Hace un tiempo salí con un hombre que decía ser muy espiritual, practicante de constelaciones familiares, mantras… Sin embargo, su comportamiento era incongruente, decía una cosa y hacía otra completamente diferente. En una ocasión quedamos de vernos y me dejó esperando mucho tiempo. Cuando le dije que no me gustaba esa forma de tratarme, me reclamó él a mí diciéndome que tenía “apego ansioso”.
El apego ansioso, según John Bowlby, se caracteriza por una necesidad constante de cercanía y miedo al abandono. Puede originarse en la infancia, cuando las figuras de cuidado son impredecibles: y generalmente provoca que te relaciones con personas con apego evitativo, que es la tendencia a evitar la cercanía emocional, originado por la falta de satisfacción de las necesidades emocionales en la infancia.
En mi caso, cuando tenía 14 años, mis padres se separaron y mi mamá se fue de casa. A partir de ahí, empecé a sentirme sola, lo que contribuyó al desarrollo de mi apego ansioso y eso me llevó a relacionarme con hombres con apego evitativo, lo que disparaba constantemente mi ansiedad.
Este hombre aparecía y desaparecía todo el tiempo, sin embargo, mi angustia era permanente y, aunque salimos poco tiempo, la situación fue insoportable para mí. Por lo que decidí buscar ayuda con mi terapeuta, Joaquín.
Al hablarle sobre el comportamiento de esta persona y mi interés en trabajar con el apego ansioso, me preguntó: “¿Realmente necesitas eso?”. Su pregunta me hizo darme cuenta de que estar en relaciones tóxicas con hombres incongruentes y narcisistas no me ayudaría a sanar; solo reafirmaría mis inseguridades y mi miedo al abandono.
Decidí recuperar mi poder personal. Comprendí que, si no dejaba de alimentar mi necesidad obsesiva de sumergirme en mis propios abismos emocionales, seguiría atrapada en relaciones dañinas. Así que corté todo contacto con ese hombre y me comprometí a no relacionarme nuevamente con alguien así.
Tiempo después, una amiga me organizó una cita con Germán, un hombre amoroso y comprometido, quien, desde el principio, mostró interés por una relación sana. Entonces vino una primera gran prueba para mí. En una ocasión él viajó al Amazonas y hubo un día en que no supe nada de él, me invadió la angustia y la duda. “¿Y si no me vuelve a llamar?”. En ese momento, decidí aplicar una herramienta muy valiosa: hablarme a mí misma como lo haría una madre amorosa a su hijo. Me convencí de que, si estaba en la selva, quizá no había señal y que un día sin contacto no significaba nada.
Al día siguiente recibí muchos mensajes y fotos de su viaje. Desde entonces, hemos construido una relación hermosa basada en el amor, la vulnerabilidad y la regulación emocional, donde compartimos nuestros miedos y nos acompañamos a sanar nuestras heridas.
Debemos trabajar nuestros apegos en relaciones saludables, con personas que genuinamente deseen estar con nosotros, porque el apego ansioso no se sana en relaciones narcisistas o inconsistentes; estas solo agravan nuestras heridas.
Una relación sana también tiene desafíos, pero estos no generan ansiedad ni agotamiento, sino que invitan a la madurez y el crecimiento mutuo. Y ese es el “INGRIDiente secreto” para nunca tenerle miedo… a que no te vuelva a llamar.
¡Gracias por acompañarme una vez más!
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