Todos los que llegamos a este texto vivimos un cambio de época. Vivimos un cambio cultural, de valores y se posicionamientos sociales y políticos. Europa poco a poco se transforma en un nuevo imperio musulmán, Asia da marcha a pasos agigantados hacia el desarrollo tecnológico y nosotros los mexicanos seguimos inmiscuidos en batallas inmediatas con la “equidad” de las masas en lugar de repensar en la libertad allende las ideologías y las excepciones que éstas conllevan. Nosotros y ellos, todos, ensimismados en un cambio político y cultural que nos marcará durante los próximos cien años. Hoy, parto de la siguiente idea: «un partido nunca tiene razón absoluta precisamente por ser un partido», escribió Johann Wolfgang von Goethe… en este sentido podemos hablar de Republicanos empoderados, en Estados Unidos, y en México del partido dominante y adelgazado en ideas del momento. Dos tendencias culturales / democráticas con intereses políticos encontrados.

¿Cuál es nuestra realidad inmediata? La frontera entre México y Estados Unidos no es solo un trazo en el mapa ni una línea de aduanas; es un espacio simbólico donde los relatos de identidad, poder y resistencia colisionan con furia. En este campo de batalla semiótico, los aranceles, la violencia y el patriotismo no son meras políticas económicas o reacciones coyunturales: son signos de una lucha más profunda, una que se inscribe en la esencia del nacionalismo en ambos lados de la frontera. Desde la perspectiva de la Narrativa de Políticas Públicas (NPF), estas historias no solo acompañan las decisiones, las estructuran. Donald Trump impone desde poder aranceles del 25% a México, esgrimiendo el argumento de la soberanía y el deber de contener el flujo de fentanilo y migrantes hacia Estados Unidos. Claudia Sheinbaum responde con tarifas y un llamado a la resistencia no solo político sino social que deriva en una falsa exaltación nacional. Pero lo que se enfrenta aquí no son solo dos gobiernos ni dos economías, sino dos concepciones del mundo. La de Trump es la visión de un “imperio” que se siente amenazado y reacciona con fuerza bruta, de la potencia que aún no acepta que su hegemonía está en crisis. La de Sheinbaum es la de una nación, la nuestra, que ha aprendido a sobrevivir en la sombra del gigante, que ha construido su identidad en la lucha contra imposiciones externas, pero sin fortalecer en realidad esa “identidad” que nos defina fuera del salvajismo.

John Mearsheimer, en The Tragedy of Great Power Politics, nos recuerda que el poder se sostiene no solo con fuerza, sino con narrativa. Estados Unidos se auto percibe como el faro del orden, el guardián de un mundo en el que todo debe girar en torno a su seguridad y bienestar. Así, el discurso de Trump es simple: América es víctima, México es negligente, y él es el héroe redentor. Pero las narrativas de poder no solo crean enemigos: construyen realidades, posverdades. México no es un villano, pero necesita serlo para que la historia del castigo tenga sentido.

Sheinbaum responde con su propio relato: México como el país digno, atacado injustamente, que resiste con inteligencia. En esta versión, Estados Unidos es el agresor, los pueblos de ambos lados de la frontera son las víctimas, y México, el defensor de su soberanía de gente buena que paradójicamente lidera la geografía mundial de la violencia. No es casualidad que la respuesta mexicana apunte a las bases electorales de Trump con aranceles estratégicos: el poder también se juega en el terreno del simbolismo. Pero hay una verdad incómoda: ambas economías dependen del comercio conjunto.

Si el comercio es un arma de dominación para Estados Unidos, la violencia de los cárteles es la excusa perfecta para reconfigurar los discursos de seguridad. En la narrativa estadounidense, la guerra contra las drogas no es una responsabilidad compartida, sino un mal que emana de México y amenaza la pureza de su sociedad. Declarar a los cárteles como organizaciones terroristas es un movimiento simbólico y estratégico: convierte un problema de mercado y consumo en un enemigo externo. Como señala Mearsheimer, las grandes potencias necesitan amenazas para justificar su dominio, y aquí el “otro” no solo es conveniente, sino necesario.

