Hace unos días la vida nos quitó a un miembro de la familia. No era humano, pero lo amábamos con todo el corazón…

Nuestro perro Jägger tenía una forma muy tierna de pedir comida: se sentaba derechito, en “sit”, como diciendo “mírame, ya me lo gané”. Ese pequeño truco nos hizo reír cada uno de los siete años que estuvo con nosotros.

De pronto, una enfermedad le dañó la respiración y en cuestión de horas tuvimos que tomar la decisión más dura: dejarlo ir. Lo hicimos por amor, aunque no estuviéramos listos para despedirlo.

Mi familia no es la típica de los cuentos: soy una mamá sola, con un hijo de un primer matrimonio y dos de un segundo… pero juntos, los cinco, con Jägger incluido, hemos sido una tribu muy amorosa.

Mis hijos han vivido pérdidas grandes: dos divorcios, la muerte de su abuelo, luego la de su padre… y ahora también, la de este compañero fiel. Pero confieso que para mí, esta ha sido una de las pruebas más duras. No solo por perder a mi perro que amaba, sino por ver llorar desconsoladamente a mis hijos. Como madre, quisiera arrancarles el dolor y tragármelo yo, pero no se puede. Lo único que puedo hacer es estar ahí con ellos.

Ese día vi a mi hijo mayor abrazado a la correa de Jägger, llorando como si todavía lo sostuviera. Mi primer impulso fue irme a llorar sola adentro de mi closet, como tantas veces hice para que no me vieran débil. Pero en ese momento entendí que llorar juntos también consuela, que nuestras lágrimas no los hunden, al contrario, les dicen: “estoy contigo, no estás solo en esto”.

Para Emiliano, Jägger no era solo su perro: era como su hijo, su amigo, su compañero de todo. Hace poco se fue a vivir solo, y en esa transición tan frágil, él era su cable a tierra, el abrazo al que siempre podía volver. Por eso su dolor fue tan grande: no solo perdió a su perro, perdió al compañero que lo sostenía en medio de su propio vuelo hacia la vida adulta.

A veces me pregunto: ¿por qué la vida se lleva a quienes amamos? Primero me llené de rabia, luego de preguntas sin respuesta. Y aunque ahora no tengo todas las explicaciones, sí sé que Jägger nos cuidó hasta el último momento. Y si se fue primero, tal vez fue como un guardián que protege a los suyos incluso con su ausencia.

Porque quizá, en lo profundo: Jägger sabía que mi hijo necesitaba dar un salto hacia adelante, pero no podía hacerlo con ambas manos ocupadas en la correa. Tal vez su partida fue un modo de soltarlo, de decirle: “te dejo más fuerte de lo que crees, ahora camina con tus propios pasos”. Ese fue su último acto de amor: cargar con el peso que, de otra manera, habría sido demasiado para mi hijo.

El dolor es enorme, pero también me queda gratitud. Gracias, Jägger, por los años que nos regalaste, por las risas, por tu lealtad. Y sobre todo, gracias por quedarte en el corazón de mis hijos como recuerdo vivo de que alguna vez tuvieron un guardián de cuatro patas que los amó sin medida.

Porque pienso que, tal vez, su último “sit” no fue para pedirnos comida… sino para decirnos: “ya cumplí, ya me gané mi lugar en su corazón para siempre”.

No todo lo que se va es pérdida. El INGRIDiente secreto es que a veces, lo que se va es amor que nos sigue cuidando desde otro lugar. Y así fue Jägger: el guardián que se fue primero.

Si alguna vez perdiste a un ser querido, humano o animal, cuéntame en Instagram @ingridcoronadomx cómo lo viviste. Tu historia puede acompañar a otro corazón que hoy necesita consuelo. Gracias por acompañarme una vez más.

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