También traducida como “Algún grave mal se oculta en Dinamarca”, la expresión puede aplicarse a muchas realidades políticas actuales, pero me referiré a la que me toca, la nuestra, la mexicana. Parafraseando al autor inglés podríamos exclamar “algo huele a podrido en México”. Es cierto, a lo largo de muchas décadas la clase política y los partidos han representado para un gran segmento de la población, me refiero a la percepción común no al dato fáctico, una especie de cáncer de esos que matan lentamente, o también un parásito que se alimenta de las riquezas del país mientras extermina a los mexicanos. Ojo, no estoy afirmando que así sea (“ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”, Cantinflas dixi), sólo estoy aludiendo al sentir social generalizado... Pero no olvidemos que “cuando el río suena, es que agua lleva”. Digresión: respecto a los datos vale apuntar que, de cualquier forma, pareciera que no importan mucho, porque cada quien “tiene los suyos” y los que cada quien tiene son los que cuentan.
Volvamos a lo que estábamos. Expresiones varias pronunciadas en los espacios públicos y privados dan testimonio de ese sentir de repudio a lo que hule a político y a política (mantengamos la equidad de género ya que muchas mujeres también se lo han ganado): “esto es un cochinero”, “todos los políticos son corruptos” o “sólo quieren llegar para robar” y un largo etcétera de alusiones similares que nos recuerdan aquello de “diosito, no te pido que me des, sólo que me pongas donde hay”. Y es que, a no dudarlo, los actores de la política han trabajado su fama. Nada más pensamos en esas frases de autoría incierta (aunque algunas achacadas a determinados personajes) que se hicieron famosas y que se transforman en “verdades” a fuerza de repetirse: “este es el año de Hidalgo..., chingue su madre el que no robe algo”, “el que no transa no avanza”, “un político pobre es un pobre político", “si robé, pero poquito”, o hasta esa de “no hay mejor manera de robar que trabajando”. Por cierto, gran parte de ese repertorio –que es mucho más amplio que lo aquí aludido– fue acuñado durante el priismo, en el cual, hay que tenerlo presente, se formaron y del cual provienen relevantes personajes del gobierno actual. Y “gallina que come huevo, aunque le corten el pico”, ¿no? De nuevo, como dijera Cantinflas, “no sospecho de nadie pero desconfío de todos” y para muestra un botón, pues tenemos algunas frases nuevecitas para sumar a la lista: “no es lo mismo corrupción que aportación” o “no son lo mismo 200 millones de dólares que 2 millones de pesos”.
Y así como podemos decir que “algo huele mal en México”, también podemos pensar en el “ser o no ser, he ahí la cuestión”, que le queda “como anillo al dedo” a la situación nacional. Es probable que “honestamente” se quiera transformar al país, pero ¿cómo hacerlo?, “he ahí la cuestión”, o expresado en términos mexicanos: “ahí está el detalle”. Es difícil creer en un cambio, en que las cosas “ya no son igual que antes”, cuando lo que constatamos todos los días son las viejas prácticas (¡ah!, qué memorables imágenes de la toma de posesión de la titular de la CNDH), porque “me canso ganso” que sale mi gallo –en este caso gallina– “cueste lo que cueste”. Los mismos trucos (contratos otorgados mediante adjudicaciones directas inexplicables, cifras maquilladas, o si están desmaquilladas se niegan), y que nadie repele porque “aquí sólo mis chicharrones truenan” ¿o qué no? Similares discursos, discursos huecos, discursos mentirosos... (“soy el Presidente más criticado”, “defenderemos a todos los migrantes”, “el 90% de las llamadas que se registran por violencia contra las mujeres son falsas”...) Y excusas (“es de que los conservadores”, “es de que los neoliberales” no nos dejan hacer nada); pues qué, ¿lo querías todo “peladito y en la boca”? Y hasta los mismos personajes (desde Manuel Bartlett o Napoleón Gómez Urrutia hasta Ricardo Salinas Pliego o Carlos Slim, la lista es tan larga que sería imposible presentarla aquí), que “dios los hace y ellos se juntan”... No sé por qué se instala en mi cabeza aquel refrán que reza “de lengua me como un taco”.
