Por: Iván Lópezgallo*

Tras la inesperada derrota que sufrió en Puebla el 5 de mayo de 1862, el Ejército Expedicionario Francés se replegó a Veracruz, estado en el que esperó refuerzos para retomar la ofensiva. Algo que hizo casi un año después, con un nuevo líder –el conde de Lorencez fue sustituido por el general de División y senador Élie-Frédéric Forey, héroe de la Guerra de Crimea– y refuerzos considerables, ya que de los seis mil hombres que tenía inicialmente, para enero de 1863 su numero se incrementó a 28 mil 126 efectivos y 50 bocas de fuego, plantándose frente a Puebla con 26 mil 300 soldados –entre los que había dos mil conservadores que se pusieron bajo sus órdenes– y 56 piezas de artillería.

En la Angelópolis ya no los esperaban los cinco mil 454 soldados que los derrotaron en 1862, sino más de 20 mil hombres[1] bajo el mando del general Jesús González Ortega, pues el general Ignacio Zaragoza murió de tifo cuatro meses después de su triunfo inolvidable. Sin embargo, pese a ser inferiores en número, entrenamiento, armamento y dinero, los defensores mostraron que en valor y coraje igualaban o superaban a sus atacantes, ya que tras sesenta y dos días de sitio y un gran número de batallas callejeras en las que extranjeros y mexicanos disputaron con furia cada palmo de terreno, los expedicionarios franceses solo habían logrado apoderarse de varias cuadras del poniente de la ciudad.

Desterrados
Desterrados

Calle de Pitiminí tras el sitio (hoy 5 Sur). Imagen: INAH

Finalmente, tras una defensa que el historiador Vicente Quirarte equipara en heroísmo a la victoria del 5 de mayo del año anterior, Puebla cayó en manos de los invasores. Aunque González Ortega estaba dispuesto a resistir hasta que todo quedara convertido en escombros –algo que Forey calificó como “una cosa inusitada y hasta cierto punto bárbara y reprobada por la civilización moderna”–, decidió rendirse tras quedarse sin alimentos y parque para seguir luchando.

Tras la capitulación cayeron en manos de los franceses los soldados más experimentados del ejército mexicano, entre quienes había cerca de mil 500 generales, jefes y oficiales a los que les ofrecieron dejalos en libertad a cambio de firmar un documento en el que se comprometían a no luchar de ninguna manera contra la intervención francesa en nuestro país.

Como podemos imaginar, el rechazo a tal pretensión fue general, por lo que los franceses les indicaron que de no firmar serían enviados al destierro. Así que el 20 de mayo formaron a quienes tenían el grado de subteniente a coronel y, entre dos hileras de infantes de marina, los hicieron marchar a pie rumbo a Veracruz, cosa que los mexicanos hicieron cantando el Himno Nacional. Dos días después se pusieron en marcha los generales.

En total, de acuerdo con el coronel Agustín Alcérreca –testigo de aquellos acontecimiento y autor de Diario de un prisionero de guerra– salieron de Puebla mil 466 prisioneros… pero cerca de dos terceras partes se fugaron rumbo a Veracruz.

De los generales, jefes y oficiales enviados a Francia,[2] la mayoría firmó posteriormente el acta de sumisión y fue repatriada, pero ciento veintitrés se rehusaron definitivamente a hacerlo, por lo que a mediados de 1864 el gobierno de Napoleón III los abandonó a su suerte. A pesar de esto lograron volver a México y reintegrarse a la lucha.

Entre ellos se encontraban los generales Francisco Paz, Ignacio Mejía y Epitacio Huerta. El primero se incorporó al Ejército del Norte de Mariano Escobedo como comandante general de artillería y contribuyó al triunfo sobre el imperio en Querétaro, el segundo fue nombrado ministro de la Guerra por el presidente Juárez y con ese carácter le negó el indulto a Maximiliano, mientras que el tercero volvió a combatir contra los franceses, pero diferencias políticas con don Benito le hicieron dejar las armas.

