Entre la multitud de guerras, revoluciones, asonadas, golpes de estado, invasiones, cuartelazos, sublevaciones, motines, rebeliones y sediciones que ha sufrido México, la independencia y la revolución son dos de los acontecimientos más recordados. No por nada a ellos están dedicados los monumentos más emblemáticos de la hoy conocida también como #CDMX.
El primero de ello es la Columna de la Independencia. Ubicada en Paseo de la Reforma ( avenida que originalmente se llamó Paseo de la emperatriz ), fue mandada a hacer por el general Porfirio Díaz para conmemorar el centenario de la gesta iniciada por el cura Hidalgo en 1810. Y aunque no es el objetivo de estas líneas centrarnos en su historia, vale la pena mencionar que cuando la estaban construyendo se les cayó y tuvieron que volverla a edificar… pero con una cimentación que, aseguraban, impedirían que volviera a venirse abajo.
La técnica les funcionó tan bien, que aunque el suelo a su alrededor se ha hundido con el paso del tiempo, “el ángel” se mantiene en el mismo sitio. Algo que podemos ver si comparamos esta fotografía con imágenes actuales, en las que sobresalen las áreas con pasto y las escaleras que se le han agregado.
Por su parte, el Monumento a la Revolución fue edificado en los años treinta, aprovechando la estructura de lo que originalmente iba a ser un impresionante palacio legislativo porfiriano, pero cuya edificación quedó abandonada por la lucha revolucionaria. Dicen que, de haberse terminado, podría haber sido el edificio gubernamental más fastuoso de América. Y aunque esta última afirmación podría ser debatible, no hay duda de que se trataba de una construcción espectacular, como podemos ver en la siguiente fotografía.
Ambos, la Columna de la Independencia y el Monumento a la Revolución , son además santuarios en los que descansan los restos de varios caudillos de estos movimientos. En el primero se encuentran las osamentas de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama, José María Morelos, Mariano Matamoros, Mariano Jiménez, Xavier Mina, Vicente Guerrero, Leona Vicario, Andrés Quintana Roo, Nicolás Bravo, Guadalupe Victoria, Pedro Moreno y Víctor Rosales; mientras que en el segundo están enterrados Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas y Francisco Villa.
Todos juntos y sin importar que algunos de ellos se hayan odiado en vida.
Porque eso fue lo que pasó al final con Ignacio Allende y Miguel Hidalgo, ya que incluso el militar trató de envenenar al cura… intento que fracasó porque don Miguel estaba rodeado siempre por un grupo de indios que le servía como escolta. Poco se dice, pero cuando estos caudillos fueron capturados, Hidalgo había sido despojado del mando y los soldados insurgentes tenían la orden de matarlo si intentaba abandonarlos. Era, en otras palabras, prisionero de Allende.
En el Monumento a la Revolución se repiten las discordias, ya que Venustiano Carranza y Francisco Villa rompieron antes de derrotar a Victoriano Huerta y luego se enfrentaron, ensangrentando a México. Lo mismo que Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas, ya que el primero hizo presidente al segundo con la idea de manipularlo como a sus antecesores –Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez– para seguir ejerciendo el poder. Solo que el chamaco Cárdenas –tenía solo 34 años cuando se hizo cargo de la presidencia– le salió respondón y un día, sin aviso previo, lo mandó detener, lo subió a un avión y lo envió al destierro, dando fin al Maximato.
Pero no todo fueron problemas, ya que Leona Vicario y Andrés Quintana Roo vivieron un apasionado romance que terminó en matrimonio. Juntos huyeron de los realistas, se escondieron en cuevas –una de sus hijas nació en una de ellas–, fueron desterrados y vivieron en la miseria. Todo por apoyar la lucha por la independencia. La muerte los separó en 1842, cuando doña Leona exhaló sus último suspiro, pero en 1900 sus restos fueron reunidos en la Rotonda de las personas Ilustres del Panteón de Dolores y desde 1925 descansan en la Columna de la Independencia.
Hay que decir, finalmente, que un estudio del Instituto Nacional de Antropología e Historia arrojó que entre los restos de los caudillos de la independencia había otras osamentas. Por ejemplo, en la urna de Mariano Matamoros se encontraron los restos de una mujer y en la de Leona Vicario estaban también los despojos de quien se cree podría ser su hija; además, en la caja que se creía ocupada sólo por Francisco Javier Mina descansan los huesos de siete individuos más. Y junto a Hidalgo, Allende, Aldama, Jiménez y Morelos hay también restos de niños, mujeres y hasta venados.
¿Cómo llegaron ahí? Quién sabe, pero durante las fiestas del bicentenario en 2010 todos estos huesos fueron paseados junto a lo de los próceres por las calles de la Ciudad de México, entre los gritos y porras de los asistentes.
Mejor homenaje a los miles de héroes anónimos que tiene la historia de México no podría yo imaginar.