De acuerdo con un conocido refrán, uno “se puede salvar del rayo, pero no de la raya”, aunque para el personaje que nos ocupa queda mejor el de “cuando te toca ni aunque te quites, y cuando no te toca ni aunque te pongas”, ya que alcanzó la inmortalidad gracias a un movimiento que no lo tenía entre sus principales impulsores ni lo contemplaba como el caudillo que habría de encabezarlo.

No, se unió a ellos porque “tenía jale”, porque lo seguía “la raza”. Como el amigo que nunca organiza nada, pero es bien aceptado en las fiestas porque invita gente con la que se arma el ambiente.

Fue don Felipe González, un personaje prácticamente olvidado por nuestra historia, quien avanzada la conspiración sugirió que lo invitaran... aunque sin mencionarlo por su nombre y tal vez, incluso, sin pensar en él.

—El pueblo es fanático e ignorante —pudo decir, ya que no conocemos sus palabras exactas—. Necesitamos a un religioso que garantice su apoyo.

Tras escucharlo, se iluminaron los ojos de Ignacio José de Jesús Pedro Regalado Allende y Unzaga, uno de los principales impulsores de la conjura y capitán del Regimiento de la Reina. Él conocía al hombre adecuado y les dijo:

—No solo contamos con su carácter de eclesiástico, sino con su representación de cura, con su reputación de sabio, con sus grandes relaciones en casi las dos provincias de Guanajuato y Michoacán, y con su vecindad, ya que está como a nueve o diez leguas.

Se refería a un sacerdote de 57 años y mediana estatura que era, además, bastante cano y calvo, de cabeza algo caída sobre el pecho y cargado de espaldas, muy moreno de piel y dueño de unos hermosos ojos que hoy todo el mundo piensa cafés, pero en verdad eran verdes.

Además le encantaba el chocolate y combinaba sus tareas religiosas con los más variados proyectos, vivía en el pueblo de Dolores y había fundado en los últimos años una escuela de artes y oficios y muchas empresas en las que enseñaba y daba trabajo a los vecinos de la región: una carpintería, un telar, una herrería, una curtiduría, una fábrica de vajillas, panales de abejas, plantaciones de moreras para cultivar el gusano de seda y tierras de cultivo.

Atendía, asimismo, la buena marcha de sus haciendas y pese a todas sus actividades era un tipo divertido al que le encantaban los gallos, los toros y jugar a la baraja. Tocaba el violín, era bueno para bailar —mantenía incluso una orquesta— y se daba tiempo para leer los libros que le llegaban de Europa —muchos de ellos prohibidos—, traducir a Moliere y montar obras de teatro en las que actuaban los vecinos del pueblo.

Se llamaba Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte Villaseñor y, pese a resistirse un poco, al final aceptó integrarse a la conspiración. La idea era rebelarse en diciembre de 1810, aunque luego acordaron que lo mejor era adelantar la fecha... pero los descubrieron los gachupines y al caer la tarde del 15 de septiembre casi todos los conjurados habían sido detenidos, confirmándose la noticia por la noche en Dolores.

Ahí, en casa de Hidalgo y muy cerca de la plaza principal, fue donde cambió la historia: Allende —quien invitó al cura a la conspiración— dudó sobre qué hacer y Juan Aldama —su amigo y brazo derecho— sugirió utilizar las libranzas[1]que le había entregado el coronel Narciso de la Canal[2]para salir del país. Junto a ellos estaban el padre Mariano Ballesa, vicario de Dolores; además de Mariano Hidalgo y José Santos Villa, hermano y pariente de don Miguel, respectivamente.

—El señor Canal es digno de nuestra gratitud y reconocimiento —les dijo el cura Hidalgo—, semejante acción merece muy bien no olvidarla jamás; pero hacer uso de semejante recurso sería para nosotros un crimen imperdonable.

—¿Entonces qué nos queda? —le preguntaron.

—Morir —respondió el cura—, puesto que hemos tomado el camino de redentores, cuyo nombre se adquiere con el sacrificio de la existencia.

Y se puso a caminar por la habitación, acercándose a ellos rato después.

—Señores, se me ocurre una idea —les dijo—, y esta es nuestra verdadera salvación: Ballesa, en este momento, sin perder tiempo, me vas a aprehender a los eclesiásticos gachupines. Tú Mariano, a los comerciantes gachupines; Aldama lo mismo y don Santos con la misma comisión. Todos a la cárcel, sin tocar sus intereses.

—¿Qué va a hacer vuestra merced? Por amor de Dios —soltó Aldama muy alarmado—, vea vuestra merced lo que hace. ¡Vea vuestra merced lo que hace!

—Señor, nada tenemos prevenido —dijo alguien más—. Y con semejante golpe el gobierno necesariamente activará sus providencias y nosotros no tenemos con qué oponernos. Seremos víctimas de semejante temeridad.

—Así discurren los niños —los frenó Hidalgo—, que nunca miden las circunstancias de una situación ni calculan que las pequeñeces más insignificantes, teniendo el tacto necesario para unirlas, formarán un todo vigoroso y terrible. A la voz “¡contra los gachupines!”, mañana todo nos sobra. Al negocio, sin perder momento. El miedo por ahora a la falquitrera.[3]

Así fue que durante la noche soltaron a los presos de la cárcel y detuvieron a los españoles. Luego tocaron la campana de la iglesia, juntaron al pueblo y al medio día abandonaron Dolores.

Comenzaba así la lucha por la independencia de México, con el liderazgo de un cura sin la menor formación militar y al que nadie pensó entregarle el mando del movimiento... pero fue el único al que no le temblaron las piernas y, más allá de sus aciertos o errores, hoy es conocido como el padre de la patria.

Al final le tocaba al cura y no al militar.

[1] Órdenes de pago.

[2] Superior de los capitanes Allende y Aldama. Su comportamiento hizo que fuera detenido, juzgado por infidencia –violación de la confianza y fe debida a otro– y encarcelado. Murió de una apoplejía en prisión, tres años después.

[3] Bolsa que se amarra a la cintura y se lleva colgando debajo de la ropa.

Google News

TEMAS RELACIONADOS