Durante las últimas semanas, varios operadores de telecomunicaciones del mundo presentaron sus resultados trimestrales. En un contexto de competencia feroz y márgenes apretados, los reportes dejaron claro que la televisión de paga está en crisis, mientras que la banda ancha se ha convertido en el verdadero campo de batalla.

La migración del triple play al doble play ya no es una novedad, sino un síntoma de que las reglas del juego están descompuestas, y los ganadores no son quienes invierten más, sino quienes saben colarse a la fiesta sin pagar boleto.

Las empresas que antes presumían su combinación de voz, video e internet, hoy apenas pueden justificar el servicio de voz. Todo pasa por la red de datos. Esas redes que tienen un costo operativo muy alto ya sea por el mantenimiento o por el pago de impuestos por el uso del espectro radioeléctrico. Una red que cuesta millones de pesos mantener, operar y expandir, y cuya factura se carga directamente a los usuarios vía suscripciones.

Pero ese modelo de negocios tiene un agujero gigantesco. Por esa red desfilan como Pedro por su casa los servicios OTT, las plataformas que no tienen que construir ni mantener la infraestructura, pero que se llevan la mayor parte del pastel. Sí, hablo de Netflix, YouTube, Amazon y otros que usan el ancho de banda como si fuera gratis y, en muchos sentidos, lo es.

Los operadores pagan por el espectro, por las licencias, por el mantenimiento, por el personal técnico y por las regulaciones. Mientras tanto, las plataformas OTT operan bajo un régimen fiscal más relajado, donde si acaso pagan impuestos; es fuera del país o en esquemas de la más ruin ingeniería fiscal.

El problema de fondo no es nuevo, llevo años tratándolo, pero sigue sin resolverse. Desde hace años, la OCDE intentó nivelar el terreno con el proyecto BEPS 2.0. El llamado "Pilar Uno" proponía redistribuir las ganancias de las multinacionales hacia los países donde venden sus servicios. El "Pilar Dos" planteaba un impuesto mínimo global de 15%. Sonaba bien, hasta que llegaron las presiones arancelarias y los intereses corporativos de EU. Incluso Donald Trump reventó el pacto y vimos con tristeza cómo doblegó a Canadá al eliminar su impuesto digital contra empresas de EU.

En México, la discusión ha sido casi inexistente. Hace unos meses se llegó a hablar de un fondo solidario de telecomunicaciones. Era una idea para que las plataformas digitales aportaran un porcentaje de sus ingresos para llevar conectividad a zonas remotas. Una especie de corresponsabilidad para balancear el uso intensivo de las redes mexicanas. Pero, ¿qué pasó con ello? ¿La metieron a la congeladora?

Mientras tanto, las telcos siguen pagando la fiesta y Netflix llevándose la piñata. Cada vez que miras una serie en 4K, esa señal viaja por kilómetros de fibra óptica tendida por Telmex, Totalplay, Megacable o Izzi. Ellos la mantienen, la actualizan y la cobran. Pero la mayor parte del ingreso publicitario o por suscripción se lo queda quien puso la serie, no la red.

El propio Carlos Slim ya lo dijo claramente: es injusto. En su tradicional conferencia de prensa anual explicó que mientras las telcos hacen inversiones enormes, las OTT se cuelgan de las redes sin pagar nada por ese uso. Y tiene razón. Si Netflix cobrara por minuto de streaming lo mismo que paga un operador por mega transportado, no les alcanzaría ni con todos los ingresos de Stranger Things.

El desequilibrio también es operativo. Las telecomunicaciones están atadas a un marco regulatorio rígido, en cambio, las OTT operan bajo la lógica del “tú véndele y luego vemos si pagas algo”. El resultado es que una empresa como Netflix puede dominar el mercado, sin someterse a la misma fiscalización ni aportar a los mismos fondos.

Además, Netflix sigue sin aclarar el número real de empleos que genera en México, y aunque dice haber multiplicado por diez su plantilla desde que abrió oficinas, eso apenas representa 400 empleados. Cualquiera diría que es una microempresa con impacto macro en el país. ¿Dónde el resto de los empleos? Pura narrativa optimista.

Las producciones audiovisuales, por muy espectaculares que sean, no equivalen a empleos formales estables. Mientras las empresas mexicanas cumplen hasta con el último centavo de ISR, IVA y cuotas al IMSS, Netflix se instala en el país como si fuera un artista invitado al que hay que consentir.

Seguimos celebrando inversiones que no se traducen en empleos formales. Mil millones de dólares hasta 2028 y 300 mil empleos temporales, muy bien... pero nadie ha puesto esos números bajo lupa. Un técnico de cualquier telco que instala tu módem tiene IMSS, INFONAVIT y aguinaldo. El actor que sale en una producción de Netflix, el técnico, el transportista, el de catering o el de vestuario probablemente ni contrato tienen.

Esto no va a cambiar solo. México necesita retomar la agenda tributaria digital con medidas concretas. El fondo solidario de conectividad no debe ser una ocurrencia aislada, sino parte de una política pública clara para que las plataformas digitales contribuyan al país en el que hacen negocios.

Nadie niega que Netflix ha producido series buenas, pero no es suficiente para justificar el uso gratuito de infraestructura que otros sí pagan. Las empresas de telecomunicaciones no necesitan trato preferencial, solo piso parejo. Solo piden que les dejen cobrar a los que muy pocas veces pagan.

Porque si seguimos así, vamos a tener muchas series y pocas redes. Y sin redes, no hay streaming que valga.

Columnista y comentarista

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