El mitin del domingo en la Plaza de la Constitución fue un acto de madurez de la sociedad, de su apego a la democracia, su confianza en la Suprema Corte de Justicia de la Nación y del hartazgo ante las descalificaciones e insultos provenientes de las conferencias mañaneras. Qué gusto da formar parte de un ejercicio auténtico de la sociedad civil, por encima de los partidos políticos e independiente de cabezas o liderazgos personales, activo y participante como el que alzó la voz hasta llegar a los límites del ¡Ya basta!
La movilización ciudadana fue la expresión de un conglomerado amplio y diverso, nutrido con una multiplicidad de ideologías, y no sólo el reducto que el presidente designa peyorativamente “los conservadores”. Quienes nos dimos cita formamos un enorme mosaico de pluralidad, con personas de muy variada condición socioeconómica, sin uniformidades partidistas y dispuestas a apoyar el punto que hoy nos une: defender la Constitución y oponerse a reformas inconstitucionales como las surgidas de los intentos por mutilar al árbitro electoral y regresar las elecciones al control gubernamental.
Las reformas resultantes del Plan B, aprobado sin discusión por los legisladores morenistas, tienen la finalidad de destazar al INE y consolidar un modelo autoritario, contrario no sólo a los derechos electorales, sino a los mismos derechos humanos.
Cientos de miles de mexicanos en la ciudad de México y en otras ciudades del país ocupamos las plazas para repudiar intentos abiertamente golpistas y solicitar con respeto a los ministros de la SCJN reivindicar el apego a la Constitución y —en uso de sus facultades— evitar el nuevo despropósito impulsado por el gobierno.
Convertido de inmediato en blanco personal de la ira presidencial, el ministro en retiro José Ramón Cossío fue acertado: “Quienes estamos aquí queremos hablarles con otro lenguaje… el lenguaje de la confianza y el respeto propio de los demócratas”.
Fue una movilización respetuosa y alegre, a tono con nuestra idiosincrasia, sin agresión ni ofensa a ninguna autoridad; sin acarreados ni disturbios o vandalismo, sin ataques a la propiedad privada ni montañas de basura abandonadas en las calles de todos.
También asistió a la cita cívica un sector amplio de jóvenes, muchos de ellos afectados por el acoso presupuestal a las universidades y la difamación que los descalifica desde el podio presidencial. Cargan sobre sus hombros el compromiso del futuro, con la responsabilidad de evitar una suerte parecida a la de los ingleses con el Brexit, metidos en un callejón sin salida y arrepentidos de separarse de la Unión Europea tras una decisión en la que estuvo ausente el voto juvenil. En México, el desprecio a los jóvenes y a la protesta estudiantil mostró en 1968 la estructura anquilosada del régimen político y aceleró su transformación. Hoy comienza a ser palpable el desencanto juvenil por el desempeño gubernamental. Los menores de 35 años son fundamentales en la vida política pues representan 38% del padrón electoral.
La regresión autoritaria y el desmantelamiento del INE darían paso a la destrucción de la democracia y de cualquier forma republicana de gobierno. Quisiéramos ver a nuestro sistema político fuera de las evaluaciones internacionales que lo ubican en un derrotero antidemocrático. El incumplimiento de las promesas que decidieron el triunfo electoral de 2018 es el principal legado de este gobierno. Los saldos de violencia y muerte aumentan a niveles nunca vistos, junto a la gran deuda con los pobres que día a día aumenta.
La soberbia, sordera y ceguera mostradas por este gobierno siguen sin entender la crítica ciudadana. Ahora, la defensa de la democracia y la exigencia de apego a la Constitución pasará por la decisión de los 11 ministros de la SCJN, después nos espera la cita electoral de 2024, cuando todos los caminos conduzcan a las urnas. Mientras, está pendiente la construcción del camino que lleve del entusiasmo ciudadano al elector informado.