Hago un paréntesis aquí: no es que los mexicanos seamos vende patrias cuando pensamos en la posible intervención del vecino del norte en el territorio nacional para contener la violencia y la criminalidad; pero ante el escenario palpable de nuestra realidad… al parecer no hay otra respuesta. Y manejar el discurso de que quienes desean la intervención venden la patria es falaz, y lo que es peor: es ser alcahuetes de la mediocridad. Cierro paréntesis.

Así, México responde con un acto de cooperación [o quizás de concesión]: la extradición de 29 capos, incluido Rafael Caro Quintero. Un mensaje dual: “controlamos nuestro territorio”, pero también “jugamos según las reglas del poder”. No es una rendición, pero tampoco es una afirmación absoluta de soberanía. Es un recordatorio de que la frontera, como concepto, es porosa no solo en términos geográficos, sino narrativos. Ese intercambio de capos fue de cartuchos quemados cuando lo interesante del trueque habría sido de nuevos protagonistas de los cárteles mexicanos.

No obstante, el patriotismo es la energía que alimenta estas historias, pero no lo hace de forma simétrica. En Estados Unidos, el “América Primero” de Trump es un llamado a la autosuficiencia y al poder unilateral. Es una narrativa que disfraza la coerción de protección, que proyecta el derecho de castigar sin examinar sus propias contradicciones: culpa a México del fentanilo mientras su propio mercado lo demanda.

En México, el patriotismo es más defensivo que expansionista. Se arraiga en la historia de invasiones, traiciones y tratados impuestos. Sheinbaum lo entiende y lo canaliza: “cuando nuestro pueblo se une alrededor de su bandera, no hay fuerza que pueda romper su espíritu”. Pero el espíritu, por fuerte que sea, no cambia la estructura del poder global. La emoción puede unir, pero no altera la realidad, la marcha masiva a llevarse a cabo es una marcha para las bases de un partido que sin Andrés Manuel López Obrador va en caída libre, es dantesco.

El análisis de la NPF nos muestra que estas historias no son espontáneas ni ingenuas. Estados Unidos impone aranceles no solo por estrategia económica, sino porque el relato del castigo fortalece su postura de poder. México responde con resistencia porque su narrativa histórica se basa en la dignidad frente al gigante. Pero ambas versiones son incompletas: los aranceles no protegen a nadie, solo redistribuyen el sufrimiento de las sociedades que toleran más impuestos; la violencia de los cárteles no es un problema exclusivamente mexicano, sino un síntoma de una demanda compartida.

En última instancia, Mearsheimer nos recordaría que el poder es quien manda. Y el poder, en este conflicto, está claramente desequilibrado. México puede resistir, pero no puede ignorar la fuerza gravitacional de su vecino. Estados Unidos puede presionar, pero subestima el costo de alienar a un país que es esencial para su estabilidad. Entonces, ¿qué sigue? La historia de la frontera no se resolverá con aranceles ni con discursos patrióticos. Para que algo cambie, ambas naciones tendrían que construir una historia común, una que no se base en el castigo ni en la resistencia, sino en la interdependencia. Pero esa es la narrativa que nadie quiere contar. Y mientras tanto, la frontera seguirá siendo lo que siempre ha sido: un espejo donde cada país ve su propia versión del mundo, pero nunca la completa.

Me molesta esta definición cuasi romántica… pero ante los escenarios bélicos que se avecinan me parece importante la unión e identidad geográfica compartida. Decía el economista Milton Friedman que «la mayor parte de la energía del trabajo político se dedica a corregir los efectos de la mala gestión del gobierno». En ambos casos así lo creo. Donald Trump desea ser superior… está perfecto, Sheinbaum continuará gobernando cuando el estadounidense concluya… la estrategia debe ser a largo plazo. Pero en el corto plazo, aun como mexicano, no deseo marchas ni exaltaciones nacionalistas… sino inteligencia… que toda esa mancha urbana que pretende tomar las calles para luchar contra el imperialismo mejor sea crítica de la realidad que nos rodea… los niños siguen muriendo de cáncer y las mujeres aún mueren de forma violenta en el país, y los desmembrados pavimentan las carreteras de México.

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