Acabo de leer una noticia que me revolvió el alma. Un “coach de vida” y mentor de desarrollo personal fue autorizado para cambiar el uso de suelo de una zona de selva protegida, con el fin de construir un negocio inmobiliario para retiros de meditación, reflexión y descanso.

Lo más brutal —y contradictorio— es que en la autorización se incluye que pueden “retirar la fauna con palos”.

¿Predicar paz y bienestar mientras se azota a la selva para despejar animales no es una contradicción? Aunque su escala no compita con la de los monstruos turísticos, el ruido y la incongruencia cuentan. Porque predicar espiritualidad mientras se perturba vida silvestre —aunque sea con palos autorizados— sigue siendo una disonancia profunda.

Mientras leía eso, recordé algo que ya había sentido antes. Cada vez que me aparecía uno de sus videos virales, algo en mí se encogía. Como si, debajo de sus palabras fuertes y su seguridad aplastante, yo oliera la mentira.

Algunos tenemos ese radar interno que se activa cuando alguien usa la espiritualidad como disfraz. Otros aún no. Se dejan llevar por las palabras… cuando son los actos los que revelan la verdad.

Este caso me recordó que este patrón no es nuevo. A lo largo del tiempo hemos visto figuras que usaron la espiritualidad como fachada mientras acumulaban poder, dinero o control:

Bikram Choudhury, creador de Bikram Yoga, acusado de abuso sexual y coerción mientras vivía rodeado de lujos.

Osho, líder espiritual indio, vinculado a bioterrorismo, manipulación emocional y excesos materiales.

Keith Raniere, fundador de NXIVM, que lideró una red secreta de abuso bajo un discurso de empoderamiento.

— Otros como John Friend, Jim Jones, Sogyal Rinpoche y James Arthur Ray también fueron señalados por manipular, violentar o incluso causar muertes.

No, no digo que deforestar sea igual que traficar personas o abusar sexualmente. Pero sí creo que nace del mismo veneno: la desconexión entre lo que se dice y lo que se hace.

La incoherencia no siempre grita. A veces se disfraza de calma. A veces huele a incienso. Y no es algo lejano.

Yo lo he visto de cerca: padres que se venden como conscientes mientras dañan en silencio; famosas que hablan de unidad mientras sostienen alianzas desde el rencor; “maestras de vida” que intentan quitar a unos niños lo que les pertenece; influencers que promueven la paz mientras alimentan el juicio y la competencia.

Hoy es común encontrar personas que dicen estar despertando al mundo… mientras siguen dormidas en su ego.

Predican espiritualidad mientras destruyen selvas, relaciones, familias... Construyen imperios sobre terrenos movidos por la mentira.

Y a veces me pregunto: ¿la verdad tiene lugar en este mundo? La verdad —aunque duela— tiene un radar silencioso. Reconoce la incoherencia sin necesidad de pruebas.

No vende como el escándalo. No entretiene como el juicio. No genera millones de seguidores. Pero sí siembra. Y lo que nace desde la verdad no se puede falsificar.

Quizás ellos hoy tienen la razón en los medios. Quizás hoy parecen tener poder, contratos, audiencia. Pero hay una diferencia abismal entre el éxito y la integridad.

La verdad sí tiene lugar en este mundo. Aunque ese lugar sea pequeño, aunque no se vea, aunque no tenga likes… La verdad no necesita espectáculo. Solo necesita raíz.

El INGRIDiente secreto:

Sostenerte en la verdad te da un don sagrado: empezar a ver con claridad todas las mentiras envueltas en incienso.

Gracias por acompañarme una vez más.

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