Alguna vez estuve en una relación con un hombre divorciado que hablaba mucho de sus hijas. Tenía muchas fotos con ellas enmarcadas en distintos rincones de la casa. Postales de viajes, cumpleaños, Navidades. Siempre abrazándolas, representando al “papá perfecto”.

Decía que les había dado todo y que ahora no querían verlo, que incluso lo demandaron para pedirle más dinero del que ya les daba.

Al principio, pensé que ellas eran unas malagradecidas. Pero cuando terminé la relación con él, pude ver que detrás de la imagen de ese padre perfecto, había promesas incumplidas, gestos "generosos" que después eran reclamados de regreso o cobrados con distintos tipos de exigencias.

Así descubrí que sus hijas no lo habían alejado por dinero. Lo que reclamaban era amor, presencia real, ser vistas. No solo compensadas económicamente.

Y eso él no podía ofrecerlo, porque era un papá de fotografía. Creía que pagar cosas era suficiente, que el vacío de la ausencia podía llenarse con una postal de la “familia feliz”.

Y ahí me di cuenta de algo más profundo: eso también lo viví yo… con mi madre.

Una vez, en una reunión familiar, nos pidieron llevar un objeto que representara un tesoro personal y que pudiéramos compartir con los demás. Yo llevé dos libros: uno que escribí desde mis heridas, y otro que no escribí, pero me ayudó a sanar. Los llevé con amor, lista para compartirlos.

Mi madre llevó portarretratos con fotos nuestras. Dijo que esos eran sus tesoros. Y sí, lo eran. Pero más como trofeos que como recuerdos vividos.

Porque conservaba las fotos, pero los momentos se habían erosionado. Tenía las imágenes, pero realmente nunca estuvo presente en ellas.

Después hicimos una rifa de todos esos objetos y mi madre ganó mi libro. El que escribí con el alma, pero decidió regalárselo a una prima, “porque ella lo deseaba más”. Lo dijo con orgullo como quien hizo un sacrificio admirable. No le interesó leerlo, ni asomarse a mi corazón. Estoy segura de que si lo hubiera leído, me habría hecho algún comentario con lágrimas en sus ojos.

Lo intercambió por el otro libro, el que no escribí yo. Eso me dolió aún más.

Mi madre tiene frases dulces de recuerdos seleccionados y siempre ha sabido posar para las fotos. Pero yo viví lo que hay detrás de esas imágenes de momentos perfectos.

Las veces que me acerqué a ella como refugio ante mi dolor, y se negaba a escucharme, porque “de nada servía que ella también sufriera”.

Las veces que necesitaba ayuda mientras yo criaba sola a mis hijos y cargaba un gran duelo, pero ella me presumía sus fiestas.

Y no, no digo esto para culparla, no responsabilizo a mi madre de lo que me pasa. Ante todo me siento agradecida con ella y honro su vida. Solo entendí que la mejor forma de honrarla, era también ser yo una buena madre conmigo misma.

Vivimos en una era donde las redes sociales están llenas de fotografías perfectas que muestran momentos maravillosos, pero a veces esas fotos son solo una imagen y no un verdadero recuerdo inolvidable. Se necesita mucho más que un clic para fotografiar una conexión indeleble; asimismo, se necesita mucho amor para ser un padre de verdad y no solo uno de fotografía.

Por eso el INGRIDiente secreto es que no se trata de salir en la foto y publicarla. Se trata de crear instantes tan reales, tan honestos… que no necesiten ser capturados en una fotografía.

Gracias por acompañarme una vez más.

IG: @Ingridcoronadomx / www.mujeron.tv

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