En algunos casos, como el tema de los migrantes, la violencia de género, la situación de las mujeres, la atención en salud, el desarrollo de las ciencias y las culturas, la educación superior, la seguridad pública, los derechos humanos y civiles, etcétera, etcétera, no todo es igual, hay que reconocerlo, porque lo cierto es que lo que observamos, en muchos casos, son serios retrocesos, tanto en los programas de apoyo, como en el diseño (o falta del mismo) de políticas públicas. Y ni qué decir, porque no sabemos si estamos igual o peor, con la emisión de leyes que nos retrotraen a épocas superadas (La ley del garrote, por ejemplo) o que nos dejan en la indefensión ciudadana (Ley de extinción de dominio, por mencionar alguna). Y ni hablemos del intento de apoderarse del organismo electoral y la campaña de denigración para lograrlo, mientras se critica el pasado y se presume que ahora sí vivimos en democracia (aunque no se define el concepto), sin explicar cómo se llegó a ocupar cargos de elección popular si democracia no había.
O, en el mismo sentido, hay que ver cómo se utilizan a apologistas del régimen y abren espacios, hasta televisivos, para la exposición de los “intelectuales orgánicos” (de los cuales se valen aunque no hayan leído a Gramsci y ni siquiera entiendan el significado en términos conceptuales, pero ¡ah! que bien lo aplican en la práctica) al tiempo que se busca acallar a los medios de comunicación (a los que no defiendo pero considero necesarios), especialmente a los opositores pero también a los críticos buscando “el negrito en el arroz” para disimular la represión con multas millonarias. O qué podemos decir de la pretensión de controlar hasta las redes sociales, o sea, silenciar a la ciudadanía... Pues será que “no todo lo que brilla es oro”, no lo sé bien, lo que sí sé es que en serio parece, pero a lo mejor me equivoco, que “nos cayó el chahuistle”. ¿O será que va siendo verdad aquello de que “un pueblo que elige corruptos no es víctima sino cómplice”?
La universalidad de las frases de Shakespeare se constata también con la de “sabemos lo que somos ahora, pero no lo que podemos ser” –en algunos casos se traduce como “en lo que podemos convertirnos”– que puede aplicarse en lo personal pero también en lo público. Contemos un cuento: había una vez cierto candidato presidencial, que como tal apostaba por la defensa de algunos derechos (en algunos casos tibiamente pero ahí estaban, los de la comunidad LGTBIQ+, por ejemplo); presumía de tener la fórmula para sacar al país de la pobreza y el atraso, acabar con la impunidad y la corrupción; atacaba al gran capital y a la “mafia del poder” (con la que no estaría aliado nunca, no vayan ustedes a creer, aunque no hay que olvidar que “el hombre pone, Dios dispone, llega el diablo y todo lo descompone”); defendía las libertades y criticaba el uso del ejército y su presencia en las calles... Un día, finalmente, después de muchos años de intentarlo, ese candidato llegó al poder porque la gente estaba cansada de los políticos corrompidos y sus mentiras y quiso tener esperanza...
Al poco tiempo, sin embargo, según narran los juglares, al parecer, mucha de la gente que voto por él empezó a perder la fe y mucha más hasta empezó a vivir con miedo porque el “rayito de esperanza” se convirtió en un mandatario autoritario, retrógrada, represor... Interrupción abrupta de un lector enojado: ¡exageras! Exagero. Estoy oyendo muchas voces decir eso. Sólo recordemos tres elementos presentes en los peores, en los más atroces regímenes políticos que registra la historia –esa que tanto gusta pero de la que se sabe poco y se entiende menos–: la religión, el ejército y el nacionalismo exacerbado. ¿Les suena de algo? Digamos que “al buen entendedor, pocas palabras”. Pero no, no, no, este gobierno es de izquierda..., sólo diré “crea fama y échate a dormir”. Recordemos que “en esta vida [...] casi nada es nunca lo que parece”, dicen que dijo Don Quijote, aunque quién sabe, porque en realidad lo dijo Sancho y lo que dijo fue “que es menester mucho tiempo para venir a conocer las personas, y que no hay cosa segura en esta vida”.
En fin, voy terminando porque esto se va alargando. Estamos todes de acuerdo que México padece, en términos políticos y sociales, una realidad que es necesario y urgente cambiar. La honestidad tendría que ser piedra fundamental, sin duda, pero la honestidad propia no se cacarea, porque no olvidemos aquello de “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Necesitamos auténticas decisiones y condiciones políticas que nos permitan creer en un gobierno que tiene ganas de transformar el país, no necesitamos circo y más circo mañanero, necesitamos un/una verdadero/a Presidente, con dimensiones de estadista. Y pues “al mal tiempo buena cara”, porque une así no parece verse por ninguna parte..., bueno, sí, en Alemania, pero no creo que la Merkel quiera venirse para acá.
Fausta Gantús
@fgantus
Historiadora y escritora. Profesora-investigadora del Instituto Mora. Entre sus líneas de investigación se cuentan las relacionadas con la prensa, las imágenes y las elecciones, todas desde las perspectivas de las historias política y cultural.