Tener contacto con un abogado cuando uno no estudió esa carrera puede ser un verdadero reto de interpretación. Me explico un poco más. Para las personas que no crecimos con un abogado en la familia, nuestro contacto con el mundo de la abogacía suele darse hasta que tenemos necesidad de consultar a uno, por algún tema legal. En mi caso y quizás por alguna extraña casualidad nunca tuve contacto directo y cotidiano con abogados hasta que empecé a adentrarme de lleno en el análisis de la impunidad. Antes de seguir, quiero aclarar que admiro profundamente a los abogados, que muchas de mis amistades más cercanas estudiaron esa carrera y que agradezco profundamente el esfuerzo que muchas personas de esta profesión hacen para explicarnos un poco más de los vericuetos de su léxico y profesión. Dicho esto, quiero decir que mi primer acercamiento con los abogados fue un verdadero reto de interpretación y empatía.
Esta confusión y menosprecio tuvo que ver con la falta de explicación de muchos de los conceptos y términos que usan (a la fecha sigo teniendo una verdadera admiración por las personas que saben explicar claramente lo que es un sobreseimiento), pero sobre todo a la superioridad epistemológica y moral que emanaban de sus explicaciones. Recuerdo varios encuentros con distintos abogados que, cuando les pedía que me explicaran algún término o proceso legal, terminaban en exasperación y en decirme que no iba a entender a profundidad porque no había estudiado derecho. También recuerdo la decepción que muchas personas expresaban cuando sabían que no estudié derecho. Esto, desgraciadamente me ha ocurrido en muchas ocasiones desde que trabajo con abogados. Esto lo traigo a colación no por un tema personal o de desahogo. Si lo menciono es porque me parece indispensable iniciar una discusión pública respecto al papel de los abogados en este país, su forma de comunicarse y su ética profesional, debido a la incidencia directa que tienen en los bajos niveles de acceso a la justicia y los altos niveles de ilegalidad en este país.
Todas las personas, hayamos acudido a la escuela o no, tenemos una variedad de conocimientos que compartir. Muchas veces por los entornos en que nos desarrollamos, asumimos que sólo los conocimientos adquiridos en centros educativos, o peor aún, en ciertos niveles educativos, disciplinas o universidades, nos autorizan a entender y hablar sobre ellos. No podría haber mayor falacia. Sin embargo, esto ocurre día con día con tantos saberes que se menosprecian y otros que se presentan como si fueran letra sagrada traspasada únicamente a los elegidos de los dioses.
En particular con el tema del derecho, creo que estamos en un gran momento de aprovechar ciertas olas de renovación y crítica constructiva dentro de esta disciplina respecto a la forma en que debe ser enseñada y comunicada. No dejo de maravillarme día con día al descubrir a nuevas abogadas y abogados que incluyen en su quehacer cotidiano un esfuerzo pedagógico y empático por compartir sus conocimientos y saberes con otras personas que no estudiamos o tuvimos nunca un contacto con un abogado y que agradecemos estos acercamientos. Ojalá pronto todas las escuelas de derecho, que brotan como margaritas, incluyan en sus planes de estudio, de forma obligatoria, el tema del lenguaje claro y accesible para todos sus estudiantes. Y ojalá cada vez más, los abogados sepan que se puede hablar en español con palabras cotidianas y expresar sus conocimientos técnicos al resto de las personas, sin por ello demeritar el valor de sus aportaciones.
Directora ejecutiva de Impunidad Cero.
Twitter: @itelloarista