En 1990, al recibir el Premio Nobel, Octavio Paz dictó la conferencia “La búsqueda del presente”. De ese texto retomo estas frases: “una sociedad poseída por el frenesí de producir más para consumir más tiende a convertir las ideas, los sentimientos, el arte, el amor, la amistad y las personas mismas en objetos de consumo”. Voy a trastocar las ideas de Paz y me atrevo a generar una paráfrasis para nuestro tiempo. Si bien, Paz, hablaba del consumo y su barbarismo, podemos extrapolar estas ideas al mundo salvaje del México contemporáneo liderado por el crimen organizado, lo afirmo. Nuestra sociedad, pues, trastocada por la barbarie tiende a convertir la esperanza en indiferencia, los sentimientos en llanto y a las personas en índices políticos rentables, ellos mismos consumo y semilla de la tragedia. Siempre me niego a creer en el ethos de nosotros los mexicanos como bárbaro e ignorante, pero resulta complejo negar una realidad que se lee y vive a lo largo y ancho del país.

Así, en el municipio de Teuchitlán, Jalisco, a unos 60 kilómetros de Guadalajara, el pasado cinco de marzo de 2025, una realidad innegable fue desentrañada en el Rancho Izaguirre, un predio de algunos diez mil metros cuadrados cerca de la comunidad La Estanzuela, donde fue descubierto un campo de exterminio del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Un lugar donde centenares de jóvenes, mujeres y hombres, fueron reclutados y adiestrados como sicarios, asesinados e incinerados en hornos clandestinos. Esa es ya la verdad histórica.

El descubrimiento fue hecho por el colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco gracias a una llamada anónima que no solo destapó una fosa de restos humanos, sino

también una crisis profunda e indiscutible: la de un Estado mexicano que por omisión ha permitido que la violencia y las desapariciones se arraiguen en su tejido social hasta volverse parte de su cultura. Esto no está a discusión… (¿cuántos niños hoy corean las melodías de Peso Pluma, Natanael Cano y otros personajes ligados, por lo menos ideológicamente, al crimen organizado? En el Colegio Marista donde estudia mi hijo la primaria, en el corazón de la Ciudad de México, es común ver a decenas de niños cantar estas melodías de apología al delito. No son ellos el problema, son los padres. Saquen sus conclusiones). La tragedia del Rancho Izaguirre no es un caso aislado. Jalisco, con más de 15,000 personas desaparecidas según la Comisión Nacional de Búsqueda, se ha convertido en un símbolo de la tragedia nacional.

La semana pasada hice un análisis acerca de la batalla narrativa entre México y Estados Unidos, a partir de la Narrativa de Política Pública, y este caso nos ofrece una oportunidad para analizar cómo las historias que construimos alrededor de la violencia pueden transformar la política pública y movilizar a una sociedad hastiada. Ahora bien, veamos las narrativas ancladas al tema:

el Rancho Izaguirre, oculto a simple vista, operó durante años como un centro de confinamiento y muerte. Jóvenes, cuyas pertenencias fueron halladas entre más de 400 pares de zapatos, ropa y mochilas, que llegaron allí engañados por promesas de empleo. En lugar de un futuro, encontraron un destino trágico: entrenamiento forzado bajo amenaza, y si no cumplían o se rebelaban eran asesinados y luego desaparecidos en los hornos rudimentarios que el CJNG ocultaba bajo losas de ladrillo. Pero, seamos críticos, este no es solo un relato de crimen organizado; es una radiografía de las fallas institucionales y de nuestra realidad que permiten que este horror persista y que estoy seguro persiste en alguna región del país en este instante.

Los héroes emergen pues en la forma del colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco, liderado por figuras como Indira Navarro, quienes desafiaron la inacción del Estado

porque ya habían dado parte al gobierno de la existencia de ese lugar. Exponiendo así la incursión previa de la Guardia Nacional en el rancho en septiembre de 2024. El villano en este sentido es el CJNG, cuya maquinaria convirtió el rancho en una fábrica de desapariciones; por otra parte, queda expuesta la administración pasada de Jalisco, acusada de negligencia al no inspeccionar a fondo el predio. Las víctimas son la parte medular de esta historia, son los jóvenes desaparecidos y sus familias.

