«No hace falta quemar libros para destruir una cultura. Basta con conseguir que la gente deje de leerlos», escribió hace algunas décadas Ray Bradbury. Partiendo de la lógica del autor de «Fahrenheit 451» podríamos reformular dicha secuencia de palabras en nuestro contexto. La lógica de Bradbury giraba en torno al conocimiento a partir de los libros, me atrevo a decir hoy que «no hace falta dejar de pensar para volvernos idiotas. Basta con pensar que todo lo que nos nutre desde el mundo digital es real y por tanto verdad». Por purista e ingenua que parezca esta rápida paráfrasis, la inteligencia artificial en sus múltiples facetas está generando nuevos núcleos de “conocimiento” que comienza a generar caos intelectual en el mundo.

En lo que respecta a la política la IA ha irrumpido como una herramienta de doble filo: un arma de manipulación masiva disfrazada de eficiencia y progreso. Detrás del marketing tecnológico que promete transparencia y optimización de procesos, se esconde un mecanismo de control sin precedentes, utilizado por gobiernos, partidos políticos y corporaciones para moldear la opinión pública, gestionar crisis y afianzar su poder. La IA en la política moderna no es un avance hacia la democracia, sino un sofisticado medio de ingeniería social que sustituye el pensamiento crítico. Pero hablemos primero de la generalidad del mundo digital y sus redes…

A lo largo de las últimas dos décadas, con el fortalecimiento del escenario digital y la aparición de las redes sociales como un modelo más de la exacerbación afectiva, aplicada en el ámbito tecnológico, presenciamos una modificación en el comportamiento de las masas tanto en el ámbito privado, público y político. Según Paul Virilio, estamos en la época de una democracia de la emoción, colectiva, sincronizada y globalizada, y nuestra forma de comprender los procesos electorales, entre otros tantos, se resignificó. Así pues, el panorama de la comunicación en todos sus ámbitos y en su sentido inmediato alteró por completo el rol que jugaban, a lo largo del último siglo, los medios de comunicación tradicionales, sobre todo en las campañas electorales. En este sentido, los medios tradicionales, que se validaban en el escenario del “pasado”, perdieron terreno contra la inmediatez de la información en “presente”, gracias al mundo digital y su velocidad.

Por otra parte, y a pesar de las grandes corporaciones de medios de comunicación, los medios tradicionales que fungieron durante décadas como mediadores de la comunicación política. Que jerarquizaban y filtraban la información ad hoc para el electorado, y que ejercieron un control absoluto sobre la sociedad, su pensamiento crítico y la democracia, entraron en crisis en la modernidad del siglo XXI. La llegada del internet y las redes sociales modificaron el balance del poder. A mi parecer, activaron nuevas formas de la democracia falsamente participativa…

Pero retomemos la paráfrasis del principio: «no hace falta dejar de pensar para volvernos idiotas. Basta con pensar que todo lo que nos nutre desde el mundo digital es real y por tanto verdad». En la actualidad, el concepto de “verdad” entró en una crisis inmediata, debido a que los árbitros de los medios tradicionales cuya labor radicaba en proferir los temas de interés para la masa, perdieron peso frente a la gente. Previo a la era digital, la “verdad” era valorada desde el estadio de la imagen de rectitud del comentarista del noticiero o del periodista renombrado, la “verdad” era una tradición aparente. Pero estos perdieron injerencia en la cotidianidad informativa debido a que su ubicuidad y relato quedaron al descubierto toda vez que no poseían el control de los eventos noticiosos en tiempo real en la era electrónica. Hoy, los usuarios de las redes sociales son capaces de exponer la noticia,

cualquiera que sea, revalorando la “verdad” de los eventos y sobreponiéndose a todo relato oficialista.

Como ya mencioné, los medios tradicionales regían otrora la discusión pública y mediaban con la masa, generaban su discurso y narrativa, para validar a los protagonistas tanto públicos como políticos. Sin embargo, los medios fueron sustituidos por algoritmos que inauguran una ruptura trascendental respecto a cómo se comunica, se interactúa y se genera, a decir, la información política y electoral. Ahora bien, las redes sociales como Facebook, X, TikTok e Instagram no solo distribuyen contenido, sino que, gracias a sus algoritmos, deciden qué mensajes destacar y cuáles ocultar, convirtiéndose herramientas de difusión donde se mezclan las opiniones con los hechos, aseveraría por ejemplo Richard Perloff. Los algoritmos permiten pues que la personalización discursiva sea ideal y segmentada, pero propician mayor desinformación, cámaras de eco y polarización a ultranza.

En este sentido, los algoritmos son parte de la trama sociopolítica moderna allende el mercado de la comunicación masiva. Así pues, las campañas electorales, originalmente basadas en los contactos interpersonales directos [siglos XIX-principios del XX], en la intermediación de los medios de comunicación de masas [mitad del siglo XX-principios del XXI] y en la modalidad multiplataforma propia de la digitalización en nuestra época actual, conservaron el comportamiento humano como fuente principal de actuación; subrayo que los algoritmos se nutren de lo humano y su comportamiento, juega en contra de la transparencia y las inhibe para tomar decisiones de todo tipo, sobre todo electorales, bien informada.

