Si queremos entender el derecho y las sentencias que transforman la vida de millones de personas, debemos dar un paso atrás y conocer quiénes son las personas que crean las leyes y quienes las interpretan. Comprender quiénes integran nuestros tribunales es fundamental: nos permite identificar de dónde vienen, cuáles son las experiencias y las personas que moldearon su pensamiento, qué causas defienden y desde qué perspectiva buscan interpretar la Constitución y las leyes.

En un momento de alta polarización política y de profundos desafíos de legitimidad y confianza ciudadana hacia la Corte Suprema de Estados Unidos, el ministro en retiro Anthony Kennedy nos presenta sus memorias: Life, Law, and Justice. Kennedy parte de una premisa esencial: para entendernos a nosotros mismos, debemos comprender el contexto de nuestro origen. Con esa idea, nos transporta a sus primeros años de vida y nos habla de sus hermanos y familiares, resaltando el papel de su padre —un abogado litigante— en la formación de su pensamiento. Kennedy recuerda largas conversaciones con él sobre temas filosóficos, quizá el germen de su tendencia a formular frases memorables como aquella de la sentencia Planned Parenthood v. Casey, en la que defendió la libertad de las mujeres para abortar:

“La esenecia de la libertad se encuentra en el derecho de cada persona a definir su propio concepto de la existencia, del sentido del universo y del misterio de la vida humana.”

Anthony Kennedy es, sin duda, uno de los ministros más influyentes de las últimas décadas. Nominado por el presidente Ronald Reagan, después de los intentos fallidos de Robert Bork y Douglas Ginsburg, Kennedy se convirtió en un pilar del tribunal. Su capacidad de diálogo y su profundo compromiso con la libertad dieron lugar a decisiones emblemáticas, entre ellas la que reconoció el derecho al matrimonio igualitario a nivel federal. A pesar de haber sido designado por un presidente republicano, su independencia marcó cada una de sus resoluciones. Con el tiempo, su fama se consolidó precisamente por su imprevisibilidad: ni los académicos ni los periodistas más especializados podían anticipar su voto en casos cruciales sobre aborto, derecho a portar armas, libertad de expresión, derechos LGBTIQ+ o pena de muerte.

A medida que uno avanza en los capítulos del libro, se descubre a un hombre que, con humildad y honestidad, reconoce la dificultad de alcanzar la objetividad al emitir sentencias. Sin embargo, sostiene que para interpretar la Constitución los jueces deben conocerse a sí mismos, entender desde qué perspectiva juzgan y, desde ahí, construir una argumentación sólida que sustente su visión.

Kennedy ofrece un amplio panorama de sus años formativos. Su compromiso con la libertad tiene raíces profundas en su historia familiar: sus antepasados emigraron de Irlanda a California. También narra la primera sentencia que leyó en su vida, Brown v. Board of Education, el fallo que desegregó las escuelas y protegió los derechos de las personas afroamericanas durante la era del presidente del tribunal Earl Warren y del abogado Thurgood Marshall, quien luego se convertiría en el primer juez afroamericano de la Corte Suprema. Fue una época de transformaciones jurídicas y de gran activismo a favor de las mujeres y de la población afrodescendiente.

El libro también nos permite conocer la vocación que tiene Kennedy por la enseñanza. Habla de sus años en la Facultad de Derecho de Harvard y reflexiona sobre el método socrático, que él mismo aplica en sus clases. A su juicio, el papel del docente es formular preguntas que fomenten una discusión abierta, respetuosa y racional. Esa conversación, dice, es una metáfora del ideal de una democracia constitucional: un sistema donde la ciudadanía puede expresar sus opiniones y puntos de vista sin menoscabar los derechos de los demás.

Finalmente, Kennedy aborda un tema urgente para los tiempos que vive Estados Unidos: la ética judicial. Sostiene que el poder, prestigio y supremacía moral de la Corte descansan en el respeto que generan sus sentencias. Ese respeto se construye mediante decisiones coherentes, lógicas, intelectualmente sólidas y apegadas a la ley. Pero todo ello puede verse amenazado si los jueces carecen de un código de ética que guíe su actuar. Kennedy defiende la independencia judicial como la mejor salvaguarda frente a los ataques al Poder Judicial, pues garantiza que los jueces actúan con imparcialidad y permanecen ajenos a cualquier presión externa.

Life, Law, and Justice es, en suma, el testimonio de un jurista excepcional. Kennedy nos invita a conocer el contexto que moldeó su manera de entender el derecho y la justicia. Habla de su familia, de la influencia de su padre, de sus maestros y de los héroes judiciales que lo inspiraron. Pero, sobre todo, comparte un compromiso monumental con la libertad, principio que se tradujo en decisiones históricas para millones de estadounidenses.

En tiempos en que la independencia judicial vuelve a ser objeto de disputa y los tribunales enfrentan cuestionamientos sin precedentes, las memorias de Kennedy nos recuerdan que el verdadero poder de la justicia no radica en su capacidad de imponerse, sino en su legitimidad. Y esa legitimidad —como él mismo advierte— depende, más que de las leyes, de la integridad de quienes las interpretan.

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