparaban dejaron un anafre prendido en su interior.
Cien años después el Gobierno de la República reconstruyó los 390 metros cuadrados del recinto, basándose principalmente en la litografía que acompaña estas líneas (elaborada por el arquitecto y pintor Pedro Gualdi en 1841), convirtiéndolo en un museo de sitio que honra la memoria de quienes lucharon por la república durante el siglo XIX. Remodelado en los primeros años de esta década, el recinto parlamentario de Palacio Nacional es, sin duda, un lugar que por su inmenso valor histórico y estético, vale mucho la pena conocer.
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