La presidenta Sheinbaum aún puede fortalecer la esperanza y la confianza de las fuerzas políticas si realmente decide abandonar el incómodo papel de continuadora de una obra que se tambalea.

Si rescatar a los pobres y acabar con la corrupción fueron la fortaleza de Morena y de AMLO en el 2018, hoy esta claro que ambas promesas sólo fueron base para el dispendio sin control y un simple engaño colectivo para el uso electoral de los votantes.

Algunos dirigentes morenistas empiezan a parecerse al mítico Uroboro, un ser que se devora a sí mismo y exhibe el desgaste que precede a su caída. “¿Quién decide qué es lujoso?”, pregunta un encumbrado morenista que ayer condenaba el derroche. Quizá la verdadera pregunta sea ¿quién decide qué es el cinismo?

¿Qué pulsiones aconsejan ejercer coerción y obligar a un ciudadano a ofrecer disculpas a un funcionario durante 30 días, por señalar y opinar de un hecho de interés público?

La presidenta ha intentado, sin éxito recomendar austeridad y humildad a los servidores públicos morenistas. Con excepción de García Harfuch, Luz Elena González y Marcelo Ebrard -designados por ella- su gabinete navega “de a muertito”, no le hacen caso o se entregan al confort y la disipación.

Aunque el catecismo del fundador de Morena sigue siendo recitado en público, ha sido abandonado en la práctica. Para los adversarios, la amenaza y el acoso con instrumentos de Estado. Para los amigos, los viajes dispendiosos a Japón, Londres y Madrid (aunque no a los Estados Unidos).

Sin garantía alguna de reducción de la violencia criminal, avanza la profunda castración autoritaria contra el estado de derecho y las instituciones creadas durante al menos 5 décadas de construcción de una democracia creíble y de contrapesos ante el poder ejecutivo.

Detrás de la fallida lucha contra los privilegios, asoman los retos de una economía sin crecimiento, con financiamiento deficitario y un endeudamiento con dinero cada vez más caro en los mercados internacionales.

Aunque equivocado en los modos, las palabras del presidente norteamericano, dan en el blanco cada vez que apunta hacia la realidad de la violencia, la impunidad criminal y el poder del narco en nuestro país.

Ojalá la presidenta Sheinbaum decida defender una ruta propia de gobierno. Su agradecimiento al pasado no le ha permitido gobernar. Lealtad no es incondicionalidad, sobre todo cuando la disyuntiva es perseverar en el error o tomar decisiones correctivas.

Por lo demás, que no le tenga miedo a un plebiscito, porque la nación la va a apoyar. De lo contrario, será ella quien convalide y pague platos rotos por la destrucción de los poderes y el retroceso económico.

Sembrar la esperanza es una cosa, mantenerla es más complejo, pues implica no sólo gobernar, sino ofrecer resultados que reviertan la destrucción de las instituciones, abatan la corrupción y reduzcan la pobreza.

No es concebible darle continuidad a un régimen que destruyó estructuras muy importantes para la seguridad pública, la educación y la salud y que está siendo señalado en el ámbito internacional como un narcogobierno, con desprestigio interno y externo que crece también en la crítica casi unánime de los medios internacionales, y entre quienes hace años vieron en AMLO, cualidades y habilidades para devolver al país la estabilidad que el país tenía antaño.

Cada vez menos mexicanos siguen el ritual mañanero que proyecta exclusión y odio, con culto a la personalidad e inculpaciones al pasado como explicación de todo problema presente.

Que la Presidenta dialogue y aproveche la oportunidad para unir al país y recuerde que los estadistas gobiernan para el futuro y los demagogos para el momento.

Notario, ex Procurador General de la República

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