Tenía quince años cuando el guapo de la escuela me pidió que fuera su novia y así comencé un romance que yo creí sacado de un cuento de princesas, hasta que, me pidió tener sexo con él. Como yo no me sentía preparada para dar ese paso, le dije que no, entonces me cortó y así el cuento terminó.
Interpreté su decisión como que yo no era suficiente para él, así que configuré en mi mente la idea de que necesitaba mejorar mi físico para que un novio quisiera quedarse conmigo porque, las revistas y la televisión publicaban imágenes de mujeres que a mis ojos eran perfectas. Así es como comenzó mi calvario para acercarme a esos estándares de belleza.
Primero, con dietas y dietas, y más dietas. Cada vez más estrictas. Luego, con ejercicio. Tres horas en el gimnasio, diario, sin días de descanso, sin importar si estaba desvelada o enferma. Y, finalmente, con todos los productos milagro del mercado. Cremas, ungüentos, laxantes, anfetaminas, inyecciones, masajes y hasta… cirugías.
El problema era que entre más hacía, más me exigía. El objetivo siempre era un poquito menos de cintura, un poquito más de pierna, un poquito más de tono muscular. Nunca era suficiente. Ahora entiendo que esta obsesión por perfeccionar mi cuerpo era una de las formas en las que me odiaba.
Muchas mujeres crecimos creyendo que si no somos bonitas y delgadas no tenemos valor para este mundo. Y somos capaces incluso de poner en riesgo nuestra salud y nuestra vida para lograrlo.
Así lo muestra la película “La Sustancia”, donde Demi Moore interpreta a una conductora muy famosa y que, en su edad madura, es despedida. Un laboratorio le ofrece una sustancia que promete renacerla temporalmente como una hermosa chica de veintitantos años. Lo que la llevó a odiar de forma brutal su versión real.
Sigo con la boca abierta no solo por el horror que muestran ahí, donde tuve que adelantarle a muchas escenas, sino de pensar que, en mayor o menor medida, muchas nos hemos odiado por no vernos como suponemos que deberíamos vernos. Ya sea por nuestro peso, por nuestras proporciones o por los signos de la edad.
Millones de personas viven atormentándose por no verse como “deberían”. ¿A cuántas personas conoces que se han hecho tantas cosas que ya ni se parecen a ellas mismas?
Si te ves al espejo y estás despeinado, no peinas al espejo, ¿verdad? Te peinas tú. Para que te guste lo que ves, donde hay que trabajar es en aceptarte como eres y enamorarte de ti.
Así es como yo me enamoré de mí:
1.- Tu dieta no es solo lo que comes, es también lo que ves, lo que escuchas, lo que lees y las personas que te rodean. Sé inteligente con respecto a lo que dejas entrar a tu cuerpo, tanto emocional, física y espiritualmente.
2.- Amar tu vida hace que te ames a ti. Hacer algo que te guste: el arte, un deporte o un hobby, ayuda mucho a que te enamores de ti.
3.- Como te tratan es el reflejo de cómo te tratas, así que poner límites es amarte y tratarte bonito.
Oscar Wilde dijo que amarse a uno mismo es el comienzo de un romance de por vida y ese es el INGRIDiente secreto para saberse suficiente; y vernos y sentirnos siempre de veintitantos.
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