En México, el crimen organizado se ha infiltrado en la vida cotidiana de tal manera que va más allá de las noticias de titulares sensacionalistas. Ha tejido sus hilos en el manto de la sociedad, formando una red de complicidades y normalización que penetra en todos los aspectos de la vida nacional que, en todo caso, nos incluye sin que lo deseemos. Este fenómeno no solo es preocupante por la evidente amenaza que representa para la seguridad pública, sino también por las implicaciones que tiene para la política [en este momento de selección democrática 21 candidatos o funcionarios perdieron la vida], la sociedad y hasta las expresiones artísticas.

Por decir lo obvio, la normalización del crimen organizado en México fue un proceso gradual que se ha gestado a lo largo de décadas, alimentado por una serie de factores complejos que van desde la corrupción institucional hasta la desigualdad económica y la falta de oportunidades para vastos segmentos de la población, amén de la apología cultural del crimen desde un romanticismo de la violencia. El sadismo asociado con el narcotráfico se ha vuelto tan ubicuo a lo largo y ancho del país que forma parte del paisaje sonoro y visual de la vida diaria: las narcomantas y los cuerpos desmembrados suplen a los anuncios espectaculares, anuncian un producto cultural relacionado con la muerte y la impunidad que no podemos ignorar.

Este fenómeno del crimen organizado ha dejado una marca indeleble en la sociedad. Se erosionó la confianza en las instituciones del Estado, socavando la legitimidad del gobierno que rodea a líderes políticos y funcionarios. El crimen ha permeado en comunidades enteras y ha generado una omertà, donde el silencio y la complicidad son moneda corriente de supervivencia. Hoy las empresas, por ejemplo, en sus corridas financieras incluyen el gasto de extorsión que cobrará el crimen organizado. No es un invento, los consejos empresariales lo reportan entre iguales sin esperanza de modificar la tendencia. “¿Cómo podemos enfrentarnos al crimen organizado? Junto con la corrupción y el narcotráfico, ha constituido una fuerza que no es paralela al Estado. Es realmente un Estado dentro de él”, comentó la activista Rigoberta Menchú, y México es el ejemplo de esta declaración, un experimento en vivo de la decadencia en el sexenio de “transparencia” más parda.

La influencia del crimen organizado también se extiende al ámbito cultural. Desde la música hasta el cine, pasando por la literatura y las artes visuales, el narcotráfico y la violencia relacionada se han convertido en temas recurrentes que permean en la producción artística mexicana. Si bien algunas obras buscan denunciar y criticar estas realidades, otras pueden glorificar o romantizar la figura del narcotraficante, contribuyendo a la normalización de la violencia y la criminalidad en la sociedad. “Narcos”, la serie de Netflix en todas sus variantes románticas, no solo entretiene a la población sino que la confunde. ¿Cuántos espectadores especialistas en cárteles han surgido a raíz de estos “sitcoms”, que parten de la ficción para escribir, incluso como críticos de política, de un problema que sobrepasa a la imaginación? Hay demasiada complacencia intelectual que gira hacia la estupidez. Estas obras audiovisuales sirven para que el público abrace la descomposición sin más cuestionamientos que: pues así son las cosas… además de exaltar a los antihéroes.

Sin darnos golpes en el pecho, las y los mexicanos [para ser políticamente correcto], somos parte de una sociedad del crimen. Estamos inmersos en un espiral dicotómica. Si partimos de nuestra aparente honradez: pagamos nuestras deudas, somos correctos y éticos, pero nuestro dinero tarde o temprano servirá para que una empresa o la tienda de la esquina pague una extorsión. Somos todos, lamento que generalización incomode [sobre todo si consumen cualquier tipo de droga “recreativa”], un brazo fuerte del financiamiento directo e indirecto del crimen organizado. Quizá no ejecutamos, no desmembramos, no delinquimos per se, pero la descomposición de nuestro país es tal que la honradez es cómplice de la decadencia y fracaso del narcoestado mexicano.

Hugo Alfredo Hinojosa

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