Trascender el sensacionalismo y el desgarre de vestiduras a raíz de las “decisiones” anunciadas por el 47 presidente de los Estados Unidos parece ser la primera tarea a realizar desde México, por parte del gobierno, los analistas políticos y la opinión pública en su conjunto.

Desde hace tiempo se sabía cuál podría ser el rumbo posible de los anuncios hacia México con Trump al frente de la Casa Blanca. El plazo se cumplió y discernir hoy las declaraciones que vienen de Washington implica entender que muchas corresponden a definiciones generales de un presidente con una gran base de electores que supo interpretar los intereses de su país y las pulsiones de una inmensa mayoría de sus ciudadanos, incluso de las minorías hispanas y afroamericanas pro republicanas que esta vez apoyaron abiertamente su regreso.

Nos guste o no, la conducta de Trump no corresponde a la de un dictadorzuelo dispuesto a representarse a él mismo, sino la de quien ofrece hacer lo posible para que prevalezca la hegemonía de su país en diferentes campos y retos geopolíticos actuales. Esto implica crear -con ajustes diversos al modelo económico básico- crecimiento, prosperidad, desarrollo y seguridad para los norteamericanos. Trump es muy crítico, pero no puede ser un “enemigo de México”.

Algunas de sus decisiones empiezan incluso a dar frutos, como el cese al fuego entre Israel y Hamas, éxito reconocido por el propio Netanyahu, al igual que el efecto de activación inmediata de los diálogos para poner fin a la guerra entre Ucrania y Rusia.

Es una disonancia asombrosa en la relación bilateral (por decir lo menos), que el presidente Trump pueda tener más claridad ante algunos problemas nacionales de México, que la propia 4T y sus más conspicuos liderazgos. De entrada, no es prodigando abrazos que se puede controlar con visión de estado a grupos delictivos sofisticados, arraigados, poderosos y violentos sino por medio de acciones bien planeadas, organizadas, decididas y directas de ambos países. Pocos mexicanos pueden estar en contra de remontar la inseguridad que siguen sembrando las acciones violentas de la delincuencia organizada en importantes localidades del país.

Combatir la narco violencia con la fuerza del Estado supone remontar actitudes pasivas y complacientes ante grupos que han provocado 205 mil asesinatos y decenas de miles de personas desaparecidas y a sus víctimas indirectas.

¿Deberíamos preocuparnos porque el gobierno de Estados Unidos declare terroristas a algunos cárteles mexicanos? Ante la violencia y peligrosidad de las bandas, es lamentable que el propio gobierno de México no lo haya hecho hasta ahora.

No es Trump, sino el artículo 139 Código Penal Federal el que establece con notable exhaustividad y claridad las penas aplicables a las conductas de quienes realicen o amenacen con realizar acciones “que produzcan alarma, temor o terror en la población o en un grupo o sector de ella”. Esto es distinto al proteccionismo o tolerancia de que han gozado quienes han difundido el terror entre la población de regiones enteras y los obligan al encierro por miedo a ser violentados. Algo deberá cambiar para remontar la laxitud oficial ante la desbordada violencia criminal, como ha comenzado a manifestarse con algunas operaciones bien planeadas y ejecutadas desde la secretaría federal de seguridad ciudadana.

En otro tema acucioso, es absurdo y contrario a la historia pensar que el gobierno norteamericano es contrario a la inmigración que está en su ADN fundacional. Es claro, en cambio que su gobierno no desee aceptar más una inmigración caótica y desordenada. No conozco a funcionario alguno de Morena dispuesto a abrir la puerta de su casa para que entre y salga cualquier persona. La frontera de Estados Unidos es estructuralmente permeable por invariables razones y podrá seguramente funcionar como la de cualquier otro país, mediante procesos regulados de solicitud de acceso.

El contraste y punto opuesto, naturalmente, seguirá siendo el de quien invita a todos los migrantes a que vengan a México como punto de paso hacia EU y les prometa empleo, aun si este no abunda para los mexicanos y ofrezca pensiones a cuenta del erario agravando aún más el débil desempeño de las finanzas públicas en 2025.

Quienes forman el grueso de las corrientes migratorias hacia México, suelen hacerlo para escapar de la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades propias de gobierno dictatoriales y autócratas: Cuba, Venezuela, Nicaragua sólo entusiasman las visiones ideológicas e irreales de quienes confunden las autarquías y dictaduras con paraísos y modelos de vida, sin admitir jamás la dura realidad política social y económica en la que se encuentran muchos de sus connacionales.

México podrá responder a la política migratoria de Trump, pero no anclado en el odio y el resentimiento, sino por medio de un mínimo de sensatez y de coherencia, regulando también sus flujos migratorios sin inocencia ni omisiones y manteniendo la migración hacia México en cauces que no lo desborden.

La visión inicial y primordial de Trump y su equipo inmediato seguirá siendo el de un hombre de negocios, no la de un presupuestívoro cargado al agotamiento del gasto público ni la de un burócrata que amasa fortunas mediante el tráfico de influencias. Pero esto no es un defecto, sino un punto a favor.

Muchos de los elementos históricamente presentes en la relación bilateral del último siglo entre México y Estados Unidos seguirán siendo –más allá de cualquier discurso incendiario– resultado de estructuras creadas y sostenidas por los genuinos intereses de ambos países y sociedades, entre estos la relación comercial. Leer a Trump implicará –eso sí– mucho más pragmatismo ante los retos y asimetrías de dos países dispuestos a compartir una de las fronteras más largas y dinámicas del mundo sin caer en insostenibles trampas puramente ideológicas ajenas a una historia compleja con luces y sombras como ha sido la de ambos países.

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