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En la era de la información instantánea, la velocidad se ha convertido en un elemento fundamental. Las campañas de posicionamiento, en particular, han adoptado un ritmo frenético, alimentado por las redes sociales, las 24 horas de noticias y la constante demanda de novedades que trascienden al olvido en minutos. Si bien esta aceleración parece favorable para la participación ciudadana, es imperativo cuestionar si la velocidad contribuye realmente a una democracia saludable o, por el contrario, socava sus fundamentos. En lo que a mí concierne, la inoperativa originalidad política es insufrible.
Vamos por las obviedades: el auge de las redes sociales ha transformado la naturaleza de la política, permitiendo que la información se propague a una velocidad sin precedentes. La rapidez con la que se difunden las noticias y los eventos políticos puede resultar en una falta de profundidad en el análisis, y éste a decir verdad tampoco ha sido tan socorrido. A la Política le interesa el impacto y a las redes sociales y sitios electrónicos las interacciones, una maquinaria endogámica perfecta. Los ciudadanos, bombardeados por una corriente interminable de titulares, pueden tener dificultades para discernir entre la verdad y la desinformación, entre la sustancia y la superficialidad hoy más que nunca.
Durante los últimos meses me he dedicado a estudiar a profundidad las herramientas, todas a la mano, de Inteligencia Artificial y de no limitar mi ética, como supongo han hecho cientos de lectores, ya le habría prendido fuego al país existen cientos de formas de hacerlo, solo se necesita un poco de capital. En este momento y en México es fácil encender la llama del hartazgo pues las inequidades persisten allende el discurso oficialista. Fuera de las redes no hay mundos perfectos ni sonrisas.
La velocidad en la política contribuye a la polarización irracional: todos son iguales, todos son iguales, corruptos, corruptos. Las campañas, al buscar captar la atención instantánea de los votantes, tienden a simplificar los problemas complejos en mensajes concisos que rayan en el vacío apelando a la naturaleza. Este enfoque maniqueo puede exacerbar las divisiones entre la gente, marginando las voces moderadas y fomentando la confrontación en lugar del diálogo constructivo: todos son iguales, todos son iguales, corruptos, corruptos. Sin importar la estrategia, todos son iguales.
Si recordamos a Paul Virilio, él destacaba la paradoja de la velocidad, señalando que a medida que ésta aumenta, la capacidad de reflexión y toma de decisiones puede disminuir [apunto: hoy tenemos a una masa menos crítica por desinformación, vaya paradoja, hoy cuando se supone que todos leen más y escriben más]. Aquellos que son capaces de utilizar eficazmente la velocidad, ya sea en la difusión de mensajes o en la movilización rápida de recursos, pueden obtener una ventaja significativa en el panorama político, vale la pena reflexionar en el mito del posicionamiento por las redes sociales, esa lámpara maravillosa no siempre contiene al genio, existe charlatanería respecto de la “mercadotecnia digital”. No hay fórmulas y me contradigo: si inyectas capital puedes obtener resultados medibles, que no reflejan del todo el ánimo electoral, muy buena trampa que debe sortearse con cuidado.
Pienso que la velocidad puede tener consecuencias negativas para la democracia, ya que la toma de decisiones apresurada puede llevar a políticas impulsivas populistas ad hoc y, en última instancia, a un debilitamiento de las instituciones. Esto se relaciona directamente con la preocupación expresada anteriormente sobre la falta de profundidad en el análisis y la simplificación excesiva de los problemas complejos en las campañas aceleradas. La velocidad, por demás, puede forjar un agotamiento generalizado entre los ciudadanos y los políticos llevando a una desconexión gradual de la población con el proceso político.
En lugar de fomentar la participación informada, la velocidad puede dar lugar a una apatía, donde los ciudadanos optan por apartarse de la política debido a la sobrecarga de información [todos son iguales, todos son iguales, corruptos, corruptos] y la sensación de impotencia, esto ya está ocurriendo y comienza con las encuestas, continúa con los sketches por promocionales y por hacer de los candidatos payasos que suman al “todos son iguales”.
¿Es la velocidad inherente en las campañas políticas una fuerza impulsora positiva para la participación ciudadana, o más bien un obstáculo para la deliberación informada y la toma de decisiones reflexiva? Si la velocidad, y recalco: como estrategia, persiste en la política conducirá a una ciudadanía apática y polarizada, la esencia misma de la democracia, basada en el compromiso informado y la
deliberación colectiva, está en peligro. La gente debe descansar de la gente pero el poder no espera y necesita inyectar pánico en la desesperación existente de la masa; una estrategia deliberada para desestabilizar. No hay nada más absurdo que el formulismo: precandidato único. Perdón por las obviedades.