Todos los días utilizo la Línea 2 del Metro para llegar a mi trabajo. Entre estaciones, me resulta interesante observar la diversidad de personas que me acompañan en el trayecto. El otro día me encontré con algo que me pareció revelador: un hombre veía en su teléfono un video de lo que parecía ser una nota sobre la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Ese momento, aunque breve y aparentemente insignificante, revivió en mí una idea que he sostenido desde que inicié mis estudios de Derecho: México necesita periodismo y cultura judicial.

Podemos estar a favor o en contra de la reforma constitucional que transformó al Poder Judicial Federal, pero algo es indiscutible: este suceso abrió una conversación que no estábamos teniendo. La ciudadanía empezó a conocer quiénes son las y los jueces que resuelven —o no— sus casos. Miles de cuentas en redes sociales comenzaron a difundir el trabajo que realizan los juzgados, tribunales y la Suprema Corte de Justicia. Además, vivimos una campaña electoral en la que se discutió abiertamente qué es y qué podría ser la impartición de justicia en nuestro país.

Esto es inusual. En cualquier otra democracia, las personas que integran los poderes Ejecutivo y Legislativo pueden salir a dar entrevistas o conferencias para comunicar el trabajo que realizan y aclarar dudas de la ciudadanía. Los jueces, por tradición, no lo hacen. Existe la idea de que sus sentencias “hablan por ellos”. En raras ocasiones se pronuncian sobre asuntos mediáticos; cuando lo hacen, suele ser mediante comunicados preparados o entrevistas cuidadosamente controladas. Estas precauciones son importantes: se trata de personas encargadas de decidir casos fundamentales para la vida de las personas y cualquier palabra que expresen podría interpretarse como un sesgo a favor de alguna de las partes. Su silencio, en cierta medida, busca garantizar imparcialidad e independencia frente a cualquier actor externo.

Aun reconociendo la relevancia de este principio, creo que los tiempos que vivimos exigen un cambio. Estoy convencido de que es posible encontrar un punto de equilibrio entre construir un vínculo entre la sociedad mexicana y sus instituciones judiciales, y garantizar la imparcialidad e independencia judicial. Después de lo que hemos vivido en los últimos años, las posibilidades son amplias cuando se trata de cambiar lo que siempre ha sido.

Adam Liptak, corresponsal de la Corte Suprema de Estados Unidos para The New York Times, me explicó que hay dos tipos de periodismo judicial. El primero es el periodismo de investigación, que se centra en el comportamiento de las y los jueces, las instituciones y su funcionamiento. El segundo es la cobertura de los casos, que analiza los argumentos de las partes, las sentencias y la cultura que rodea a los tribunales. En México, me parece que el primer tipo está más desarrollado, aunque muchas veces se ejerce de forma irresponsable y con fines políticos. Cuestionar y criticar al poder es indispensable en una democracia, pero este ejercicio debe hacerse con rigurosidad. A la ciudadanía no debería interesarle si los jueces se llevan bien o mal entre sí, sino que existan condiciones para un proceso deliberativo serio que les permita dictar la mejor sentencia posible.

Lamentablemente, el segundo tipo de periodismo judicial prácticamente no existe en nuestro país. Aunque hay esfuerzos valiosos por crear espacios de divulgación jurídica, estos no han logrado acercar el derecho a las personas. De poco sirve tener columnas, revistas o plataformas especializadas si no son accesibles a la ciudadanía. El reto más grande está en traducir el lenguaje jurídico y persuadir a la gente de que el trabajo de los tribunales impacta directamente en su vida cotidiana. En esta tarea, la cultura también juega un papel clave: necesitamos construir una cultura judicial en la que las personas sientan que sus jueces forman parte de su entorno y de su cotidianidad, a través de películas, series, novelas, campañas y, por qué no, memes.

Recientemente, el profesor Mark Tushnet publicó un libro en el que sostiene que es más revelador que una persona que aspira a ser juez comparta cuál es su novela o película favorita, en lugar de su filosofía de interpretación jurídica. Esto tiene sentido: a veces olvidamos que la verdadera razón de ser del derecho son los vínculos entre seres humanos. Conocer a la persona detrás de la toga es fundamental para entender su visión del mundo. Por ejemplo, en Estados Unidos, las y los ministros de la Corte Suprema publican sus biografías, lo que permite a la academia, al gremio jurídico y a la ciudadanía saber de dónde vienen, cuáles fueron las experiencias que los marcaron y cuál es su perspectiva sobre temas centrales de la vida. Esto ayuda a comprender por qué deciden como deciden y cómo argumentan sus resoluciones.

El reto es enorme y las circunstancias pueden parecer abrumadoras, pero estoy convencido de que este es el momento perfecto de la historia para construir nuevos puentes que nos lleven a transmitir a todas las personas el poder que tiene el derecho para transformar y mejorar nuestras vidas.

A las y los abogados, les comparto el consejo que me dio la periodista Linda Greenhouse: “Escriban pensando en la persona que eran antes de convertirse en abogados”. Pregúntense: ¿cómo le explicarían un caso a esa persona idealista que soñaba con hacer justicia?A las y los periodistas, los invito a ejercer su trabajo con responsabilidad y un alto compromiso con la verdad. A la academia, a no dejar de cuestionar y alzar la voz. A juezas y jueces, a abrir las puertas de sus tribunales. Y a todas y todos los mexicanos, los invito a mantenernos atentos de lo que sucede en los tribunales de todo el país y en nuestra Suprema Corte.

Construyamos juntos una auténtica cultura judicial mexicana.

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