Caminábamos por una montaña cerca de Marrakech, llegamos a un pequeño pueblo donde, sorprendentemente, sus habitantes nos recibieron con sonrisas amplias y una energía vibrante. A pesar de las condiciones de pobreza del lugar, su vitalidad y energía eran evidentes. Intrigada, le pregunté a Omar, el guía, un hombre de cincuenta años de edad, que parecía de treinta:

—¿Dirías que la gente aquí es feliz y saludable?

—¡Por supuesto! –respondió con una sonrisa contagiosa.

Recordé entonces una conversación con un taxista quien, al hablar del rey de Marruecos, me dijo que estaba triste y enfermo. Me sorprendió pensar que, mientras al rey lo asaltaba la tristeza, a pesar de vivir rodeado de lujos y comodidades, a la gente de este pueblo tan modesto, parecía abordarlos la felicidad absoluta, a pesar de tener “tan poco”.

Omar, me explicó que las personas en su comunidad están siempre en movimiento, suben montañas todos los días para llegar a sus casas, a veces en recorridos de más de 50 minutos. Además, acostumbran el hammam, un baño tradicional que simula fiebre para desintoxicar el cuerpo y prevenir enfermedades. Esto me recordó los estudios sobre los baños fríos y cómo el estrés moderado en el cuerpo puede ser beneficioso para la salud.

—“Tomamos té verde con infusiones de menta, lavanda, romero o tomillo, plantas que tienen propiedades antioxidantes y equilibran emocionalmente. Y nuestra religión tiene restricciones que nos protegen, como evitar el alcohol, el cigarro y la carne de animales como el cerdo, cuyos hábitos no se consideran saludables”.

—“La mayoría cultivamos nuestros propios alimentos: frutas, vegetales, nueces y almendras, todo libre de pesticidas. También fomentamos relaciones sociales profundas, compartiendo tiempo con familiares y amigos al ritmo de la música”, agregó.

Esto me recordó a las “zonas azules”, lugares donde las personas viven más de cien años con una gran calidad de vida. La descripción de Omar coincidía con los estudios que se han hecho sobre estas zonas: una vida activa, una dieta saludable y una fuerte conexión social.

Pero lo más revelador fue lo siguiente:

—Tras un temblor que destruyó nuestras casas, la comunidad reconstruyó el pueblo y ninguno cobró un centavo. Mientras en las grandes ciudades se promueve la competencia, aquí la verdadera felicidad proviene de la cooperación y de ayudarnos mutuamente.

Finalmente, le pregunté por qué creía que el rey estaba triste, mientras su gente parecía tan feliz. Omar me miró y respondió con serenidad:

—A diferencia del rey, nosotros no deseamos una vida distinta a la que tenemos. Yo puedo dormir aquí, sobre el suelo cubierto de piedras, sin problema. Nos sentimos agradecidos por estar vivos y sanos.

Omar me hizo pensar en mi propia vida, en la que, a pesar de la comodidad de mi cama y mi hogar, a veces necesito suplementos para dormir.

Paradójicamente, muchos que parecen tener menos, en realidad tienen más, poseen lo más valioso: gratitud, salud y eso los lleva a la verdadera felicidad. A veces me pregunto: ¿vivimos para ser felices o para siempre buscar aquello que “no tenemos” y que eso nos haga infelices? La capacidad de agradecer y abrazar lo que la vida nos da, es el verdadero INGRIDiente secreto para vivir como reyes… pero sanos y felices.

Gracias por acompañarme en esta reflexión.

IG: @Ingridcoronadomx /

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