Así pues, para entender la tragedia partamos de que el Rancho Izaguirre es el microcosmos de la violencia estructural que el crimen organizado ha impuesto en México, alimentado por la vulnerabilidad de comunidades rurales y la indiferencia institucional allende los apoyos exacerbados durante el sexenio pasado. Hoy, lo que estamos presenciado, a raíz del redescubrimiento del predio es la tensión entre la sociedad civil y el Estado. Los primeros desnudaron a la Fiscalía de Jalisco. Aquella intervención de 2024, aunque celebrada fue superficial; los hornos y los restos esperaron meses bajo la tierra hasta que el colectivo los desenterró, desatando un enfrentamiento narrativo sobre quién tiene la autoridad —y la voluntad— de buscar justicia.

Debido a esto, al Estado no le queda más que asumir la solución moral inmediata y abrazar la responsabilidad de investigar y sancionar las omisiones, amén de colaborar con los colectivos para identificar a las víctimas y prevenir que otros ranchos como este sigan operando en las sombras. Podemos decir que el colectivo logró en un par de días lo que el gobierno no hizo en meses. Ante nuestra realidad nacional, es desalentador constatar que coaliciones como las de Guerreros Buscadores, más académicos y defensores de derechos humanos, demuestran que la verdad y la justicia solo llegan con la fuerza de la sociedad civil, ante un Estado considerado fallido o coludido.

Hoy, la coalición institucional, liderada por la Fiscalía de Jalisco y el gobierno de Pablo Lemus [a quien en esta ocasión el colectivo reconoció como “muy dispuesto”

a ayudar], prometen una investigación exhaustiva… y estos deberán potenciar un programa de prevención de reclutamiento forzado, con énfasis en zonas rurales como Teuchitlán, para evitar que otros jóvenes caigan en trampas similares. El Rancho Izaguirre no es solo un lugar físico; es una metáfora de la lucha entre la tolerancia ciudadana y la fragilidad institucional que ha convertido a México en un cementerio silencioso.

Octavio Paz también escribió: “La soberbia es el vicio de los poderosos”, una frase demasiado poderosa para ser entendida por quienes justo viven en un paraíso muy, muy lejano, llamado política. Hace mucho tiempo, recuerdo un cartón publicado en The New Yorker, donde un niño le preguntaba a su padre dónde trabajaba, a lo que el padre respondía: trabajo en una tierra muy, muy lejana, llamada academia [que está fuera de la realidad]. Ahora bien, retomo las palabras de Paz y ese cartón cultural para abonar a la idea de cómo la política nacional vive desapegada de la realidad, embriagada de un momento histórico, por demás aburrido por la falta de debate e inclusión de ideas democráticas, donde reinan etéreos.

Si todos y cada uno de los políticos trabajan por y para nosotros los ciudadanos, ¿en qué momento se tornaron míticos y mediocres a ultranza? ¿En qué momento los senadores gritan poseídos que pasaran 50 años antes de que los saquen del poder? ¿En qué momento, de cara a la realidad, mujeres que aspiran a gobernar estados completos dicen que en nuestro país no pasa nada? ¿En dónde viven? Quizá en un lugar muy, muy lejano…

Les dejo esta lección moral: cada vez que ustedes consumen cualquier tipo de droga, suman a la muerte de niñas y niños, de jóvenes, de madres y hombres, y de ancianos en todo México. No me espantan las drogas, pero sé de dónde provienen y las muertes que ocasionan. Así, también atribuyo la muerte de estos jóvenes a todos nuestros gobernantes que, perdidos por pertenecer a la más alta casta política desvirtuada [como lo decía Petrarca hace casi un milenio], olvida que su obligación

es salvaguardar a ese concepto vacío llamado pueblo… llamado México. Pónganse a trabajar… recuerden las palabras de Paz… no sean viciosos.

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