Una vez, alguien a quien quería con el alma me dijo algo que me rompió.
No me gritó, ni me insultó. Solo soltó una frase: “Es que tú no resuelves, tú solo apagas fuegos”. Y se rió, como si fuera un buen chiste.
En mi vida he recibido todo tipo de ataques, insultos públicos, campañas de odio, burlas en redes… pero esa frase me dolió más, porque no venía de un extraño y venía con juicio disfrazado de observación. Sus palabras tocaron una herida profunda: “Yo soy la que siempre sostiene todo, sola”.
Cuando crías, trabajas y proteges sin red de apoyo, a veces no puedes resolverlo todo a fondo. Solo puedes apagar fuegos… para que la casa no se queme entera. Y duele...
Porque muestra lo invisible: que quienes estamos en esta posición no somos vistas con compasión. Nos aplauden por ser fuertes, pero eso esconde una trampa: si puedes sola, entonces no necesitas ayuda. Y no, el sistema tampoco está hecho para nosotras.
Horarios escolares absurdos, trámites infinitos, festivales a media mañana… Nada está pensado para una madre sin pareja.
Y cuando pedimos apoyo legal, todo empeora. Años de juicios, de pagar abogados, de presentar pruebas… de suplicar sentencias que nunca llegan. Tribunales que no exigen corresponsabilidad. Y mientras tanto… seguimos criando, resolviendo, conteniendo… Solas.
O peor aún: en mi caso, los padres de mis hijos no aportan económicamente ni en la crianza, pero sí dañaron públicamente el manantial que alimentaba a sus propios hijos.
Y el mundo… los aplaudió. Nadie vio que detrás de esa imagen había una mamá sola, sosteniendo lo insostenible. Quienes tienen pareja o apoyo familiar no dimensionan lo que implica: Generar ingresos, pagar cuentas, acompañar duelos, cuidar con fiebre, contener emociones… todo. Sin enfermar. Sin pausa. Sin permiso para caer.
Y está el silencio… Porque hablar del agotamiento es admitir que estás al borde.
Ayer vi Harta, en Netflix. Una historia extrema, sí, pero me vi reflejada en esa sensación de impotencia cuando todo recae sobre ti… y nadie lo ve.
¿Y por qué no lo ven?
Porque aún se cree que criar es algo natural en las mujeres. Como si hubiéramos nacido sabiendo hacerlo todo solas, con ternura y eficiencia, sin una queja.
Con los hombres es muy diferente. Yo lo viví. Cuando estaba en pareja y yo tenía trabajo, él recibía ayuda de sobra. Hoy, años después de hacerlo sola… nadie pregunta si necesito algo. Porque “yo sí puedo”.
En México hay 11.5 millones de mujeres jefas de hogar. En la misma situación, 900 mil hombres. Y aun así, seguimos sin nombrar lo que eso implica: trabajo doble, sin red, sin descanso, sin reconocimiento.
Hoy no escribo esto para quejarme. Lo escribo para romper el silencio. Sí, a veces apago fuegos. Porque todo arde. Pero también cuido, educo, construyo, abrazo, alimento, doy esperanza. Y lo hago con todo el amor del que soy capaz.
Una vez alguien me dijo: “Los hijos de madres solteras son más conscientes y agradecidos.”
Y yo sí lo creo, lo veo, lo vivo. Aunque no lo digan con palabras, sus corazones lo saben. A su manera… me lo hacen más fácil. Con ese amor silencioso que entiende lo que es tener una mamá que lo da todo.
El INGRIDiente secreto es: La próxima vez que veas a alguien criando en soledad, no le digas que es fuerte, pregúntale si necesita ayuda. La empatía —real, concreta, sin juicio— también apaga fuegos… pero con amor.
Dime en Instagram @ingridcoronadomx de qué te gustaría que hablemos aquí. Te leo… Gracias por acompañarme una vez más.