Es común que hablemos de las redes sociales como plataformas absolutas, donde se trama la verdad, de tópicos finitos, a partir de opiniones públicas “libres” que moldean la percepción de la realidad de los usuarios. No obstante, también las redes sociales se han convertido en una maquinaria de censura y violencia, no siempre orgánica, que sirve en la mayoría de los casos al aparato de gobierno y detractores.

Según la definición de la RAE, “se le llama algoritmo al conjunto ordenado y finito de instrucciones y operaciones que permiten hallar la solución a un problema, para llevar a cabo determinada tarea”. Dicho de otra forma, un algoritmo identifica patrones y se diseña para ejecutar objetivos que responden a reglas predefinidas y específicas. Entre más contexto se tenga del problema a solucionar mayor será el éxito del modelo de cálculo. Ahora bien, las redes sociales utilizan algoritmos que organizan las publicaciones de los usuarios según las interacciones básicas, el número de “me gusta”, las reproducciones de videos, además de la identificación de las palabras clave. Los espacios libertarios del mundo digital encapsulan a los usuarios, entre verdades alteradas, y este efecto no se limita a una sola región o país.

Debemos mencionar que, las democracias modernas, entiéndase como aquellas que mantienen debates en las redes sociales, y que utilizan el mundo digital para expandir sus ideales políticos potencian la eficacia de los algoritmos que pueden no ser plurales al fomentar la discusión pública. De este modo, el intercambio de opiniones está muy condicionado por mensajes que interrumpen las conversaciones. En el ámbito electoral, este tipo de interacciones afectan el comportamiento de la masa debido a que polarizan desde el mundo digital el mundo cotidiano.

Además, en el marco del debate de las redes sociales y su utilización en la arena política, se suma la Inteligencia Artificial [IA] como un elemento que potencia la segmentación y la difusión directa de los mensajes políticos. Con respecto a esto, señalo que no hablo de las herramientas comerciales de la IA que, durante el último lustro, han jugado un rol fundamental para alterar el debate político-electoral. Pero definamos, la IA para entenderla en su raíz, es un sistema de algoritmos que procesa grandes cantidades de datos y reconoce patrones a través de reglas prestablecidas que le permiten tener la capacidad de reproducir el aprendizaje de manera autónoma, a partir de los datos que nosotros mismos sumamos a los algoritmos que mantienen a la IA funcional. La máquina no entiende de idealismos. Las campañas

electorales de nuestro tiempo están ocurriendo dentro de una lógica novedosa, porque el contenido se personaliza aún más y se redirige a audiencias bastante específicas. Es justo esta pluralidad de narrativas la que genera una polarización absoluta en el campo político.

La audiencia tiene hoy, valga la obviedad, la posibilidad de fortalecer su visión del mundo sin necesidad de contrastar sus ideas. En Estados Unidos, después de las elecciones del 2024, la red social X, se posicionó como autoridad por encima de los medios tradicionales como NBC, ABC, CNN, The New York Times, entre otros. Los usuarios de la red social declararon la muerte de los medios tradicionales, debido a la poca fiabilidad de la información que producen y difunden. No es de extrañar que, a principios de este año, el Pew Research Center publicó un artículo donde informa que la percepción de los usuarios de X muy positiva respecto al resto de las redes sociales. Aproximadamente, cuatro de cada diez usuarios de X (38%) dicen que es una plataforma muy buena para la democracia, el 27% dicen que es muy mala y el 34% dicen que no tiene ningún impacto.

X, luego de ser adquirida por Elon Musk, se convirtió en la plataforma que se abrió al debate electoral y donde se definió la comunicación política de las elecciones del 2024 en Estados Unidos. El uso de los algoritmos y de la Inteligencia Artificial jugó un rol fundamental en dicha contienda entre Kamala Harris y Donald Trump. Si bien, en apariencia, la discusión política es democrática, debemos reparar en que también es local, por tanto, en este sentido las redes sociales encierran más la discusión.

Ray Bradbury también escribió que «necesitamos que no nos dejen solos. Necesitamos que nos molesten de verdad de vez en cuando. ¿Cuánto hace que no te molestan de verdad? ¿Por algo importante, por algo real?» Para cerrar esta primera entrega, planteo estas ideas del autor estadounidense. “Ser molestados” y sumo por aquello que valga la pena, pero esa diferenciación es la que está en riesgo… según

Google Trends lo más buscado por los cibernautas mexicanos durante el 2024 fue: la Eurocopa, en primer lugar. Después, la Copa América, el juego del América vs Cruz Azul, y la casa de los famosos [https://trends.withgoogle.com/year-in-search/2024/mx/], ¿acaso esto es tan importante como para permitirnos ser molestados?

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