En últimas fechas he recibido un par de comentarios certeros respecto a este ejercicio crítico. El primero de ellos fue hace un par de meses: un funcionario del área de cultura de la federación aseveró que mi diatriba hacia el solipsismo de las nuevas generaciones era un problema de clasemedieros y de élites. Tiene toda la razón, los jóvenes que despiertan a las tres de la mañana para trabajar en el campo, mercados, paraderos de transporte público y otros tantos oficios, no tienen el tiempo ni el interés, quizá, para pensar en la decadencia del pensamiento a partir del mundo digital; para ellos importa la realidad. Por otra parte, las mujeres que aran la tierra en las milpas o que venden comida en las avenidas no tienen tiempo para distraerse con los problemas de género buscando replantear su rol frente a los escenarios donde se cuestiona ¿qué es una mujer? En este sentido, lo más grave es que las mujeres de otras las esferas, con el tiempo y el poder para actuar, callan ante estos cuestionamientos con el fin de no incomodar a una sociedad pseudo progresista que continúa priorizando los caprichos de unos cuantos por sobre los derechos de la mitad de la población.
La segunda crítica llegó la semana pasada, cuando argumentaba la falta de ética de una camada de intelectuales que ajustaban el pensamiento teórico y los índices verificables para salvaguardar los discursos ad hoc de la política actual. Mi error
estuvo en no ponerle nombre a la destinataria llamada Renata Turrent y su tramposa explicación respecto a las cifras de inseguridad que enfrenta el país. Por otra parte, me referí a Violeta Vázquez-Rojas, quien, como lingüista, ha estirado el análisis del discurso en aras de defender una “nueva” tendencia de la “política sincera”. Reparo en la omisión de nombres porque he expuesto la falta de talante crítico que tenemos como país, la piel es tan sensible que todo se torna ad hominem. Dejé de ser crítico por no querer lastimar, caí en mi propio juego.
La semana pasada reflexionaba en torno a la ética y esto me da pie para hablar del sinsentido de la polarización crítica que estamos viviendo. Manipular el discurso y justificarlo es otra forma de la corrupción que cada día se incrusta más en las discusiones académicas conforme se acercan las elecciones. No hay un hilo negro en este planteamiento. Quienes tienen la suficiente experiencia política entienden que, ante los escenarios de polarización, la mejor estrategia es navegarlos.
Hoy, que supuestamente estamos en uno de los periodos más transparentes de la historia en México, observo cómo esa misma transparencia y herramienta de la democracia genera sofistas testaferros: intelectuales antiintelectuales que refutan la realidad con sus datos, si bien no manipulados, sí mal utilizados. No hay necesidad de falsear la realidad, los índices de medición existen para ser explorados y para usarse como referentes, de modo que estamos obligados a tolerar la verdad de las cosas a pesar de uno mismo. Por ejemplo, en varias ocasiones, Viridiana Ríos ha errado en sus análisis de la pobreza, entre otros, y se aferra a reproducir el error con el ánimo de justificar verdades alternas con datos mal interpretados. Decía Maimónides que “quien desee alcanzar la perfección humana, debe estudiar primero Lógica, luego las diversas ramas de las Matemáticas en su orden correcto, después Física y, por último, Metafísica”; solo que hoy, los noveles sofistas se lanzan de la metafísica a las matemáticas y, aunque abstractos ambos temas, existe una
lógica que debe aprenderse, pero me parece que pensar y razonar de cara a la verdad son parte de las limitaciones e incapacidades de nuestros protagonistas.}
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