Por mucho tiempo sentí como si el mundo me debiera algo. Trabajaba sin parar y lo que conseguía, producto de ese trabajo, la vida muchas veces me lo arrebataba.
Me esforzaba con todo el corazón, pero había temporadas donde el dinero no llegaba, aunque sí se iba. Cobranzas inesperadas, pagos prometidos que no cumplían, personas intentando quitarme lo que legítimamente era mío.
Pensaba que así era ser adulta: correr detrás de cuentas, perder lo ganado y arreglar lo que otros rompían. No me daba cuenta de que ese desgaste tenía raíces más profundas.
Hasta que una noche, agotada, revisando papeles, me encontré con una deuda que no recordaba haber generado. Era pequeña, pero algo en mí se rompió. No por el monto, sino por la sensación de estar pagando siempre por cosas que no eran mías.
Me senté llorando en el piso y me pregunté: “¿Cuántas cosas estoy pagando sin saberlo debido a historias viejas que ni siquiera me pertenecen?”
Recordé trabajos que acepté por compromiso, aunque me drenaban. Ayudas que di cuando ni yo podía con mi alma. Las múltiples veces que dije sí, por miedo a que se enojaran conmigo.
Entonces entendí: mi problema no eran las deudas financieras. Eran deudas invisibles basadas en la creencia de que todo debía ganarse con sacrificio. Una lealtad inconsciente al dolor, heredada de personas de mi linaje que sobrevivieron, entregándolo todo sin recibir lo justo.
Vi cómo esa programación actuaba como una brújula rota: me guiaba a escenarios donde debía pagar más de lo que era justo. Como si mi energía gritara: «cóbrame más, no me merezco lo fácil».
Es como si tuviera una balanza interna desajustada desde la infancia. Cada vez que no recibía lo que merecía, esa balanza se inclinaba hacia el sacrificio. Y así, creía y sentía en mi cuerpo y en mi alma que eso es lo normal. Que así se gana el amor, el éxito y... el dinero.
Si no ajustas esa creencia, la vida atrae a tu balanza a personas que piden de más, cambian acuerdos y abusan. ¿Cómo se desmantela eso? Primero, reconociéndolo. Viendo cada vez que dices sí, cuando quieres decir no. Cada vez que aceptas condiciones que te drenan. Cada vez que sientes una incomodidad en el cuerpo frente a un acuerdo, pero igual lo aceptas. Eso es traicionarte.
Luego, con amor firme y empezando a elegir distinto. Decir: “esto no me representa”. Cambiar acuerdos sin culpa. Recordarte que no tienes que sacrificarte para demostrar tu valor.
Esa noche, frente al estado de cuenta, fue mi momento de quiebre. No hubo fuegos artificiales, solo una verdad clara: ya pagué, ya sostuve, ya lloré, ya hice lo que me tocaba.
Ahí, sentada en el piso, encendí una vela y escribí: “Yo ya pagué. Esta deuda no es mía. Hoy la suelto.” Quemé ese papel y algo se liberó dentro de mí.
Desde entonces me relaciono distinto con el dinero. No como enemigo ni salvador, sino como espejo. Si llega producto del sacrificio, lo bendigo y lo transformo. Lo uso como inversión para crear algo nuevo o siendo generosa con quien quizá lo necesita más que yo. Si viene con amor, lo recibo con amor. Si no llega aún, le hablo y lo invito a mi vida. Además, me pregunto: ¿me estoy traicionando y por eso no ha llegado?
Sanar tu relación con el dinero no es solo para atraer más. Es reconciliarte con tu derecho a recibir, sin culpa, sin permiso, solo por ser tú y porque lo mereces.
El INGRIDiente secreto es: vivir en abundancia, soltando la herencia del sacrificio y reconocer en el estado de cuenta de la vida… las deudas que no son tuyas. Gracias por acompañarme una vez más.
IG: @Ingridcoronadomx / www.mujeron.tv