La semana pasada Donald Trump participó en un evento donde se anunciaron inversiones por más de 90 mil millones de dólares para convertir a Pensilvania en el nuevo centro energético y tecnológico de Estados Unidos.

La apuesta es garantizarle a la Inteligencia Artificial (IA) toda la energía que necesite para desarrollarse y, de paso, quitarle terreno a China en esta nueva carrera armamentista de datos.

Se prometieron 56 mil millones para infraestructura energética y 36 mil millones más para centros de datos, todo con el objetivo de que las empresas tecnológicas tengan electricidad suficiente para alimentar a los modelos de IA.

No es menor el tema. La Agencia Internacional de Energía (IEA) reveló que en 2024 los centros de datos consumieron el 1.5% de la electricidad mundial, pero para 2030 ese consumo será mayor al de todo Japón. Es decir, entrenar un chatbot podría implicar más kilowatts que alumbrar Tokio. Cada centro necesita energía sin interrupciones y con un nivel de disponibilidad casi perfecto: 99.9999%, según el Uptime Institute. Es decir, nunca deben apagarse. Ni por un segundo. Ni para parpadear. Ni para cambiar el tóner. Por eso son tan exigentes como camerino de rockstar. Necesitan energía constante, climatización precisa y cero imprevistos.

Virginia es el ejemplo de esta tragazón energética. Ahí se aloja 70% del tráfico global de internet y la región demanda más de 4,000 MW. Para 2030, necesitará otros 10 a 15 GW, casi todos provenientes de gas natural, según Aurora Energy Research. O sea, a los centros de datos les gusta el gas. Y mucho.

En México, al menos en lo que respecta a la intención, ya hay varios proyectos en camino. Amazon Web Services (5 mil millones de dólares) y Microsoft (1,300 millones) ya colocaron al país en el mapa de la innovación, aunque falta mucho para que tengamos nuestro Pensilvania. Esta infraestructura atraerá a empresas globales de tecnología y generará al menos 1,900 empleos durante la etapa de construcción y 100 empleos permanentes altamente especializados en operación, mantenimiento y análisis de datos.

Otro ambicioso ejemplo es el de Fermaca Digital City Durango, con una inversión de 2 mil 700 millones de dólares. Será el primer campus de cómputo especializado en inteligencia artificial de su tipo en México. Tendrá una línea de 2 mil km de fibra óptica que conectará con los principales polos digitales del país además de una capacidad instalada de 250 megawatts. Contará con generación eléctrica propia a partir de una planta de ciclo combinado (350 MW) y un ducto de gas natural desde Texas a Durango de 160 km.

En paralelo, Querétaro se ha convertido en el barrio cool de los data centers. Según la Asociación Mexicana de Data Centers (MEXDC), concentrará el 51% de estas instalaciones, gracias a su infraestructura de gas natural respaldada por los ductos Tamazunchale-El Sauz y Tula-Villa de Reyes.

Pero replicar el caso queretano implica fortalecer la infraestructura energética nacional. No basta con tener inversión extranjera si el país no tiene capacidad para sostener el consumo energético que viene con ella.

Y aquí es donde el gas natural vuelve al centro de la conversación. Según la IEA, el 40% de los data centers en Estados Unidos usan gas natural porque tiene la confiabilidad y capacidad de respuesta que otras energías no. Cuando el viento no sopla y el sol se esconde, el gas natural es el que paga la cuenta.

Sin embargo, no basta con tener reservas pues se necesita una red de gasoductos funcional y moderna, y eso en México aún es complicado. Tener gas, pero no tener cómo transportarlo equivale a tener tequila sin botellas. Si de verdad se quiere atraer inversiones en tecnología e inteligencia artificial, el país necesita revisar de forma urgente su infraestructura energética. No se trata solo de aumentar la capacidad instalada, sino de garantizar que la energía llegue a tiempo, de forma constante y con costos competitivos.

