El hecho duro y maduro y más grave ocurrido en calles de las colonias Condesa y Roma –con 56 inmuebles dañados y cero detenidos- no es la modificación del perfil habitacional en esa zona, conocido como gentrificación, sino el mensaje de odio, xenofobia y miedo por el hecho en sí y por la inacción y permisividad del gobierno local e incluso federal ante la violencia.

La conocida estrategia de evadir responsabilidades y culpar al pasado de todos los males del presente, incluida la crisis habitacional, no ayuda a una reflexión de fondo sobre las trabas reales en la construcción de vivienda en una ciudad cuyo gobierno apenas autorizó 6 mil viviendas nuevas en 2023.

Se ignora hasta la fecha por qué permanecieron cerradas más de un año las ventanillas locales para el trámite de proyectos y permisos inmobiliarios, y por qué se sigue hostigando ferozmente la propiedad privada y se desincentiva la construcción de vivienda, como lo hemos comentado antes en este espacio.

Resolver y superar el actual embudo deficitario de 250 mil nuevas viviendas seguirá siendo la única manera de contener la diáspora que lleva a millones de personas a vivir en periferias que implican hasta 6 horas diarias de transporte ida y vuelta para quienes deben llegar a sus centros de trabajo.

Las colonias Condesa y la Roma, con numerosos inmuebles catalogados como históricos, han sido ocupadas desde la época porfiriana por familias de la clase media alta con estilos de vida similares a los de algunas ciudades europeas.

El gobierno de la capital se ha caracterizado por impulsar decisiones e iniciativas administrativas y regulatorias para controlar el mercado inmobiliario moviendo a sus clientelas electorales, pero despreciando el conocimiento en la interacción entre la oferta y la demanda.

Lo ocurrido este fin de semana en puntos de la Condesa y Roma tiene un grave significado político, no solo como distractor poderoso para un gobierno agobiado por reclamaciones y críticas internas y externas, muy señaladamente las que le vienen de los Estados Unidos, cuyos connacionales aquí fueron tomados como blanco directo del insulto y el odio callejero.

En la Alemania nazi de 1933 y bajo el lema "defendámonos, no compren a los judíos", se produjo un movimiento político-social que dio inicio a uno los procesos de discriminación más atroces de la historia, al culminar en campos de concentración.

¿Cuál es la diferencia entre esa exhibición de odio y violencia y la movilización violenta por la gentrificación o por cualquier otro motivo entre los muchos invocados para la exclusión en estos tiempos y que a la vez son tolerados por las autoridades?

En un país de riqueza multicultural como el nuestro, históricamente caracterizado por su calidez y trato a los extranjeros, es contradictorio y absurdo que nos indignemos con el trato que se da a los mexicanos en Estados Unidos y reproduzcamos sin consecuencia alguna las expresiones xenófobas que vimos hace algunos días.

Todo esto no es mera casualidad. Desde el gobierno pasado, en México se ha implantado la narrativa de que la culpa de todo es de los ricos, de los conservadores y ahora de los extranjeros; idea peligrosa que atenta profundamente contra el respeto, el honor, la integridad y la tolerancia.

La confrontación como doctrina es el instrumento perfecto de manipulación de los gobiernos populistas. Ofrecer y crear la imagen de un enemigo común distrayendo el descontento contra el gobierno y dirigiéndolo contra el chivo expiatorio en turno es una verdadera infamia.

Ciudades en Baja California y San Miguel de Allende se han beneficiado de un relativo buen auge económico precisamente por la aceptación y convivencia de mexicanos y extranjeros, (especialmente norteamericanos, en ambos lugares) que han encontrado un espacio para vivir tranquilamente.

En una ciudad con más de 10 millones de habitantes, las trabas a la construcción siguen elevando la demanda y el rápido aumento de los precios. La gentrificación conecta con las dinámicas naturales de la migración a lo largo de la historia. No así los frenos burocráticos que impiden la construcción de viviendas dignas que la población requiere.

La presión social por vivienda será atendible con planes de desarrollo alternativos, sin burocratismos puramente controladores y sin la indiferencia gubernamental que vimos este fin de semana ante la xenofobia, el lenguaje de odio y la violencia irresponsable e impune.

La corrupción, la polarización y la indiferencia no son los caminos para resolver el problema.

Notario y exprocurador de la República

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Comentarios