Asimismo, regresaron del exilio el general Francisco Alatorre y los coroneles Cosme Varela –quien se desempeñó como fiscal en el juicio que sentenció a muerte al general Tomás O'Horan, defensor de la República que se pasó al imperio–, José Montesinos –quien fue nombrado jefe de la primera brigada de caballería del Ejército del Norte– y Miguel Palacios ­–quien custodió a Maximiliano en Querétaro y rechazo cien mil dólares y los favores amorosos que le ofreció la princesa de Salm Salm por dejarlo escapar–. Además de que otros jefes de esta fuerza –como Sóstenes Rocha, el coronel Francisco Naranjo y su mismísimo general en jefe, Mariano Escobedo– cayeron prisioneros tras el sitio, pero escaparon rumbo a Veracruz.

No fueron los únicos: Porfirio Díaz, Felipe Berriozábal, Jesús González Ortega, Miguel Negrete, Ignacio de la Llave, el italiano Lucca Ghilardi, Eutimio Pinzón y José María Patoni también se fugaron cuando marchaban rumbo al destierro y destacaron en la lucha contra el imperio. Algunos de ellos murieron por diversas causas –como el general Ignacio de la Llave, ilustre veracruzano que fue asesinado por los integrantes de la escolta que debía protegerlo, pues quisieron robarle el dinero que llevaban él y González Ortega–, otros fueron fusilados –triste destino del general Ghilardi– y unos más dejaron la lucha antes del triunfo final –como González Ortega, Berriozábal y Negrete–.

Ellos son los destacados, los que tienen estatuas, ciudades calles o escuelas con sus nombres, pero a su lado pelearon y murieron miles de hombres y mujeres que jamás conoceremos, pero que contribuyeron definitivamente no solo a la resistencia de 62 días en Puebla –del 16 de marzo al 17 de mayo­–, sino al triunfo final de la República sobre el Imperio.

Hubo además 16 oficiales que no regresaron de Francia. Y no porque no quisieran, sino porque murieron en el destierro. De cuatro de ellos desconocemos los nombres, pero a 1os demás los los registró el general Epitacio Huerta en sus apuntes mencionados y considero pertinente recordarlos:

*Teniente Pedro Reguero († junio 19, 1863).

*Capitán Teodosio Lares († junio 19, 1863).

*Teniente coronel Domingo Bernal († julio 22, 1863).

*Teniente N. Salcedo († septiembre 20, 1863).

*Capitán Juan L. Gallardo († octubre 29, 1863).

*Capitán Demetrio Rodríguez († noviembre 30, 1863).

*Teniente Luis Campos († diciembre 14, 1863).

*Capitán Pedro Barrón († enero 27, 1864).

*Teniente Francisco Cienfuegos († febrero 7, 1864).

*Teniente coronel Eduardo Delgado († septiembre 1, 1864).

*Comandante Rafael Ferniza († septiembre 1, 1864).

*Teniente Luis G. del Villar († noviembre 18, 1864).

A todos ellos deberíamos darles cuando menos “un recuerdo de gloria”, como dice el Himno Nacional, ya que el “sepulcro de honor” no lo recibieron.

[1] Hay discrepancias en este número, ya que en El sitio de Puebla en 1863 Luis Chávez Orozco sostiene que contaba con 23 mil 930 efectivos y 178 cañones, mientras que el general Juan Manuel Torrea afirma en Gloria y desastre del sitio de Puebla que sumaba 24 mil 678 integrantes. Por su parte, Juan Macías escribió en El sitio de Puebla. 150 aniversario que tenía 24 mil 828 soldados y 180 piezas de artillería.


[2] También en este número hay discrepancias, ya que el general Epitacio Huerta registró en sus Apuntes para servir a la historia de los defensores de Puebla que fueron conducidos prisioneros a Francia que los desterrados eran 532; mientras que el teniente coronel Cosme Varela anotó en su diario –publicado con el título Prisionero de guerra del imperio francés– el número de 521 –54 generales, jefes y oficiales y 467 tenientes coroneles y subalternos–; y el coronel Agustín Alcérreca registró en el diario ya mencionado que fueron 54 generales y coroneles, junto a 417 jefes y oficiales ­–lo que da un total de 471–.

Iván Lópezgallo es catedrático universitario (Instituto Mora, Universidad del Valle de México y Universidad de la Comunicación), colaborador de la revista Bicentenario y autor de los libros El camino de un guerrero. Vida y legado de Isaías Dueñas (Porrúa) y 1863. Historia novelada del sitio y caída de Puebla (BUAP). Premio México de Periodismo (2010 y 2017) y Premio Nacional de Locución (2010).

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