Solución hídrica

Como si no bastara con la sobredemanda energética, el problema viene también por otro lado: el agua. Un solo centro de datos de 15 megavatios puede tragar hasta 1.36 millones de litros diarios. Según la firma española Sitra, un datacenter promedio consume 25 millones de litros al año, equivalente al consumo de una ciudad de 50 mil habitantes. Google, por ejemplo, en 2022 usó 20 mil millones de litros en sus centros. Es decir, un algoritmo entrenado puede dejar sin agua a medio estado.

Los usos del agua en los datacenter van desde sistemas de refrigeración hasta humidificación, pasando por torres, bombas, chillers e intercambiadores de calor. En Querétaro, que ya alberga 10 centros de datos, se proyecta un aumento hasta 37 instalaciones. ¡Gulp!

Si se enfría la IA con agua, no con ventilador, ya empezamos a tener problemas. ¿Qué pensará el ciudadano cuando se entere de que los centros de datos tienen su propio ducto de gas, su propia planta de ciclo combinado y que su consumo de agua diario compite con el de una ciudad entera? ¿Será políticamente viable priorizar a la IA cuando hay colonias que no tienen agua corriente más de dos veces por semana?

Lo irónico es que la misma IA que genera este problema también podría resolverlo. En México, el 60% de los hogares almacena agua, pero solo el 10% tiene tecnología para gestionarla. Según el Inegi, la intuición sigue siendo la principal herramienta de medición de consumo hídrico, casi un volado.

En este contexto, empresas como Rotoplas, bajo el liderazgo de Carlos Rojas, comenzaron a innovar con sensores ultrasónicos conectados a una app móvil, capaces de monitorear en tiempo real el nivel de agua en cisternas y tinacos. Usan tecnología IoT para lanzar alertas, registrar historial de consumo y hacer recomendaciones personalizadas. Y no, no se necesita ser ingeniero de la NASA para usarlos.

Este tipo de soluciones ya se aplican en países con visión. En Singapur, el sistema NEWater recicla aguas residuales usando IA para transformarlas en potables. En Barcelona, los sensores redujeron fugas en un 25%. Todo gracias a la combinación de sensores, IA y voluntad política. Es decir, sí se puede.

Lo que no se puede es seguir ignorando que cada nuevo centro de datos requiere agua, energía, gas, conectividad y talento. Y todo eso no aparece por arte de magia. Si queremos participar en la economía de la inteligencia artificial, no basta con cortar listones; hay que invertir en ductos, fibra, capacitación, normatividad y visión a largo plazo.

Hoy la inteligencia artificial no solo es una carrera de código, sino también de electricidad, gas y agua. Y si México quiere jugar en esa liga, más le vale cargar pilas. Y tanques. Y ductos. Y sensores. De lo contrario, el tren de la IA pasará como otros tantos que ya se nos están pasando.

IA reclutadora

Mientras muchos discuten si los datos más recientes del desempleo fueron por la recesión, el nearshoring o la alineación de Mercurio; la inteligencia artificial podría ser el héroe inesperado del mercado laboral. Tres emprendedores mexicanos, Pablo Estévez, Miguel Silva y Daniel Zenteno, decidieron crear Time to Hire, una plataforma que promete contratar gente más rápido que lo que te tarda tu pedido de Temu.

Con una entrevista única, asistida por IA, que analiza tu experiencia, habilidades y hasta tus tics nerviosos, crean un perfil que puede ser considerado para múltiples vacantes. Sin repetir entrevistas, sin llenar formularios eternos y sin pasar la penosa frase “nos encantó tu perfil, pero…”.

El sistema reduce los tiempos de contratación de semanas a horas, y lo mejor: también sirve para los que ni siquiera estaban buscando chamba activamente. En tiempos donde el 60% del talento está en modo chapulín (listo para brincar a otro lugar), esta tecnología no solo resuelve una ineficiencia, sino que revuelve el caldo del empleo formal.

Además, Time to Hire no se clavó solo con México, también busca talento latinoamericano para empresas de tecnología e inteligencia artificial. En vez de llorar por la fuga de cerebros, le están poniendo GPS al talento. Porque si algo falta en este país no es capacidad, sino un algoritmo que detecte dónde están los cerebros útiles antes de que se aburran y se vayan a Canadá.

Columnista y comentarista

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