Por Gustavo Sosa Núñez

A nivel mundial, las políticas climáticas han experimentado avances significativos. Desde 2020, se han fortalecido compromisos internacionales para ralentizar el calentamiento global, como la promoción de metas de carbono neutral y la actualización de leyes climáticas que buscan objetivos de cero emisiones netas para mediados de siglo. Además, tras la pandemia por COVID-19, varios países integraron la acción climática en sus planes de recuperación económica. Esto ha sido acompañado por la continua producción científica que busca concientizar sobre la problemática multifactorial que ocasiona el cambio climático.

Paralelamente, existen tendencias que muestran retrocesos y desafíos persistentes. Una es la crisis energética ocasionada por la guerra en Ucrania, que ha ocasionado que algunos países europeos hayan reabierto plantas de carbón o retrasado el cierre de plantas nucleares, en aras de su seguridad energética. Una segunda tendencia es el incremento constante de emisiones y de temperatura, pues cada año que pasa se rompe el récord de temperatura que había impuesto el año inmediato anterior. Otro desafío es la brecha de implementación de las políticas climáticas, pues a pesar de los compromisos, existe una marcada diferencia entre las metas anunciadas y las políticas reales. Un reto más corresponde a los retrocesos políticos derivados de cambios de gobierno, lo que ilustra que la voluntad política varía y puede afectar el cumplimiento de objetivos climáticos a corto plazo.

Este último aspecto implica que la respuesta al cambio climático varía sustancialmente según la orientación ideológica de los gobiernos. En particular, los partidos de derecha e izquierda, incluyendo sus extremos, suelen presentar enfoques divergentes frente a las políticas climáticas, ya sea impulsándolas con fervor desde una perspectiva transformadora, o entorpeciéndolas por escepticismo o intereses económicos.

En Europa, la brecha ideológica se refleja en el debate público, tanto de carácter nacional como supranacional (en el marco de las instituciones de la Unión Europea), pues mientras la ultraderecha utiliza el clima como arma cultural (tachando las políticas verdes de elitistas o contrarias al pueblo, e incluso fomentando desinformación), la izquierda radical lo utiliza como bandera de cambio sistémico, denunciando a las élites económicas por destruir el planeta.

Por su parte, en América del Norte se observa un negacionismo en la derecha populista frente a un impulso progresista verde. Especialmente en Estados Unidos, el cambio climático se ha politizado fuertemente a lo largo de líneas partidistas. En el extremo ideológico del partido republicano existe el rechazo a las políticas climáticas como parte de una guerra cultural, presentándolas como agenda socialista que prohibiría el consumo de carne y de automóviles; mientras que en el partido demócrata hay un ala progresista muy militante en lo climático, que a veces roza en lo antisistema, al sugerir la reducción de la influencia de corporaciones petroleras y la implementación de cambios económicos estructurales.

En cuanto a América Latina, esta región presenta un choque entre negacionismo extractivista y ambientalismo popular. La ultraderecha suele negar el cambio climático y promover un extractivismo sin restricciones, utilizando la narrativa de soberanía y crecimiento para justificar la depredación ambiental; en cambio, la izquierda (incluso la extrema) eleva el discurso climático a nivel moral y geopolítico (hablando de protección de la Pachamama, deuda ecológica de países ricos, y derechos de la naturaleza), aunque a veces enfrenta la disyuntiva de romper con modelos extractivos que también han financiado sus proyectos sociales. La batalla cultural también está presente. La derecha extrema emplea el cambio climático como arma retórica para atacar a la izquierda, tildándolo de cuento socialista o agenda extranjera, y la izquierda contraataca vinculando a la derecha con los intereses corporativos que devastan al mundo.

Finalmente, en Asia, la extrema derecha adopta mayoritariamente una postura de realismo económico en el que no niega el cambio climático, pero lo relega tras las metas de desarrollo, rechazando presiones externas; mientras que los gobiernos de izquierda autoritaria abrazan el lenguaje climático en su planificación (lo que les da legitimidad global), pero sin comprometer el control estatal ni el crecimiento.

Es así que se observa que los extremos ideológicos han participado en el desarrollo o bloqueo de políticas climáticas en diferentes regiones del mundo, considerando sus posturas doctrinarias, su presencia en gobiernos o parlamentos, y el uso del cambio climático en el discurso político y cultural.

Gustavo Sosa Núñez es Profesor-Investigador en el Instituto Mora. Doctor en Ciencia Política y Maestro en Relaciones Internacionales por la Universidad de East Anglia. Realizó una estancia posdoctoral en la FCPyS de la UNAM. Miembro del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores, nivel II. Sus intereses de investigación refieren al enfoque ambiental de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, y la política ambiental y climática en México, a escala regional e internacional.

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