En una escena de Hamilton, el musical que narra la vida de Alexander Hamilton y la fundación de Estados Unidos, George Washington —recién electo presidente— le confiesa a Hamilton que ganar las elecciones fue sencillo, pero que lo verdaderamente complicado sería gobernar un país que apenas comenzaba a construirse. En sus palabras: “Winning was easy, young man. Governing’s harder.” Me parece que esta frase no podría ser más cierta.
Durante las campañas, los candidatos lanzan promesas. Algunas son imposibles de cumplir; otras, simplemente son oportunistas. Pero cuando finalmente llegan al poder, los políticos se enfrentan a la crudeza de lo real: gobernar no es un espectáculo, es actuar con responsabilidad. Y es justo esa condición la que hoy enfrenta Donald Trump.
Durante la campaña de 2024, Trump repitió una y otra vez que iría hasta el fondo en el caso de Jeffrey Epstein, el millonario sentenciado por abuso sexual de menores que murió en prisión en 2019 bajo circunstancias aún poco claras. Vitoreaba con fuerza su intención de revelar una supuesta lista de cómplices. Una “lista negra” que, decía, sacudiría los cimientos del poder corrupto.
Pero hace unas semanas, el Departamento de Justicia y el FBI publicaron una carta en la que desmentían la existencia de dicha lista. El anuncio provocó un revuelo inmediato entre su base. Y es que es importante recordar que el movimiento Make America Great Again encuentra su razón de ser, en buena parte, en teorías de conspiración: una narrativa según la cual existe una élite poderosa de pedófilos que domina el país desde las sombras y Trump sería el único capaz de desenmascararla. En ese imaginario, todo lo que él hace —sin importar su legalidad o legitimidad— está justificado por su fin heróico.
Hoy, esa narrativa comienza a resquebrajarse. Y no por ataques de los demócratas ni de sus enemigos. Es su propia base, sus seguidores más fieles, quienes empiezan a preguntarse si el movimiento en el que creían era, en realidad, una mentira.
Presionado por el escándalo, Trump exigió la publicación de documentos sobre el juicio de Epstein. Pero el gesto resulta insignificante frente a la magnitud del problema. Un juez de Florida y un juez de Nueva York ya rechazaron su solicitud y dos noticias recientes complican aún más su situación: primero, un medio reveló que Trump firmó un libro de felicitaciones de cumpleaños para Epstein. En él, hizo el dibujo de una mujer desnuda, con su característico marcador Sharpie, el mismo con el que firma sus órdenes ejecutivas. Además, la semana pasada se difundieron reportes de que Pam Bondi, la fiscal general, advirtió a Trump desde mayo que su nombre aparece en distintas secciones de los expedientes del caso. La revelación se pudo confirmar porque director del FBI, Kash Patel, compartió la información con personal del gobierno federal, como si se tratara de una anécdota más.
Lejos de dar explicaciones, Trump hizo lo que mejor sabe hacer: desviar la atención. Demandó a los medios que publicaron las notas y acusó a Barack Obama de orquestar una conspiración en su contra. Como es costumbre, esto lo hizo sin pruebas que respalden sus afirmaciones.
Mientras tanto, el Congreso ha decidido actuar, a pesar de que la mayoría republicana entró en receso legislativo de forma anticipada. Tres legisladores republicanos se unieron a los demócratas para convocar a la fiscal Bondi a comparecer sobre el caso Epstein. Además, votaron a favor de citar a Ghislaine Maxwell —exnovia y principal cómplice de Epstein—, quien actualmente cumple una condena de 20 años por tráfico de menores.
Y aquí reaparece Trump en escena: Todd Blanche, abogado personal del presidente y funcionario del Departamento de Justicia, visitó a Maxwell en prisión. Aunque no se conoce el contenido de esa conversación, no es nada descabellado pensar que negociaron un perdón presidencial a cambio de su silencio. Después de todo, el propio Trump ha declarado públicamente que consideraría indultarla. Adicionalmente, Maxwell ha solicitado a la Corte Suprema que revise su caso y revoque su sentencia.
Todo apunta a que tanto Maxwell como Bondi testificarán ante el Congreso en agosto. Pero, hasta entonces, la incertidumbre sigue creciendo. Y Trump continúa haciendo lo único que parece saber hacer bien: victimizarse, negar todo y atacar a sus adversarios.
No es la primera vez que se enfrenta a un escándalo. Ha sobrevivido a múltiples acusaciones de abuso, a juicios políticos y a decenas de investigaciones. Siempre logra zafarse. Pero esta vez, el desafío es distinto: no lo atacan sus enemigos. Son sus propios seguidores, su partido, su base. Aquellos que lo defendieron con fe ciega… hasta ahora.